María Sampedro Puerma y Guillermo Sánchez Campelo son estudiantes de segundo curso del Grado de Medicina en la Universidad de Oviedo. Ambos muestran interés por la divulgación científica y el papel del método científico en el mundo actual. Además, la humanización de la práctica médica es otra de sus prioridades.
De entre todas las pandemias, la gripe española de 1918 es, sin duda, la más mortífera y destructiva en términos absolutos que haya sufrido la especie humana, llegando algunas estimaciones a los 100 millones de muertes. Provocada por el virus de la gripe A subtipo H1N1, se desarrolló en el contexto de la I Guerra Mundial, un hecho totalmente novedoso en la presentación de una enfermedad. Sus repercusiones se entremezclan y difuminan con las de un conflicto que asoló buena parte del viejo continente, agravando así sus consecuencias. Sin embargo, esta pandemia hizo evidente la necesidad de un sistema de salud pública eficaz, de modo que la mayoría de los países del mundo tomó medidas en este aspecto. Cien años después, la ciencia y la medicina se han visto desbordadas en la pandemia de COVID-19, combatiéndola con armas muy similares a las ya vistas contra la gripe española. ¡Ojalá hayamos aprendido la lección!
Among every pandemic, the Spanish flu of 1918 was without any doubt the deadliest in absolute terms, with some estimations reaching the amount of 100 million deaths. It is caused by the influenza A virus subtype H1N1 and it developed during the first World War, something never seen before in the appearance of a disease. Its repercussions jumbled with the armed conflict, making its consequences even worse. However, this pandemic made it obvious that a public health system was needed. During the following years, most of the countries all over the world took action in this regard. 100 years later, science and medicine have been overtaken by the COVID-19 pandemic, fighting against it with tools and weapons also used against the spanish flu. We hope to learn the lesson this time.
“Es posible procurarse una seguridad frente a las demás cosas, pero, frente a la muerte, todos los seres humanos habitamos una ciudad sin murallas” (Epicuro, siglo III a. C).
Si, hace unos meses, se pregunta a nuestros contemporáneos cuáles han sido los acontecimientos más dantescos que perduran en sus memorias acerca de los siglos pasado y presente, la mayoría de ellos harían alusión a las grandes guerras y todo lo que conllevan. También se hablaría por ejemplo de la llegada del hombre a la Luna, de la caída del Muro de Berlín o de la desaparición de los grandes imperios y la independencia de los países africanos y muchos asiáticos. Hoy en día, la respuesta sería probablemente muy distinta. En ello, influiría sin lugar a duda, que el SARS-CoV-2 forma parte de nuestro equipaje, y además se caracteriza funestamente, por su óptima capacidad para camuflarse y viajar por un mundo en el que la globalización es su seña de identidad.
Las pandemias, desde el inicio de los tiempos, acechan a la humanidad y son una de las mayores amenazas de nuestro mundo junto al cambio climático. Han eclipsado imperios, diezmado ejércitos, provocado hambrunas, arruinado ciudades y puesto fin a guerras o comenzado otras. También han tenido como consecuencias cambios en la forma de ver el mundo en todos los ámbitos y abordar los problemas, ya sean cotidianos o complejos. Pero, sobre todo, hay algo muy importante que tienen en común todas ellas: han provocado mucho sufrimiento. Hasta la llegada de la COVID-19, las cinco pandemias más letales han sido, por el orden que sigue, la viruela, el sarampión, la gripe de 1918, la peste negra y el VIH
Echando la vista atrás, reconoceremos las pandemias como un hito histórico de mayor o menor relevancia en función de sus consecuencias y repercusiones. Muy probablemente las primeras epidemias surgieron ligadas al auge de las ciudades, lugares más que propicios para la propagación de una enfermedad, en las que el hacinamiento y la falta de higiene fueron claves para su expansión entre la población humana. Como en muchos otros casos, no existe constancia escrita de la que se podría llamar la primera epidemia, pero ciudades como la mesopotámica Uruk, la mayor urbe de su tiempo con una elevadísima densidad de población de 80.000 habitantes en tan solo 6 kilómetros cuadrados amurallados, son un perfecto candidato para albergarla hace 5.000 años.
