VIDAL BUSTOS, Patricia. Amator fabricarum. Arte, cultura visual y legitimación en la Italia de Teodorico el ostrogodo. Madrid: Guillermo Escolar Editor S.L., 2024, 195 pp. [ISBN: 978-84-19782-45-8]

Italia es el escenario donde la ‘deconstrucción’ del Imperio romano de Occidente puede estudiarse y entenderse de una manera más clara. Partiendo de que la caída de Roma fue esencialmente un colapso político, es en el centro de ese poder donde puede percibirse de manera más nítida cómo los patrones de autoridad y la misma administración del territorio se vaciaron de contenido y, a la vez, cómo y por quién fueron sustituidos. El libro de Patricia Vidal Bustos que ahora presentamos pretende rastrear ese proceso esencialmente apelando a la obra y la figura de Teodorico el ostrogodo —el título usa la mayúscula, lo que no parece justificado—, a su propuesta de continuatio imperii y a los mecanismos de legitimación de esa restauración del poder (imperial). Para ello, como aproximación metodológica, se aborda el estudio de las representaciones que Teodorico hizo de sí mismo y de su poder a través de las manifestaciones artísticas y, en general, de la cultura visual.

El gobierno de Odoacro, un primer experimento de Imperio sin emperador, fue un impasse jurídico (p. 20), donde la figura del antiguo tutor bárbaro, mecanismo de gobierno que desde hacía casi un siglo sobrevolaba la política imperial, se sublima: el tutor prescinde del emperador y envía a Constantinopla las insignias imperiales. Sumiendo a Italia en lo que algún autor ha llamado un proceso de resiliencia1. Al valorar el papel de Teodorico tras el intermedio de Odoacro, la autora del libro asume la extendida idea de que la llegada de los ostrogodos a Italia respondía a una iniciativa de Zenón, el emperador de Constantinopla. Si esto fue así, la pregunta es por qué el territorio itálico no volvió a manos del Imperio. Esto conlleva plantearse si en realidad hubo un acuerdo de tal tipo, o si la conquista ostrogoda fue una iniciativa exclusiva de su rey. Cabe, incluso, que un acuerdo inicial en tal sentido se hubiese frustrado tras la derrota de Odoacro. Indudablemente, la legitimidad de Teodorico como rey de Italia se construiría de una manera distinta si las circunstancias de su llegada fuesen unas u otras.

El argumento, en cualquier caso, no da un salto en el vacío. Antes de afrontar su propuesta metodológica, anunciada desde el título, dedica el capítulo segundo (pp. 31-60) a contextualizar políticamente el poder que Teodorico inaugura tras la eliminación de Odoacro en el 488. En relación a la misma Italia, va a seguir la política de su predecesor a la búsqueda de una convivencia pacífica entre los godos y la población local. La legitimación de los matrimonios mixtos y la conformación de un ejército con componentes de ambas procedencias fue el punto de partida. Pero Italia era la sede de poderes sin cuyo concurso era difícil crear bases sólidas de gobierno. La autora analiza aquí las relaciones de Teodorico con el papado, las cuales tuvieron como primer inconveniente la condición arriana de los ostrogodos. Estas relaciones fluctuaron no solo por los intereses inmediatos de Teodorico, sino que estuvieron mediatizadas igualmente por las estrategias frente a Constantinopla y por la variada personalidad e intereses de los obispos que ocuparon la cátedra de Roma durante los años de su reinado. De todos modos, Teodorico hizo lo posible por mantenerse neutral frente a los cismas Acaciano y Laurenciano, aunque en la resolución de este último se posicionó junto al papa Símaco, contribuyendo a su solución. No era más fácil conseguir el apoyo del Senado romano, ante el cual se presentó como un continuador de la romanitas. En todo caso, Teodorico usó del Senado de manera cambiante en función de las circunstancias; se apoyó claramente en él, especialmente buscando en su seno candidatos para altos puestos de gobierno, mientras consolidaba su poder en Rávena, y se distanció cuando hubo asegurado una posición de preeminencia sobre la mayor parte de Italia. De todas maneras, fue siempre un recurso legitimador y Teodorico se mostró bastante hábil a la hora de tejer alianzas y evitar enemistades. Algo que fue también su modo de actuar en relación a Constantinopla y los demás pueblos germánicos de su vecindad.

