América Latina Hoy, 2025, 95 ISSN: 1130-2887 - e-ISSN: 2340-4396 DOI: https://doi.org/10.14201/alh.31789
Álvaro García-Mayoral Frauca petrone.francesco@gmail.com
Universidad Complutense de Madrid
Envío: 2023-10-31
Aceptado: 2024-12-04
Publicación: 2025-05-12
RESUMEN: Simón Bolívar ocupó un papel central como mito fundacional de la nación venezolana. Desde entonces, líderes de distinto signo ideológico han pretendido adjudicarse su legado. En el caso de Hugo Chávez, su visión común con Bolívar en áreas como el antiimperialismo o en la búsqueda de una integración latinoamericana permiten vincular ambas figuras. Sin embargo, existen otras referencias históricas como Simón Rodríguez o Ezequiel Zamora que completan el abanico de rasgos ideológicos del chavismo. De esta manera, el presente trabajo busca explorar cuáles son las similitudes ideológicas entre dos figuras clave en la construcción de la identidad venezolana. Además, se buscará reflexionar sobre el papel decisivo que juega la apropiación de figuras históricas en los procesos de construcción de una hegemonía ideológica.
Palabras clave: Simón Bolívar; Chavismo; Venezuela; Integración latinoamericana; América Latina.
ABSTRACT: Simón Bolívar played a central role as the founding myth of the Venezuelan nation. Since then, leaders of different ideological signs have tried to claim his legacy. In the case of Hugo Chávez, his common vision with Bolivar in areas such as anti-imperialism or the search for Latin American integration allows us to link these two figures. However, there are other historical references such as Simón Rodríguez or Ezequiel Zamora that complete the range of ideological traits of chavismo. In this way, this paper seeks to explore the ideological similarities between two key figures in the construction of Venezuelan identity. Moreover, it eeks to reflect on the decisive role played by the appropriation of historical figures in the process of constructing an ideological hegemony.
Keywords: Simón Bolívar; Chavismo; Venezuela; Latin American Regionalism; Latin America.
La historia política universal ofrece un sinfín de ejemplos de líderes políticos que reivindican el legado de figuras históricas de tiempos pretéritos para articular su esqueleto ideológico. En algunas ocasiones, esta asimilación resulta más natural cuando confluyen los elementos ideológicos correspondientes. En otras, la vinculación se realiza de manera forzosa reinterpretando hechos históricos o tergiversando el mensaje en cuestión. Uno de los casos más evidentes de apropiación del legado de una figura histórica se ha producido en Venezuela al calor de la Revolución Bolivariana, que no en vano contiene en su nomenclatura la evocación a la figura de Simón Bolívar. Como se verá, en este caso existen elementos en común que facilitan esta vinculación, a los que se sumarán las referencias a otras figuras históricas, al tiempo que se reinterpretarán rasgos que nunca estuvieron dentro del aparato ideológico de Simón Bolívar.
A lo largo del artículo se pretenderá exponer esta relación entre Chávez y Bolívar, procurando diferenciar el aspecto simbólico del ideológico. Y es que se buscará confirmar la hipótesis de que existe una doble apropiación vinculada a esas dos dimensiones. Por un lado, existiría una vinculación de Simón Bolívar como figura, como mito fundacional de la nación venezolana. Por otro, más difuso, habrá un intento por vincular la ideología de Bolívar bajo la categoría «bolivarianismo», que, como se verá, no siempre refleja lo que en origen fue el pensamiento del Libertador. Uno de los desafíos metodológicos que ofrece el trabajo reside en la dificultad para identificar monográficamente el pensamiento del Libertador, en tanto nunca existió un libro o tratado que reflejase fidedignamente su ideología, sino que la interpretación de esta se ha realizado a partir de las cartas y los discursos que emitió durante sus años de actividad política. Por otro lado, las opiniones y los pensamientos de Bolívar presentan una visible evolución y variabilidad en función de cómo se sucedieron los complejos acontecimientos de comienzos del siglo XIX.