De las que sí hay constancia, podemos hablar de la epidemia que atacó la civilización griega durante la Guerra del Peloponeso: la plaga de Atenas entre 430 a. C y 425 a. C. Esta, como su nombre indica, afectó principalmente a la ciudad-estado de Atenas, pero también a otras partes del mundo griego y a otras regiones como Egipto o Etiopía
Para concluir con este repaso histórico, más recientemente hemos visto otras cepas muy virulentas de gripe, como la gripe asiática o la gripe de Hong Kong. También, el temido SIDA, surgido en la década de los 80 del siglo pasado, o los diferentes brotes de ébola. Pero, por otra parte, los avances en la medicina y en la salud pública han permitido controlar de forma más eficaz otras amenazas surgidas recientemente, como la gripe A o el SARS-Cov-1
Si se consigue que las pandemias nos inviten a reflexionar cuán frágiles somos si un microorganismo, a veces sin vida propia, es capaz de ocasionar,
Las pandemias,
La pandemia de gripe de 1918 en la que nos centraremos a posteriori, la mal llamada “gripe española”, recibió tal denominación porque al estar medio mundo inmerso en la Primera Guerra Mundial, los contendientes no informaron sobre la enfermedad que estaba diezmando a sus soldados para no alentar a los adversarios. España daba a conocer los hechos reales acaecidos sin argucias, al mantenerse neutral en el conflicto bélico. Además, dicha pandemia fue llamada también “
A diferencia de la gripe estacional, la población diana no eran solamente niños y ancianos, sino también adultos de mediana edad. La falta de desarrollo de la medicina y de un sistema de salud pública eficaz, provocó que el problema se hubiera agravado aún más. A pesar de poner en marcha medidas para contener la epidemia, el sistema sanitario quedó sobrepasado. Los médicos no abundaban, llegando a tener que reclutar voluntarios entre los estudiantes de medicina. Además, en algunas ciudades españolas hubo que solicitar cooperación al ejército, para transportar y dar entierro a los fallecidos
El objetivo del presente artículo es realizar una aproximación a la denominada “Gripe española” mediante la obra de Laura Spinney que lleva por título
A modo de semblanza de Laura Spinney podemos decir que es periodista científica y novelista británica. Se graduó en Ciencias Naturales por la Universidad de Durham. A lo largo de su carrera profesional ha escrito para prestigiosas revistas y periódicos como
En el año 2020, se puede afirmar con certeza que la gripe española no empezó en España, de tal modo, que continúan en juego tres posibles orígenes: Kansas, Francia y China, aunque la opinión más extendida es que la gran difusión mundial tuvo como epicentro el estado de Kansas a través de los soldados que se incorporaban a la I Guerra Mundial. Además, esta pandemia recorrió el mundo con mayor celeridad, en comparación con las sufridas anteriormente. Éstas, solían tardar tres años en recorrer el planeta, sin embargo, el “
Atrás quedó un arduo camino hasta llegar a la identificación del agente etiológico, virus
Hoy es de sobra conocido, que el signo más revelador de que una especie concreta es reservorio de un determinado patógeno es que no enferme del mismo, debido a la coevolución de virus y huésped. Así es como se considera a las aves, en especial las acuáticas, reservorio natural de la gripe. Con la llegada de la revolución agrícola, sobrevino la domesticación de algunas aves y consecuentemente, el paso a convivir en las aldeas con los humanos. Además, se cree que los cerdos jugaron un papel de suma importancia como intermediarios, ya que sus células comparten características con las de aves y humanos.
