GONZÁLEZ GUTIÉRREZ, Patricia. ¿Existieron las romanas?. Madrid: Akal, 2024, 185 pp. [ISBN: 978-84-460-5608-9]

Este libro es la obra fundacional de la colección Artefactos, editada por Akal y dirigida por Miguel Ángel Cajigal, un conocido divulgador especialista en Historia del Arte y Arquitectura. Se trata de una colección con una perspectiva revisionista, que pretende exponer los nuevos paradigmas de diversas disciplinas humanísticas. La editorial, Akal, no necesita mucha presentación: es una de las grandes casas en lo que a literatura académica se refiere, con un muy amplio catálogo de obras historiográficas y un buen nivel de calidad en todas sus ediciones.

La autora es Patricia González Gutiérrez, doctora en Historia y una de las principales divulgadoras sobre la historia de las mujeres en la Antigüedad en el ámbito hispanohablante. En los últimos años ha mantenido una actividad prolífica, con los libros El vientre controlado (2016), Soror. Mujeres en Roma (2021), Cunnus. Sexo y poder en Roma (2023) y Sirenas, amazonas y adúlteras (2024). Actualmente es directora de la revista Desperta Ferro. Arqueología e Historia, y ejerce una muy activa labor como divulgadora en redes sociales y medios de comunicación de masas.

A lo largo de seis capítulos y con un enfoque introductorio y sintético, la autora analiza la imagen de la mujer romana como fenómeno histórico-mutante: proyectado en la larga duración, pero no estable, sino sometido a cambios sustanciales. Tras haber planteado el primer estadio del proceso en sus anteriores obras sobre las mujeres romanas, aquí adopta una visión distinta e innovadora exponiendo el nacimiento y la evolución de la historia de las mujeres en general y su aplicación a la Antigüedad en particular. No estamos ante un mero estado de la cuestión que recopile una ristra de nombres y obras en orden cronológico, sino que la autora trata de interpretar críticamente el fenómeno que analiza teniendo siempre en cuenta los contextos sociales y las causas profundas de las contribuciones y los debates que han ido surgiendo, y cuál ha sido en cada momento el papel de estas investigaciones en la Academia y en las sociedades de referencia de sus autores y autoras.

El capítulo 1 se titula “Cuando solo estaba ella” (pp. 13-46). Plantea un diálogo entre dos planos: por un lado, la “invisibilización” de las mujeres en la propia Edad Antigua, pasando por aspectos varios como el uso del velo, la incapacidad política, la onomástica o el desinterés por copiar sus obras, que desde luego no fueron inexistentes ni tan escasas como se suele pensar. Por otro lado, el progresivo interés y la recuperación de estos personajes desde el s. XVIII en adelante, primero como un ejercicio de investigación erudita y más adelante desde la reinterpretación de las sociedades antiguas y los discursos emanados de estas. Al tratar los ss. XIX y XX se pone especial énfasis en la relación entre la forma de ver las sociedades antiguas y la situación de las mujeres en la época desde la que se habla, ya sea en la de las sufragistas o la de los regímenes fascistizantes. Termina el capítulo con un muy interesante excurso sobre la teoría del matriarcado, desde su primera conceptualización con tintes machistas en la obra de Bachofen hasta su idealización por la literatura feminista de los años 70, y entendiéndolo como un mito con pocos visos de realidad.

El capítulo 2 (“La historiografía se hace”, pp. 47-70) comienza con una fuerte relativización del mito comúnmente extendido de que el germen de la historia de las mujeres modernamente entendida está en la escuela de Annales, pues, a pesar de su reivindicación de la Historia social, esta escuela prestó escasa atención al colectivo que nos atañe. Se repasan, como un hito fundacional importante, las contribuciones de Simone de Beauvoir, planteando como la más relevante la visión de lo femenino como alteridad construida como contradistinta de lo masculino. Tras haber hablado introductoriamente de la Historia en sentido amplio se sigue con la popularización de la historia de las mujeres dentro del área específica de la Historia Antigua (más tardía que en otras especialidades), tanto a nivel general como español, marcando el boom a partir de los años 70; a nivel general la primera gran difusora es Sarah Pomeroy, y en España Domingo Plácido. A la vez que la construcción de la moderna historia de las mujeres, desde una necesaria perspectiva dialéctica, se presentan los obstáculos y las críticas reaccionarias surgidos en el camino: tanto con nombre y cara, como Lawrence Stone, Jérôme Carcopino o Thomas Fleming, como estructurales, con el elitismo intelectual y no intelectual particular de los estudios clásicos y las especiales dificultades de las investigadoras para conciliar la vida familiar con la carrera académica.

El capítulo 3 se titula “Cómo se construyó a las romanas” (pp. 71-102). Es un capítulo dedicado en su primera parte a la reflexión conceptual ocasionada por el desarrollo del movimiento feminista y los estudios sobre mujeres, concretamente en torno a las categorías de “hombre/mujer”, “sexo” y “género”, entendidas como conceptos histórico-mutantes. Entendemos la falta de espacio para desarrollar de forma completa un tema tan complejo y discutido, pero aun así hemos notado la ausencia de nombres que sin ser fundamentales podrían haber sido enriquecedores: Paul Preciado, Daniel Jiménez o Daniel Alarcón. Especialmente clarificadoras habrían sido las contribuciones del último, y concretamente el artículo “Crítica al concepto de ‘género (sexual)’ desde el Materialismo filosófico”, El Basilisco nº 57, 2022, pp. 5-31, por la rigurosidad y sistematicidad de su definición. Podemos señalar también un excesivo partidismo por parte de la autora, que define las críticas contra la validez del concepto de “género” como “menos académicas” y “ancladas en una ideología conservadora”, juicios de valor que no van acompañados de una exposición como la que reciben las posturas a favor. No pretendemos negar aquí la validez del concepto, simplemente hacer ver que para el correcto entendimiento del debate al respecto habría sido preferible un discurso más académico en el sentido de la filosofía antigua, que opusiera ambas posturas en igualdad de condiciones.