El trabajo, con todo, pretende abordar una investigación acerca de la forma en la que el chavismo se ha atribuido la figura y el pensamiento del Libertador, en sentido ideológico y simbólico, con las consecuencias políticas y culturales que ello ha implicado. Así, se trazará una línea histórica que transcurre desde la primera independencia venezolana a comienzos del siglo XIX, hasta lo que el propio Chávez denominó que sería una segunda independencia, con el objetivo de dotar a su proyecto político de un carácter continuador de la praxis política de Bolívar (Malamud, 2021, p. 41). Se pretenderá explicar cuánto del discurso bolivariano en Hugo Chávez responde realmente a la teoría política propia del Libertador y cuánto hay, por otra parte, de tergiversación y apropiación capciosa del pensamiento de Bolívar.
El término «populismo» ha sido analizado desde diferentes perspectivas que invitan a concluir que se trata de un concepto polisémico y que, por tanto, posee una fuerte carga de subjetividad en su interpretación, dificultando así su definición. La principal complejidad para concluir conceptualmente qué se entiende por populismo es, por una parte, su carácter interdisciplinar. El populismo ha sido analizado desde diversas áreas como la ciencia política, la filosofía del lenguaje, la psicología de masas o el psicoanálisis.
En ese sentido, la aproximación más completa que se ha realizado hacia el populismo proviene de Ernesto Laclau (2012) que concibe el populismo populista como una práctica de construcción de lo político donde se articulan demandas populares, generalmente recogidas por un líder con rasgos carismáticos, promoviendo un antagonismo entre el pueblo y la élite. Chantal Mouffe (2019) añade, por su parte, que la lógica populista tiene que aspirar a fortalecer la participación popular en dirección hacia una democracia radical. Bajo este prisma, el populismo sería una praxis beneficiosa para las democracias por su capacidad para reciclar el contrato social y romper con los vicios intrínsecos a la democracia representativa y sus dinámicas elitistas.
En una dirección similar, autores como Canovan (1999) plantean en su concepción del populismo como «espectro de la democracia» que este fenómeno forma parte de las propias dinámicas democráticas, donde en según qué momentos aparecería con mayor o menor intensidad, en función de un eventual debilitamiento democrático. Por otra parte, otros enfoques como el de Mudde y Rovira Kaltwasser (2017) proponen una definición ideacional del populismo mediante el cual este sería una ideología débil que actuaría como propulsor de ideologías más fuertes como el nacionalismo, el socialismo o el neoliberalismo, pudiendo convivir con ellas o diluyéndose con estas en determinados momentos históricos, haciendo del populismo más bien un método de hacer política, un estilo más que un contenido y, por tanto, declinable y adaptable a las diversas circunstancias (Savarino, 2006, p. 78).
Bajo estos presupuestos teóricos, la experiencia histórica de Hugo Chávez al frente de la presidencia de Venezuela supone un paradigma dentro de la praxis populista. En este caso, más allá de los elementos discursivos intrínsecos al populismo, el chavismo se apoyó fuertemente en la figura de Simón Bolívar para dotar de contenido a su ideología. En ese sentido, la figura de Bolívar es clave para situar el proceso de construcción de la identidad nacional venezolana y la cultura política del país.
En una primera definición básica, se entiende por bolivarianismo aquellos movimientos políticos latinoamericanistas que, herederos del legado de Simón Bolívar, tienen como prioridad política la independencia y la soberanía de las naciones hispanoamericanas. Parte de la bibliografía ubica sus orígenes en la crisis del socialismo internacional de finales de los ochenta, donde la izquierda latinoamericana hubo de resignificar su identidad por medio de la búsqueda de rasgos ideológicos que la definieran (Malamud, 2021, p. 56).
Esto implicaría que el bolivarianismo sería una ideología de reemplazo utilizada por Chávez como articulación de un entramado ideológico que contenía más de continuismo que de innovación (Carrera Damas, 2017). Otras corrientes señalarían que la categoría de bolivarianismo toma relevancia en los cuarteles venezolanos en la década de los setenta, en un contexto socioeconómico caracterizado por el agotamiento del modelo industrialista de sustitución de importaciones (López Maya, 2003). En cualquier caso, las referencias a Simón Bolívar han sido utilizadas en la arena política venezolana de forma reactiva en tiempos históricos donde podía existir una amenaza de injerencia externa, bien fuera encarnada en su origen por el Imperio español, bien lo pueda ser actualmente Estados Unidos, pasando por la hegemonía británica durante buena parte del siglo XIX (Vargas, 2006).