En relación con el mecanismo de transmisión puede afirmarse que es la vía aérea, en contraposición a las creencias obsoletas y atávicas de que el aire nocivo o “
Un siglo después de la pandemia y tras visionarse por vez primera el virus en 1943, se puede afirmar que es de tamaño mediano, con morfología casi esférica y está envuelto por una membrana que contiene hemaglutinina (H) y neuraminidasa (N) como antígenos. Además, desde el punto de vista genético, contiene RNA monocatenario empaquetado en ocho segmentos, de los cuales dos de ellos se traducen en proteínas de superficie (H y N) y los otros seis codifican proteínas responsables de la patogenicidad, como pueden ser la capacidad del virus para replicarse o el rechazo de la respuesta inmunológica del huésped. Cabe reseñar por ser realmente inquietante, que la inestabilidad bioquímica del RNA, en comparación con el DNA, está irrevocablemente relacionada con el acúmulo lento de errores que acaecen durante el proceso de replicación y que recibe el nombre de “
En cuanto a las posibles variantes de gripe, de las cuatro conocidas a fecha actual (A, B, C y D) únicamente la variante A es responsable de causar pandemias. También conviene señalar que existen hasta la fecha, dieciocho variantes conocidas de hemaglutinina y once de neuraminidasa.
Respecto al siglo XX resulta notorio que cada pandemia fue desencadenada por la aparición de un nuevo antígeno H en la gripe A: H1 en 1918, H2 en 1957 y H3 en 1968.
Es sabido con certeza que la existencia de una enfermedad subyacente incrementaba la vulnerabilidad a la gripe, si bien es cierto que, grosso modo, la población de 1918 estaba atemorizada y sorprendida por la aleatoriedad con que la enfermedad acechaba a las víctimas.
Además de ancianos y niños de corta edad, las personas jóvenes y robustas, de entre veinte y cuarenta años, principalmente varones, se encontraban en la línea de fuego. Una de las hipótesis que gira en torno a la causa de lo anterior, considera que los sistemas inmunes más potentes presentan una tormenta de citoquinas más agresiva.
La curva de mortalidad muestra una forma de W asimétrica, a diferencia de la forma de U habitual en el caso de la gripe estacional. Aún queda por dar explicación al hecho de situar a los jóvenes de quince años con un sistema inmune potente en la primera depresión de la W. También, igualmente se espera respuesta al por qué el trazo ascendente de la derecha estaba atenuado, lo que denota que los ancianos estaban más protegidos de lo habitual.
En la mayoría de los países, las mujeres eran menos propensas a contraer la enfermedad salvo las embarazadas, las cuales estaban aquejadas también de abortos espontáneos y partos prematuros con asiduidad. Con relación a lo anteriormente expuesto, cabe reseñar a modo de distinción que, en la India, la letalidad a causa de la gripe española era mayor en las mujeres. Entre los factores facilitadores, se podrían citar una alimentación deficitaria, principalmente vegetariana, a lo que se adiciona el hecho de que fuesen las mujeres de la casa las encargadas del cuidado de los enfermos ya abatidos por la gripe.
Otro hecho llamativo era la desigualdad geográfica. Por un lado, las ciudades, debido a su densidad de población, se hallaban más afectadas que las zonas rurales. Por otro, también existían discrepancias a nivel continental, de tal manera que los que vivieran en determinadas zonas de Asia, tenían treinta veces más probabilidad de fallecer a causa de la gripe que si vivieran en ciertas partes del viejo continente.
Otros factores que quizás tuvieran que ver con la vulnerabilidad a padecer la enfermedad fueron el aislamiento geográfico, la falta de exposición histórica al virus, la cultura, el tipo de dieta… e incluso, su DNA. Como ejemplo de lo anterior, se podría resaltar el devastador impacto de la gripe española sobre los inmigrantes italianos que habitaban, por entonces, en Connecticut (EE. UU.). Parece ser que ello ha sido motivado por razones de desigualdad, tanto en el ámbito económico como en el jerárquico.
