RUBIERA CANCELAS, Carla, GARCÍA-VENTURA, Agnés y MÉNDEZ-SANTIAGO, Borja (eds.). Cuerpos que envejecen. Vulnerabilidad, familias, dependencia y cuidados en la Antigüedad. Madrid: Dykinson, 2023, 314 pp. [ISBN 978-84-1122-933-3]

Siempre es un placer tener entre las manos un libro dedicado a la vejez, y más si comienza con un poema de Safo. En este caso nos encontramos ante una monografía colectiva que ofrece una visión poliédrica de la vejez en la Antigüedad, colaborando de esta manera en la comprensión del envejecimiento como una etapa vital más. Comienza la obra con una revisión historiográfica sobre los estudios de la vejez en la Antigüedad en los últimos veinte años a cargo de Christian Laes (pp. 13-38). Su contribución augura un largo futuro para esta fase de la vida porque, como claramente evidencia, todavía queda mucho camino por recorrer. De gran interés es también el estudio de María Secades Fonseca (pp. 39-59), en el que se evidencia la vejez como “constructo cultural y contextual”, por eso es necesario no partir de estereotipos, de concepciones discriminatorias y de imaginarios en torno a la vejez, para así, como afirma la autora “trascender las perspectivas metodológicas discriminatorias para no legitimar la desigualdad y perpetuar la (re)victimización de los sujetos de estudio” (p. 50).

Tras estos dos capítulos introductorios, pero muy necesarios para situar al lector hasta dónde hemos llegado y cómo se debe continuar el camino, siguen una serie de interesantes contribuciones que hacen un recorrido de esta etapa vital en determinados momentos de la Antigüedad. La vejez en Egipto es tratada por Núria Castellano Solé (pp. 55-72), partiendo de quiénes eran consideradas personas ancianas y por qué, para pasar a tratar su dependencia y vulnerabilidad, reflejada en el “bastón para la vejez”. Las interacciones entre género, jerarquías y edad en las fuentes paleobabilónicas de Mari son tratadas por Luciana Urbano (pp. 73-86), quien concluye, tras el estudio de algunos ejemplos, que el proceso de envejecer no fue vivido de igual manera por las mujeres: mientras que algunas consiguieron más autonomía y protagonismo, otras fueron relegadas a un segundo plano. En el marco de Próximo Oriente se desarrolla también el estudio de Daniel Justel Vicente (pp. 87-101), centrado en los contratos de adopción sirio-mesopotámicos, una evidencia de que el adoptado debía honrar y mantener al adoptante en la vida y en la muerte, un beneficio que era recíproco si se tiene en cuenta que el adoptado era el heredero.

La vejez femenina en el ámbito fenicio y púnico es tratada por Meritxell Ferrer, Mireia López-Bertran y Aurora Rivera-Hernández (pp. 103-129), quienes demuestran que las mujeres ancianas no eran sujetos pasivos en la sociedad, sino miembros activos y de pleno derecho. El papel de las personas ancianas en la familia griega es analizado por Nadine Bernard (pp. 113-148), definiéndoles como “figuras en la sombra”, por el escaso desinterés que las fuentes griegas demuestran por estos “abuelos/as”. Su escasa visibilidad se debe, dice la autora, “a una cuestión de enfoque”, a causa de su escaso número y la menor duración de la relación con los nietos.

La vejez es estudiada en la cerámica griega por Margarita Moreno Conde (pp. 149-169), quien recoge los rasgos iconográficos que definen la vejez masculina y femenina en las representaciones vasculares. En la siguiente contribución Jurgen R. Gatt (pp. 171-189) analiza la ancianidad y las categorías de edad en el uno de los Tratados Hipocráticos, “Sobre la enfermedad sagrada”. El “aparato asistencial” de la Atenas de los siglos V y IV a. C. es estudiado por Aida Fernández Prieto (pp. 191-208), evidenciando la existencia de una “conciencia social” hacia las personas de edad avanzada, que no era caridad, sino que formaba parte del deber cívico. Las Vidas paralelas de Plutarco también tienen un espacio en esta monografía, Borja Méndez Santiago (pp. 209-225) se centra en la vejez y discapacidad en esta obra, evidenciando que Plutarco deja un espacio para que se expresen tanto personas de edad avanzada como aquellas que estaban en una situación “discapacitante”.

El siguiente capítulo lo dedica su autora, Sara Casamayor Mancisidor (pp. 227-243), al envejecimiento cuando se padece un dolor crónico, centrándose en la gota. A través de un elenco de textos muy bien escogidos, la autora demuestra, entre otras cosas, que gota y vejez no se identifican, sino que la gota era vista como un añadido a la vejez. Carla Rubiera Cancelas centra su estudio (pp. 245-266) en envejecer en la esclavitud, un tema que no ha dejado un rastro literario muy rico, lo que dificulta, entre otras cosas, saber la edad del esclavo o esclava. Con todo, la autora ofrece un excelente panorama sobre esta temática.

En relación con las libertas, la epigrafía ofrece testimonios interesantes para estudiar a las que llegaron a la vejez, así lo vemos en el estudio de Tatjana Sandon sobre esta temática (pp. 267-286). Por último, María Jesús Albarrán Martínez (pp. 287-304) centra su trabajo en la vejez en el Egipto tardoantiguo, cómo se percibía la vejez, cuál era la posición de los ancianos en la familia, la responsabilidad de los hijos de hacerse cargo de sus padres mayores, o, en caso de no tener hijos, el papel desempeñado por los monasterios, iniciando así una vida ascética que, en muchos casos, era una solución para los últimos años de vida.

La monografía en su conjunto no solo está muy bien estructurada, sino que pone sobre la mesa una temática que es muy actual en nuestra sociedad “moderna”, y nos hace reflexionar sobre cuestiones como, por ejemplo, ¿qué papel desempeñan hoy los ancianos? ¿cómo están siendo tratados por la familia, la sociedad y el Estado? Además, es un estímulo para no marginar a nuestros mayores en su vulnerabilidad, y convertirles en protagonistas de nuestra vida.

Pepa Castillo Pascual
Universidad de La Rioja
mariajose.castillo@unirioja.es