Más allá del uso específico del concepto «bolivariano» como categoría ideológica, la historia política venezolana muestra que el uso de la figura de Bolívar ha sido constante por una gran parte de líderes políticos a lo largo del siglo XX, comenzando por el dictador Juan Vicente Gómez, que utilizó la figura del Libertador para dotar a su proyecto político de un culto que buscaba identificar lo «nacional-bolivariano» con una idea de progreso, la cual permitiera justificar la figura de un «Gendarme necesario» (Vásquez, 2020, p. 6).
Existen trabajos que destacan el carácter lineal que existe en el culto a Bolívar ya desde finales del siglo XIX con la figura de Guzmán Blanco (Salvador, 2009), pasando por el mencionado Juan Vicente Gómez y terminando con el dictador Pérez Jiménez. A este respecto, resulta notorio este elemento permanente que existe en la política venezolana, y que configura una concepción de la política nacional de carácter simbólico, basado en el mito fundacional venezolano que supuso la figura de Simón Bolívar (Lynch, 2006). Este culto a Bolívar anclado en la historia contemporánea venezolana se cohesiona con la tradición caudillista y con la realidad del sistema productivo del país, centrada en la extracción y la exportación de hidrocarburos, formando una tríada que explica una forma de hacer política en Venezuela que ha sido calificada como «populismo de Estado» o «petropopulismo» (Vásquez, 2020, p. 11).
Esto ha permitido que fuera compatible históricamente la apropiación de la figura de Bolívar tanto por parte de las fuerzas políticas conservadoras como de aquellas de carácter revolucionario o progresista. Por un lado, la actitud reformista radical de Bolívar durante su etapa en el poder y su enfrentamiento con las élites españolas inspira a la tradición revolucionaria, mientras que su lectura más realista una vez perdido aquel poder ha permitido sustentar el pensamiento tradicionalista y conservador (Casas, 2007, pp. 77-78). Así, se produce una triple dificultad para establecer quiénes debieran ser sus genuinos herederos ideológicos: la apropiación histórica de su figura por parte de líderes de distinto signo; la ausencia de una obra sistematizada donde quede reflejada su teoría; y el carácter contingente de su praxis política, condicionado por el complejo desarrollo histórico de su tiempo.
Este uso y readaptación de la figura de Bolívar con el objetivo de reafirmar los proyectos ideológicos de turno han convertido al término «bolivariano» en un significante vacío en sentido laclausiano (Laclau, 2012), el cual es utilizado por la fuerte carga movilizadora que posee y a su identificación directa, en este caso, con una identidad nacional venezolana. En cualquier caso, aun considerando la heterogeneidad del término, resulta innegable que Hugo Chávez fue capaz de armonizar discursivamente su proyecto político socialista con el pensamiento de Bolívar, trazando una línea de continuidad entre él y el Libertador (Narvaja, 2008), todo ello bajo una forma de hacer política que se engarza paradigmáticamente dentro de la categoría de «populismo».
El presidente Chávez fue plenamente consciente de las limitaciones conceptuales que poseía la etiqueta de «bolivariano», y comprendía y señalaba que su carácter contradictorio y falto de profundidad respondía a la complejidad del pensamiento del pueblo (Blanco Muñoz, 1998). Es decir, Chávez buscó que el entramado ideológico de su Movimiento Quinta República (MVR) fuera la representación del pensamiento del pueblo y que este, como ente heterogéneo, recogiera las diferentes sensibilidades ideológicas que en él mismo se enmarcaban. Así, la labor ideológica de Hugo Chávez fue «llenar» de contenido específico el significante vacío que suponía el término «bolivariano». En ese objetivo se asumen y, en ciertos casos se presumen, rasgos ideológicos del Libertador que discurren desde su marcado antiimperialismo hasta su condición como precursor del socialismo en un sentido democrático-popular (Pereira, 2018). Sin embargo, si bien la figura de Bolívar es central en términos simbólicos e ideológicos, la construcción teórica del movimiento chavista incorpora elementos que no provienen exclusivamente del pensamiento del Libertador, sino que son recogidos de otras figuras nacionales con una identificación más cercana al progresismo.