La triada constituida por irritación de garganta, fiebre y dolor de cabeza fue considerada la afectación inicial. Albert Gitchell, cocinero del campamento Funston en Kansas, así lo manifestó en la enfermería aquella mañana del 4 de marzo de 1918. Tras él, el resto de los compañeros manifestarían la misma sintomatología en un breve periodo de tiempo. Al igual que en la gripe estacional, la mayoría de las personas que enfermaron en la primavera de 1918 se recuperaron, de forma semejante a lo ocurrido cada invierno
Las manifestaciones clínicas o síntomas patognomónicos, además de los anteriormente reseñados como iniciales, son las siguientes: tos, mareos, vértigo, vómitos, disnea, visión borrosa, discromatopsia por inflamación del nervio óptico, pérdida de audición u olfato, caída de dientes y cabello, hematuria, hemorragias nasales y orales de manera espontánea, palidez, cianosis, insomnio, agitación, convulsiones y delirio, el cual paradójicamente, afloraba cuando la fiebre había remitido.
No existía manera de diagnosticarla con certeza al carecer de la oportunidad de tomar imágenes radiológicas o determinar parámetros analíticos. En general, el médico realizaba una anamnesis, medía la temperatura y llevaba a cabo una exploración física encaminada, entre otras cosas, a la búsqueda de las reveladoras manchas de color caoba en los pómulos. Si el clínico perseguía un diagnóstico certero, entonces tomaba una muestra de esputo y, tras cultivo en un gel nutritivo, lo observaba al microscopio.
En general, la segunda oleada de gripe fue la causante de los cuadros clínicos de mayor gravedad, llegando a ser letales en muchas ocasiones. Esta responsabilidad era atribuida la mayor parte de las veces a una neumonía bacteriana como complicación asociada. Cuando ésta aparecía, solía desencadenar el hoy conocido como SDRA (Síndrome de Dificultad Respiratoria Aguda) caracterizado por hipoxemia, taquipnea, hipotensión, taquicardia y cianosis.
La “
En exámenes necrológicos practicados, los patólogos hallaban unos pulmones rojizos, inflamados y congestionados por la hemorragia. Estos estaban a su vez, recubiertos por una espuma rosácea acuosa. Era frecuente afirmar en la época por parte de los clínicos que las víctimas morían asfixiadas por sus propios fluidos.
El célebre médico ruso Bardakh, mentó que la variedad española de la gripe de 1918 se había caracterizado por ir acompañada de complicaciones nerviosas y respiratorias.
Desde el punto de vista psiquiátrico, los síntomas solían ser efímeros, si bien es cierto, algunos pacientes consumaron el suicidio por precipitación desde las ventanas de los hospitales, víctimas de la depresión. También se observó que un gran número de personas ya restablecidas de la gripe, ingresaron a posteriori en el Hospital Psicopático de Boston con un cuadro clínico consistente en la presencia de delirios y alucinaciones. Aun cuando a un tercio de estos se les diagnosticó
La asistencia sanitaria brindada durante la pandemia se llevaba a cabo tanto a nivel domiciliario como hospitalario en los casos más graves, bien fuese en hospitales civiles o militares. A nivel de recursos humanos, en ocasiones, el personal sanitario era insuficiente, teniendo que tomar el relevo personal religiosos o jóvenes que se formaban como enfermeras a través de la Iglesia católica, como ocurrió en Alemania.
En 1918, si un médico diagnosticaba una EDO (Enfermedad de Declaración Obligatoria), debía comunicarla a las autoridades sanitarias pertinentes y de no hacerlo, eran sancionados. Eran así catalogadas las que conllevaban un grave riesgo para la salud pública, entre las cuales no estaba incluida la gripe. Tampoco existía un sistema de alerta en relación con la fecha de comienzo, punto de entrada y velocidad de propagación de la enfermedad. No obstante, desde antaño se sabe que,
A lo largo del transcurso de la pandemia, fueron puestas en marcha tres medidas cuyo fin último estribaba en la contención de la enfermedad gripal:
♦ Identificar los casos prematuramente para así, poder concretar en qué dirección se desplaza la infección.
♦ Comprender el mecanismo de transmisión y, por consiguiente, tomar las medidas oportunas.
♦ Disponer de herramientas garantes del cumplimiento de las medidas mencionadas en el apartado previo.