Se sigue con una segunda parte en la que se hace un repaso de la actividad social y laboral de las mujeres grecorromanas, desde un punto de vista revisionista respecto a las teorías de la marginalidad: se cuestiona la existencia real del gineceo y, en caso de darse esta, su extensión, y se habla de los oficios desempeñados por las romanas, de las evergetas, de las sacerdotisas y de movimientos colectivos como las protestas por la Lex Oppia.

Se termina introduciendo el interesante campo de la sociolingüística aplicada al género, la relación entre las condiciones sociales a las que se veían sometidos hombres y mujeres y cómo esto ocasionaba diferencias en su vocabulario y forma de expresarse.

El capítulo 4 (“Lesbianas, matronas y vestales”, pp. 103-126). Se abre con la cuestión de cómo afectó a las mujeres grecorromanas la inclusión de los estudios sobre la sexualidad. La interpretación de la autora respecto a la recepción de estos estudios, tildados muchas veces de propagandísticos y presentistas, se resume en las siguientes palabras: “Cuando se han mitificado estas sociedades [la griega y la romana] como base moral de un orden tradicional, el estudiar lo que entonces era normativo, pero hoy no, o las propias transgresiones en aquellos momentos, se percibe como un ataque al sistema establecido. Y quizá lo sea” (pág. 109). Se vincula esta cuestión con el “orientalismo” en el sentido definido por Said (autor que extrañamente no aparece citado), presentando la asociación occidente-heterosexualidad y oriente-homosexualidad en el imaginario colectivo.

A propósito de las lesbianas, se señala su censura por parte de historiadores y traductores y se introduce la idea de la lesbiana como “no-mujer” de Monique Wittig. Se señalan campos de estudio como la reacción cristiana al homoerotismo femenino, la visión social del sexo oral o la revisión de la iconografía y la epigrafía sin negar o evitar la posibilidad de las relaciones homosexuales.

Se sigue con el ámbito de la infancia, la maternidad y las nodrizas, en un apartado en el que extraña no encontrar los nombres de Irene Mañas y Carla Rubiera, y que queda como una breve exposición de perspectivas posibles sin mucho desarrollo (cosa comprensible, pues este desarrollo ya se ha hecho en anteriores obras de la misma autora). Se finaliza con el aborto, uno de los temas más trabajados por la autora: por un lado, se expone la relación entre el debate sobre esta problemática y la popularización de su estudio histórico, y por otro la larga duración de los métodos anticonceptivos y abortivos romanos, que han pervivido en múltiples folklores.

El capítulo 5 se titula “La arqueología inocente” (pp. 127-142). Trata sobre la aplicación de la perspectiva de género en el campo de la Arqueología, especialmente en la arquitectura doméstica y el ámbito funerario, y cómo han afectado sus resultados a la musealización. En este capítulo, la Antigüedad grecorromana pierde parte del protagonismo en favor de la Prehistoria, ámbito en el que la arqueología de género ha recibido un mayor desarrollo en nuestro país, particularmente gracias al grupo Past Women.

El capítulo 6 (“Buscando el espejo”, pp. 143-172) es misceláneo, abarcando cuestiones como las mujeres con roles de género invertidos (las vestales, Atenea, Artemisa), la corporalidad femenina y el biopoder, la violencia (particularmente la sexual), las emociones, la recepción de la antigua Roma en la cultura popular y la divulgación en redes sociales. Especialmente interesante nos parece este penúltimo apartado, que abarca cuestiones como la pintura, la caracterización de Cleopatra y de las Julio-Claudias en el cine, la utilización de la Antigüedad en contextos políticos y electorales o la posibilidad de encarnar a personajes femeninos en videojuegos ambientados en el Mundo Antiguo. El dedicado a la divulgación digital tampoco carece de interés, pues se trata de las reflexiones de alguien que conoce ese mundo de primera mano y está relacionada con los principales divulgadores de nuestro país.

La bibliografía no recoge a tantos autores y autoras como permite el tema de la obra y, de hecho, hay varias ausencias llamativas, aunque es suficiente y multidisciplinar, con una acertada combinación de Historia Antigua, historiografía, antropología y filosofía, una afortunada costumbre que la autora mantiene en todas sus obras. Su citación a lo largo de la obra es por lo general passim, aunque hay excepciones. En cuanto a las fuentes primarias empleadas, su escasez se puede justificar porque el tema del libro no es la historiografía antigua sino la contemporánea, pero en cualquier caso hay problemas formales: se citan tan solo por autor y obra, sin indicar las ediciones o traducciones empleadas ni diferenciar entre fuentes griegas y latinas (esta última una costumbre por desgracia poco extendida). En cuanto a las imágenes, aparecen impecablemente descritas y referenciadas en el pie de foto, aunque en el epígrafe de la pág. 65 se echa en falta la referencia CIL, HEp, AE o similar.

Lucas Tamargo
Universidad Autónoma de Madrid
lucastamargo01@gmail.com