Además de Simón Bolívar, existen otras figuras históricas que completan el abanico de referentes ideológicos del chavismo. En el Libro Azul del comandante Chávez se hace referencia a la importancia que posee, en primer lugar, la figura de Simón Rodríguez. En ese sentido, se considera a Rodríguez como un precursor, un visionario y figura clave en la construcción de una cultura política venezolana original (Rodríguez, 2004). Su premisa «o inventamos o erramos» es clave en el proceso de construcción nacional venezolano, haciendo alusión a la necesidad de articular un republicanismo en sentido clásico del término, de carácter popular, con un pueblo instruido, organizado y autónomo (Coraggio, 2017, p. 215).
La figura de Rodríguez es relevante en tanto su pensamiento es el que da el verdadero carácter democrático-popular al proyecto político del «Socialismo del siglo XXI». La figura de Simón Bolívar presentaba ciertas contradicciones en términos de praxis política para que fuera abanderado como el precursor del socialismo en Venezuela (Pereira, 2018), sin embargo, Simón Rodríguez sí aportaría ese cariz genuinamente social, tratando de construir una sociedad profundamente democrática y solidaria, con una dimensión participativa que ayudara a los hombres a consultarse sobre los medios para satisfacer sus deseos (Chávez, 2013, p. 58). Chávez impulsó el Programa Nacional Simón Bolívar para el periodo presidencial de 2013-2019, que nunca pudo ejercer, proyecto que tenía unas pretensiones que iban desde la democracia protagónica a la nueva ética socialista (Gobierno de Venezuela, 2013), mostrando la fuerte impronta de los planteamientos de Rodríguez.
La segunda figura clave en la construcción del chavismo como ideología política es la de Ezequiel Zamora. Del mismo modo que resultaba complejo encontrar un carácter genuinamente socialista en Bolívar, hubiese sido, asimismo, un ejercicio de interpretación visiblemente artificioso concluir con que el Libertador era un federalista convencido. Bolívar, supuestamente «abogaba por un país grande y centralizado, no monárquico y con un gobierno fuerte, opuesto al federalismo y a la descentralización» (Malamud, 2021, p. 188). Esta afirmación encuentra su sustento en el hecho de que Bolívar consideraba que en términos militares suponía una mayor ventaja estratégica poseer una estructura centralizada (Bolívar, 1815).
El debate acerca de la voluntad centralizadora o descentralizadora del Libertador no ha concluido definitivamente en una u otra dirección, sin embargo, sí resulta cierto que uno de los mayores obstáculos a los que se enfrentó fue precisamente la inexistencia de una verdadera base de poder regional (Lynch, 2006, p. 133), lo cual le condujo directamente a implantar sus planes desde arriba, apoyado normalmente por las armas, o bien por el aparato político-institucional que acompañaba su proyecto (Malamud, 2021, p. 190). Con todo, una vez más la volatilidad y el carácter contingente de los acontecimientos de su época dificultan concluir en una u otra dirección acerca de las convicciones en materia territorial y organizativa de Simón Bolívar.
De esta manera, Hugo Chávez, en esa labor de rastreo para legitimar por medio de la historia su proyecto político, encontró en la figura de Ezequiel Zamora un referente importante en términos de construcción de la democracia desde el pueblo y para el pueblo. Si finalmente resultara cierto que la praxis política del Libertador tenía un carácter vertical de arriba-abajo, el chavismo pretendía invertir esta lógica para que el genuino poder proviniera desde las bases populares. Esta voluntad democratizante se observa en uno de los primeros discursos de Chávez como presidente de Venezuela cuando distingue entre la labor del presidente, que en efecto es él quien la ejerce, y la labor del gobernante, que es el pueblo venezolano[1].
Zamora fue un liberal radical, un federalista que participó en la Guerra Federal de 1859 al 1863 y que tenía como eje central de su teoría política una marcada creencia en la elección popular y un profundo desprecio hacia las oligarquías (Pereira Almao, 2006) Su proyecto político se enmarca en el contexto de la Guerra Federal, donde su objetivo fue convertir «las provincias en Estados soberanos, con descentralización administrativa, tribunales propios e independientes, y el más bello y filosófico ideal de derechos individuales y de libertades públicas» (Villanueva, 1975, p. 117).