En España los periódicos tomaron la iniciativa de informar lo más ampliamente posible al objeto de disipar las dudas de la población. Al mismo tiempo, publicaron instrucciones de la comisión provincial de sanidad para minimizar el contagio, fundamentadas principalmente en eludir espacios concurridos. En ellos, además, se llegó a acusar a las autoridades políticas de mermar la gravedad del contratiempo y no poner en marcha medidas dirigidas a proteger a la población.
A resulta de los arduos periodos de tiempo derivados de pandemias y guerras, en 1919 se crearon fundaciones de ayuda humanitaria como
No existía disponibilidad de vacunas, fármacos antivirales ni antibióticos para afrontar las infecciones oportunistas cuando se desencadenó la pandemia. Es, por tanto, una época en la que coexisten remedios naturales, compuestos homeopáticos, chamanismo y búsqueda de innovadores tratamientos. En este sentido, se recurrió a la aspirina, la cual era administrada con una posología que la mayor parte de las veces doblaba la dosis segura recomendada hoy en día, debido a sus efectos milagrosos consistentes en atenuar la fiebre y mitigar las algias. Tal es así, que, en el año 2009, la doctora Karen Starko formuló una controvertida teoría cuyo postulado afirmaba que muchas muertes atribuidas a la gripe pudieron deberse a intoxicación por aspirina. Otro de los tratamientos puestos en práctica fue la quinina, hasta entonces usada para combatir la malaria y otras fiebres biliosas de naturaleza palúdica. También, fueron administrados preparados de arsénico, a los que se atribuían cualidades tónicas y analgésicas. Igualmente, el aceite de alcánfor se utilizó para abordar las dificultades respiratorias; la dedalera y estricnina, como estimulantes de la circulación; el sulfato de magnesio y aceite de ricino, como laxantes; y el yodo para la “
Ya sea por razones bioquímicas o por actuar como nocebos, algunos tratamientos tanto innovadores como tradicionales, agravaron los síntomas.
La arcaica técnica de la sangría medicinal fue recuperada por algunos facultativos al observar que algunos pacientes mejoraban tras sufrir una hemorragia, ya fuera nasal, menstrual o derivada de un aborto.
En este clima de incertidumbre, la única clarividencia con relación a aumentar la supervivencia pasaba por dos prácticas médicas: asegurar que el paciente no se deshidratara y garantizar que recibiera una buena atención.
De aquella época también nos llegan imágenes que ilustran que el uso de mascarillas, como en el momento actual, se convirtió en una medida de salud pública.
Son numerosos los aspectos sociales derivados de la pandemia de gripe del siglo XX. Entre ellos podemos reseñar como más significativos la remodelación radical de las poblaciones humanas, el impulso de la sanidad universal, la influencia en el desarrollo de las Guerras Mundiales y la escasez de mano de obra que agravó las restricciones alimentarias como consecuencia de su influencia en las cosechas. También debemos hacer alusión a la estigmatización aún mayor de colectivos ya de por sí marginados, la extinción de determinadas culturas (principalmente de grupos indígenas) y la pérdida de la identidad de grupo una vez resuelto el problema, tal como postula la teoría de la “
“¿Qué es el arte? El arte nace de la alegría y el
dolor, sobre todo del dolor. Crece a partir
de las vidas humanas” – Edvard Munch
Es a partir de los años 20 cuando se produce una vehemente ruptura en el arte. El anhelo de poner fin a los vínculos con la exuberancia del romanticismo y, a fin de cuentas, con el legado del siglo XIX, se ha visto reflejado en todas las artes, desde la literatura a la pintura pasando por la música y el cine. La ciencia y el progreso se quedaron relegados a un segundo plano en el mundo artístico. Con asiduidad se atribuye esta nueva visión derrotista de los artistas a los dos grandes hechos, que como se mencionó con anterioridad, habían causado millones de muertes en el mundo: la gripe española, frente a la cual los avances de la ciencia no habían sido demasiado fructíferos, y la Gran Guerra. A pesar de ello, es frecuente criticar a los intelectuales de aquella época por la exigua influencia que la pandemia de 1918 tuvo en las artes y las letras