El capítulo tercero (pp. 61-126) constituye el centro del libro y el objetivo de investigación original. Patricia Vidal sostiene que la política edilicia llevada a cabo en Rávena fue sin duda el episodio más relevante de esa búsqueda de identificación con el Imperio. Una emulación que buscó un modelo de prestigio casi inigualable: Trajano. No importa que Teodorico prefiriese el título de rex al de imperator—probablemente porque a mediados del siglo V no definían cosas muy distintas—, sus pretensiones de reconocimiento tenían como modelo los momentos más gloriosos de Roma. Las virtudes y los atributos, las titulaturas secundarias que Teodorico utiliza son las de un emperador, y Rávena una nueva Roma; ya capital de Italia desde inicios del siglo IV, va a ser encumbrada como nunca antes. No solo por su monumentalización, sino por el desarrollo mismo de la corte y la búsqueda de una intelectualidad que contribuyese a ese encumbramiento, que era el del reino tanto como el de su rey. La autora hace un recorrido equilibrado, bien es cierto que a veces apresurado —en algún momento parecería necesario algún argumento más—, por las manifestaciones materiales e intelectuales de ese proyecto ideológico, incluyendo los espectáculos públicos, alcanzando a construir una síntesis acertada. Es cierto que, en algún caso, dificultado probablemente por este esfuerzo de síntesis, se echa en falta cierta crítica sobre unas fuentes y unas manifestaciones estéticas, por supuesto una propaganda aduladora, demasiado empeñadas en demostrar la romanidad del nuevo orden. Quizás en el programa teodoriciano no todo era tan romano, es posible que hubiese mucho de afán auto-celebrativo disfrazado con lo que Cristina La Rocca llamó “una prudente maschera antiqua”2.

Esta idea puede venir corroborada por el hecho de que los sucesores de Teodorico no mostraron un interés tan claro en marcar una línea de continuidad con las tradiciones del Imperio. En este sentido, el capítulo cuarto —que se justifica por la idea de reconciliación arriano-nicena que Teodorico no llegó a alcanzar— resulta un tanto forzado: su longitud no justifica un bloque separado y quizás hubiese quedado mejor como parte de unas conclusiones más amplias. Sin embargo, probablemente esta sea una opinión propiciada por el punto de vista que se toma en el desarrollo de la lectura. La elección de la articulación de los apartados del libro corresponde a quien lo diseña y lo escribe, también la selección bibliográfica, que podría haberse ampliado un poco, bien es cierto que guarda coherencia con un libro planificado breve. Como tal, en conjunto, nos encontramos ante un volumen de gran mérito y de agradable lectura, una buena incursión en el estudio de los procesos de disolución del Imperio romano en las realidades regionales subsiguientes, en este caso en el reino ostrogodo de Italia. El libro se completa con cuatro anexos, donde es de destacar el segundo, dedicado a una recopilación de imágenes, que, junto a las que vienen insertas en el cuerpo del texto, contribuyen a la comprensión de la argumentación defendida en el volumen.

Pablo C. Díaz
Universidad de Salamanca
pcdiaz@usal.es

1. Jeroen W. P. Wijnendaele. “The Final Wester Emperors. Odoacer and Late Roman Italy’s Resilience”. En Late Roman Italy. Imperium to Regnum, editado por Jeroen W. P. Wijnendaele, 86-107. Edimburgh: Edimburgh University Press, 2023. https://doi.org/10.1515/9781399518048-008.

2. Cristina La Rocca. “Una prudente maschera ‘antiqua’. La politica edilizia di Teoderico”. En Teoderico il Grande e i Goti d’Italia (Atti del XIII Congresso Internazionale di Studi sull’Alto Medioevo), 451-515. Spoleto: CISAM, 1993.