En ese sentido, y como se desarrollará, Chávez recogió de Bolívar su carácter integrador y antiimperialista; de Simón Rodríguez su creencia por la solidaridad e importancia de la instrucción y educación popular, y, por último, de Ezequiel Zamora, su actitud descentralizadora, de elección y participación popular en contraposición a la política dirigida por las élites.
Uno de los rasgos que mejor identifican el chavismo es su pulsión nacional-popular, que se alimenta de la mano de un intenso antiimperialismo hacia Estados Unidos, al que tacha de «imperialista, neoliberal, explotador o saqueador de pueblos» (Sepúlveda, 2009, p. 67) A este respecto es necesario advertir ciertas premisas que explican, desde el marco teórico populista, la evolución de la narrativa antinorteamericana del presidente Chávez. Una de las características fundamentales de los movimientos populistas es el uso de un tipo de discurso antioligárquico que opera bajo una lógica de amigo-enemigo, rasgo teorizado originalmente por Carl Schmitt, y que sería recogido posteriormente por Chantal Mouffe (1999), a la hora de explicar la inevitabilidad de una esencia conflictual dentro del terreno de la política.
Es bajo esa lógica donde los movimientos populistas identifican una situación de crisis en el sistema político imperante para articular un discurso que presente a las élites gobernantes como causantes de la crisis en la que se encuentra la nación (Mouffe, 1999). En el caso venezolano esto fue especialmente manifiesto en tanto las élites políticas del puntofijismo[2] habían sufrido un progresivo deterioro y el sistema político venezolano durante la década de 1990 se encontraba en crisis terminal. En el año 1992 Hugo Chávez, junto a otros militares, protagonizó un golpe de Estado fallido por el cual fue encarcelado y posteriormente indultado por el presidente Rafael Caldera. Para las elecciones de 1998, Chávez consiguió aglutinar en su candidatura a aquellos sectores descontentos y desposeídos que habían quedado fuera del bipartidismo gobernante. Estos grupos incluían al ejército, al movimiento comunista, a los trabajadores sin estatus legal, trabajadores de pequeñas empresas de la economía formal que no contaban con organización sindical y, por último, a la fuerza laboral proveniente del mundo rural (Ellner, 2011, p. 4).
Resulta notable el hecho de que el chavismo tuviera en sus primeros años un apoyo importante de las clases medias urbanas del país, que luego serían las que liderarían la oposición frontal al chavismo (Paramio, 2010). El apoyo originario de estas clases medias a Chávez se explica por el hecho de que los grupos que fueron objeto de ataques discursivos por parte de Chávez fueron las élites políticas provenientes de los partidos tradicionales, y no los empresarios o élites económicas. Por tanto, el proyecto político de los primeros años del chavismo consistía en desmantelar el régimen político anterior, para lo que inició un proceso constituyente con carácter fundacional que pretendía articular una genuina democracia popular o protagónica (Pereira, 2018). Una vez desmantelado el régimen puntofijista y con las élites de los dos grandes partidos prácticamente desaparecidas, el presidente Chávez hubo de reinventar su narrativa señalando como élites a las oligarquías económicas que operaban bajo los intereses de los Estados Unidos. Esta necesidad de identificar a unas determinadas élites forma parte de la lógica intrínseca de la acción populista, en tanto no puede prescindir de la retórica del antagonismo, esto es, para el éxito de un proyecto de estas características el espacio político debe permanecer fracturado (Villacañas, 2017, p. 72).
Esta evolución en la estrategia discursiva de Chávez coincide con la llegada al poder de George W. Bush y su política exterior de carácter neoimperialista (Aguirre, 2003), que, aunque concentró su presencia en Oriente Medio, consideró clave que América Latina fuera un área de influencia de la nación norteamericana (Molina, 2003). Como alternativa a los vientos neocoloniales que provenían del norte, Chávez lideró, junto con otros líderes nacionales que compartían su oposición hacia el libre comercio e imperialismo norteamericano (Malamud, 2021, p. 250), una serie de proyectos alternativos como el ALBA, que se contraponían de manera directa a instituciones lideradas por Estados Unidos como el ALCA o la propia OEA, configurando un tipo de regionalismo postliberal (Sanahuja, 2009).