Antes del siglo XX, las enfermedades graves eran bastante frecuentes. En el ámbito literario, cualquier escritor adulto conocido se habría visto ya en 1918 afectado por ellas de uno u otro modo. Además, en ellos había influido el romanticismo decimonónico, que trataba la enfermedad de manera simbólica, como una metáfora del enfermar del alma, carente de interés
En 1918 el historiador y escritor estadounidense A.W. Crosby, en su obra
Especial relevancia se le confiere a la escritora británica Virginia Woolf, quien, aquejada de una invalidez permanente, será la primera en cuestionarse por qué la enfermedad no ha sido un tema fundamental de la literatura, y lo hace a través de su ensayo
Otras obras que hacen mención a la gripe española son
Más recientemente, el célebre Miguel Delibes en
Existen dos autores en los cuales influyó de manera indirecta la gripe. Ellos son Arthur Conan Doyle y Sigmund Freud. El primero, creador del conocido detective “Sherlock Holmes”, dejó de escribir ficción tras perder a su hijo a causa de la pandemia. Asimismo, Freud, autor del ensayo que lleva por título
Conviene reseñar que, en lugares tan dispares como Brasil, China e India, diversos escritores abordaron la enfermedad en sus obras.
De otro modo, en el mundo de la pintura es inevitable reseñar al afamado artista Edvard Munch que, tras sobrevivir a la enfermedad, dejó constancia de las secuelas de ésta en su obra
Para ultimar, cabe señalar que dos grandes genios de la pintura como Egon Schiele y Gustav Klimt fallecieron por consecuencias derivadas de la gripe. El primero, fundador del expresionismo austriaco, comenzó a pintar
Para concluir, citar a Franz Kafka y John Dos Passos como supervivientes de la devastadora enfermedad.
Cuatro ilustres artistas, Edvard Munch y Gustav Klimt junto con Egon Schiele y Guillaume Apollinaire, compartieron el hecho de dejar su impronta en la historia del arte y haber fallecido víctimas de la enfermedad más asoladora del siglo pasado.
Ardua es la tarea de resignarse, más aún en mayor medida, tras reflexionar acerca de un mundo globalizado, que, jactándose de ser pionero en ciencia y progreso, está padeciendo en el momento actual las funestas y devastadoras repercusiones de una pandemia similar a la acaecida hace un siglo. En aquel entonces la gripe española era la responsable. Hoy lo es el coronavirus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19. Parece que cien años ha sido un periodo de tiempo efímero para poner en marcha las herramientas necesarias al objeto de contener de manera eficaz una nueva amenaza impuesta por la naturaleza. Esperemos que, de una vez por todas, la pérdida de múltiples vidas humanas lleve implícita la creación de una conciencia colectiva y de un nuevo paradigma social. También, en palabras de J. R. Calvo, una forma de ver la vida, de relacionarse con otros seres humanos, de cambiar nuestra visión cortoplacista y puramente consumista, por otra que priorice otros valores
Actualmente debemos concienciarnos de que, además de las pandemias, el cambio climático supone una amenaza más para nuestras vidas, la cual se está dejando relegada a un segundo plano. Si algo positivo nos legó la Plaga de Justiniano, acontecida en el siglo VI, fue que, tras fallecer tantas personas, no había mano de obra que cultivase las tierras. Los bosques dominaron de nuevo con el consiguiente enfriamiento de la Tierra debido a la absorción de CO2de la atmósfera.