Estos intentos de instituir un orden regional alternativo se enmarcan en el contexto de la «segunda independencia» que Chávez plantea discursivamente. En este sentido, traza una línea continua con respecto a la emancipación de Hispanoamérica liderada por Bolívar, que, si bien siendo España la nación opresora, ya advertía el Libertador de los peligros de Estados Unidos como potencia regional, que bajo la doctrina Monroe intervendría discrecionalmente en todo el continente. El propio Bolívar afirmaba: «Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias en nombre de la libertad» (Bolívar, 1829).
Por tanto, Bolívar se enmarca en una corriente de pensamiento propia del siglo XIX latinoamericano que llega hasta José Martí, que tiene como fundamento la independencia de los pueblos hispanoamericanos contra posibles injerencias externas, identificando con certeza a la que sería, ya entrado el siglo XX, la potencia hegemónica mundial. A la ya añadida sentencia de Bolívar acerca de la vocación colonial norteamericana se suma la de Martí en 1895 que dice: «Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas» (Martí, 1895). Todas estas reacciones antiimperialistas no surgen espontáneamente, sino que tienen su sustento como consecuencia de declaraciones de figuras clave estadounidenses durante el siglo XIX como Andrew Jackson, William Crawford o posteriormente el presidente Cleveland, que ya planteaban la necesidad de mantener a América Latina como un área de influencia clave para los intereses de los Estados Unidos (Williams, 2012).
Existen obras relevantes que destacan esta tendencia antiimperialista de Simón Bolívar como el libro Bolívar, pensamiento precursor del antiimperialismo, de Francisco Pividal (2006), o Acción y utopía del hombre de las dificultades, escrito por Miguel Acosta Saignes (1977). En ellos se afirman cuestiones como que «las perspectivas expansionistas llevaron a los Estados Unidos a considerarse los herederos forzosos de las joyas que fueran desprendiéndose de la Corona española» (Pividal, 2006, p. 115). De modo similar, se afirma la voluntad expresa del Libertador de no convocar a Estados Unidos para el Congreso de Panamá del año 1826, donde se pretendía articular una suerte de unidad hispanoamericana (Acosta, 1997, pp. 404-405).
Chávez encontró el sustento histórico para justificar su acción antiimperialista, en ese proceso de construcción del «enemigo», que además se veía justificada por la política exterior agresiva del presidente Bush. Esta reacción antiimperialista, que compartían otros líderes latinoamericanos como Morales o Correa, es un rasgo que ya aparecía en los populismos clásicos como el peronista, en esa búsqueda de la independencia y la soberanía nacional que se construye en contraposición a los intereses de Estados Unidos (Gratius, 2007, p. 8). No obstante, en los inicios del chavismo sí existía cierta voluntad de cooperar con Estados Unidos, tanto en términos discursivos[3], como en las relaciones comerciales que continuaron siendo fluidas durante buena parte de la presidencia de Chávez, fundamentalmente en lo que respecta al suministro de petróleo (Shifter, 2007, p. 21).
Otro de los rasgos que explica la relación ideológica entre Chávez y Bolívar consiste en la cuestión de la integración y la unidad latinoamericana, y la manera en la que se incorpora este elemento en los proyectos políticos de uno y otro. A este respecto existen similitudes que hacen coincidir ambos liderazgos en una voluntad común de constituir instituciones políticas, económicas y culturales que trasciendan las fronteras nacionales y conformen la unidad del espacio latinoamericano.
Evitando las discusiones conceptuales que hacen referencia a las delgadas líneas que separan los conceptos de convergencia, cooperación, unidad o integración, será este último el que ocupará el centro de este epígrafe, teniendo en cuenta que estos conceptos han sido utilizados discrecionalmente y han venido históricamente a significar prácticamente lo mismo (Casas, 2007, p. 30). Con todo, entendemos por integración, acogiéndonos a la definición clásica de Ernst Haas (1973), el proceso por el cual los Estados nacionales «se mezclan, confunden y fusionan voluntariamente con sus vecinos, de modo tal que pierden ciertos atributos fácticos de la soberanía, a la vez que adquieren nuevas técnicas para resolver conjuntamente sus conflictos».
Rastreando los orígenes de este concepto de integración aplicado a la región latinoamericana, ha sido considerado como precursor el venezolano Francisco de Miranda (Guadarrama, 2020). Esta figura histórica, maestro de Bolívar durante su juventud, tuvo como horizonte la independencia de las colonias del Imperio español y la construcción de una gigante federación de Estados bajo la dirección de uno o dos Incas (Zeuske y Otálvaro, 2017).