Otro aspecto a considerar es el papel de los medios de transporte y comunicación. Ambos son de suma trascendencia, tanto en la difusión de la enfermedad como en el manejo de la información, respectivamente. A través de los últimos se puede incrementar o decrecer la alarma social en función del momento de la pandemia y, también según la conveniencia de las autoridades en la materia. En la actual pandemia, hemos visto cómo se pasó de enviar mensajes tranquilizadores a la población a concienciar sobre la gravedad del acontecimiento. De otro modo, según manifestaciones de Manuel Carballo en el libro que lleva por título
Respecto a la ciencia, hemos de admitir que, si bien ha respondido en cuanto al acúmulo de conocimiento sobre el virus, sus mecanismos de transmisión y su patogenia, no es menos cierto que aún no ha generado nuevos abordajes terapéuticos y la disponibilidad de una vacuna carente de efectos secundarios relevantes es aun incierta. Esto ha condicionado que las medidas de contención para controlar la pandemia sean exactamente iguales en el siglo XX y en el siglo XXI: cuarentena, aislamiento social, seguimiento de contactos, cierre de escuelas y universidades, etc. Ni que decir tiene que esto conlleva grandes pérdidas económicas motivadas por el retraso de la productividad que pueden abocar en último lugar a una recesión a nivel mundial. También cabe señalar que, en continentes como el europeo, con una población sumamente envejecida, apenas se ha invertido en programas de prevención. Igualmente, a pesar de estar dotados de imponentes industrias, “
Cuando aflora una pandemia, la mayor parte de los esfuerzos se centran en conseguir una vacuna que confiera inmunidad frente al patógeno. Se genera así una competencia ingente que la mayoría de las veces resulta ser motivo de polémica entre investigadores, compañías farmacéuticas, países y la propia población.
Si bien es cierto que el virus no respeta jerarquías
En lo que respecta a la población, con frecuencia, surgen determinados grupos que no respetan las indicaciones de las autoridades sanitarias, participando en congregaciones o actos multitudinarios y, además, sin protección alguna en determinados casos. Podemos ejemplificar esto último mediante los actos religiosos llevados a cabo en la ciudad de Zamora o las verbenas de San Isidro celebradas en Madrid durante la pandemia de 1918
Los efectos devastadores de las pandemias ocasionan que muchos niños se queden huérfanos. En la de la gripe española, había que adicionar, además, los huérfanos resultantes del fallecimiento de sus progenitores en los campos de batalla. Solía tratarse de niños de escasa edad cuyos ascendientes, los cuales representaban los pilares o sustentos de las familias, eran relativamente jóvenes también. No debemos olvidar que el pico de fallecimientos se alcanzaba alrededor de la edad de 28 años. Tal es así, que en los inicios de siglo pasado era una práctica común apartar a los huérfanos de sus comunidades y recluirlos en instituciones centralizadas. Con esto, a priori, se intentaba favorecer su integración en una comunidad más amplia y heterogénea, para así abrir sus horizontes al futuro. Nadie pensó que esto podría acarrear consecuencias negativas tales como una pérdida cultural prolongada en el tiempo y en la mayor parte de los casos, irreversible. Además, también se veían obligados a competir por los recursos naturales y el trabajo en las industrias locales. Esto condujo a que se mermase la condición social y psicológica de los nativos de manera inversamente proporcional al incremento de las ayudas gubernamentales. Tal como figura en un ensayo de Napoleón: “[…] Los ancianos aconsejan a los jóvenes
¿Qué aprenderemos de la gripe española y de la pandemia por COVID-19? Ojalá aprendamos que los sistemas públicos deben estar por delante de los privilegios privados y que sin compromiso ciudadano no es posible abordar retos sanitarios de envergadura, ni posiblemente, sostener los pilares de las sociedades democráticas que tanto esfuerzo y vidas ha costado.
A modo de conclusión, podemos decir que la gripe española nos enseñó que las pandemias son inevitables, pero que se cobren más o menos vidas humanas, dependerá del mundo en el que surjan. Quizás, dentro de 100 años, en el bicentenario de la pandemia de 1918, la ciencia pueda dar respuesta a todos y cada uno de los interrogantes que aún siguen planteándose en nuestros días.
Al Profesor Agustín Hidalgo Balsera, por sus orientaciones para la realización del artículo y, especialmente, por haber acrecentado nuestro interés por aquellos aspectos más humanísticos de la medicina.