No obstante, sería el propio Bolívar quien sentaría las bases para la construcción de un proceso de integración de lo que llamó América Meridional, en contraposición a la América del Norte. Del mismo modo que sucedía con otros rasgos ideológicos, su posición respecto del ideal integrador fue evolucionando en función de las circunstancias, y de nuevo el componente estratégico-militar jugó un papel clave en la construcción del pensamiento integracionista de Bolívar.
A este respecto se plantea que, debido a su pragmatismo, el Libertador entendió que, en términos de defensa ante una potencial invasión, la capacidad de respuesta de las nuevas naciones sería más efectiva en tanto poseyeran una estructura más centralizada, dotando a las naciones conformadas individualmente de una seguridad colectiva (Lynch, 2006, p. 289). La propuesta de Bolívar era la de rearticular las colonias hispanas en tres nuevas naciones, dejando al margen al gigante brasileño. Sin embargo, Bolívar, cuando plantea su ideal de unidad latinoamericana en escritos como la Carta de Jamaica (1815), aún no había experimentado la complejidad de los pueblos de la región, y su visión de unidad se restringía a la Gran Colombia. En documentos del año 1823, por ejemplo, tras haber recibido el rechazo de los peruanos, o tras no haber sido capaz de contener las protestas internas en Colombia, muestra una actitud más pesimista para con ese ideal de unidad que había promovido en sus inicios, planteando incluso para 1830 que «este continente es ingobernable» (Bolívar, 1830).
Es complicado rastrear las razones que fragmentaron de tal forma la composición nacional de los pueblos hispanoamericanos, sin embargo, existen una serie elementos que resultan bastante concluyentes. Por una parte, la existencia de escasas conexiones y redes que facilitaran la movilidad en un espacio tan grande, dificultando así las comunicaciones entre regiones. Por otro lado, los intereses de las oligarquías nacionales que recelaban de ceder cotas de soberanía y poder a instancias ajenas a las que dominaban, a lo que hay que sumar las acciones disgregadoras de los imperialismos de turno (Bossi, 2004). En último lugar, otra literatura afirma que una vez desaparecida la amenaza de una invasión extranjera, se consolidó el proceso de construcción identitaria nacional dejando en un segundo plano la cuestión de la integración, que, si bien quedaría latente a lo largo del siglo XIX, apenas adquiría presencia salvo cuando existía una amenaza exterior (Malamud, 2021, p. 71).
Bajo esta idea, la ausencia de una unión latinoamericana en los años posteriores a la independencia no responde únicamente a la intervención interesada de las élites regionales, sino a la conclusión lógica de un proceso de emancipación y construcción de nuevas naciones y territorio. No existía una presión popular que emanara desde abajo y demandara una unificación hispanoamericana a gran escala, sino que ya en torno al año 1815 se observa una tendencia de construcción de las «patrias chicas», con regionalismos y provincialismos de carácter muy marcado (Casas, 2007, pp. 28-30).
Si bien no existieron durante el siglo XIX y buena parte del XX movimientos significativos en favor de la integración regional, «la utopía unionista continuó su marcha durante los decenios posteriores a la desaparición de Bolívar, con todos sus matices, pero con la misma fuerza en cada re-comienzo» (Montaruli, 2008). El más intenso de esos rescates del ideal integracionista de Bolívar fue realizado por Hugo Chávez, el cual impulsó una serie de proyectos e instituciones supranacionales que tenían como objetivo construir y fortalecer la idea de la «patria grande», en un proceso que de consolidarse habría supuesto cumplir y hacer realidad el sueño de Bolívar (Malamud, 2021, p. 249). Naturalmente, estos proyectos de integración latinoamericana se contraponen a las tentativas panamericanistas estadounidenses, en un intento por «promover un sistema multipolar y, con ello, establecer contrapesos a la pretensión del Gobierno de Estados Unidos de establecer un sistema internacional hegemónico» (Sanahuja, 2009, p. 25).
Gracias a los ingentes beneficios provenientes de la exportación petrolera, el Gobierno venezolano financió la creación de instituciones supranacionales que aportaran respuestas alternativas al libre comercio y al imperialismo de Estados Unidos. Para ello, se constituyó la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA), en contraposición al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), intentando desarrollar un tipo de comercio «de los pueblos», que pretendía incidir en la distribución de la riqueza mediante un programa de cooperación en áreas sociales (Aranda y Salinas, 2015). Esto suponía la aparente superación del Consenso de Washington y el regionalismo abierto de carácter neoliberal que había sido impulsado por los Estados Unidos durante la década de los noventa, y que fue la causa de fondo que permitió el auge de la ola de movimientos progresistas que surgieron en gran parte de los países de América del Sur llegado el siglo XXI.
Este proyecto fue acompañado por la creación de otros organismos como la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), u otros proyectos como Petrocaribe o Telesur. Estas instituciones tenían como propósito fundamental vertebrar más allá de la retórica un genuino espíritu y unidad de los países latinoamericanos bajo el paraguas bolivariano. Este proceso de integración tuvo una abierta voluntad contrahegemónica, con la relación Castro-Chávez como impulsora del ALBA y la incorporación y participación activa de figuras relevantes en el marco de la izquierda latinoamericana como Evo Morales, Rafael Correa o Lula da Silva.
Esta orientación progresista que impera en dichos organismos presenta la desventaja fundamental de que estos proyectos nacen con una orientación ideológica tan marcada que tiende a reducir su actividad a una visión cortoplacista y coyuntural, habiendo sido acusados además de «excesos de ideologismo y burocracia» (Rodríguez Pinzón, 2022). Es decir, siempre y cuando los gobiernos nacionales sean afines al bolivarianismo, la integración de los pueblos latinoamericanos proseguirá su camino, sin embargo, cambios en los liderazgos nacionales pueden enturbiar este proyecto internacionalista. De la misma manera, la orientación ideológica del proyecto hace prácticamente incompatible integrar a países gobernados por la derecha, prueba de ello son los enfrentamientos de Chávez con Chile o Colombia, con efectos políticos que tienden a ser contraproducentes en tanto reavivan los nacionalismos latentes en la región (Arenas, 2005, p. 40).
Este tipo de iniciativas se oponen al regionalismo abierto impulsado por Estados Unidos, conformando una suerte de regionalismo postliberal que se acentúa con la victoria de Chávez en el referéndum revocatorio del año 2004, donde comienza a aplicar una política exterior más proactiva e ideologizada (González, 2007, pp. 159-171). Este regionalismo postliberal liderado por Chávez, que contaba con el apoyo de Morales, Correa, Lula o Kirchner, tenía como base una crítica formal a la globalización y a la liberalización comercial, de la mano de una preocupación por las cuestiones sociales y la lucha para reducir la pobreza y la desigualdad (Sanahuja, 2009, pp. 22-23). De este modo, además de la creación de los organismos mencionados, otros ya existentes como Mercosur o la Comunidad Andina redefinieron sus proyectos combinando su pilar comercial con el desarrollo de otras agendas enfocadas en materia social.
Otros autores han concluido que la política exterior de los gobiernos afines al bolivarianismo encuentra sus fundamentos en una triple correlación entre regionalismo e integración; neomarxismo y contrahegemonía; y neorrealismo y soft balancing (Gratius y Puente, 2018, p. 233). Esta dimensión de protección de la soberanía nacional y de plantear a los diferentes Estados como actores clave que cooperan de manera conjunta como reacción a potenciales injerencias externas, otorga una dimensión neorrealista que va más allá del entramado ideológico de la Teoría Crítica de Robert Cox (1981), configurando una política exterior de carácter más pragmático, pero que sigue conteniendo elementos discursivos del «Socialismo del siglo XXI» que estuvieron presentes en Chávez fundamentalmente a partir del año 2002.
El último de los elementos que ha sido objeto de investigación historiográfica es si se le puede otorgar a Simón Bolívar la condición de precursor de una suerte de socialismo latinoamericano y, como consecuencia de esto, si se le puede considerar como inspirador lejano del «Socialismo del siglo XXI» que encarna la figura de Hugo Chávez. Esta doctrina fue elaborada por Heinz Dieterich Steffan en su libro El socialismo del Siglo XXI, publicado en el año 1996, donde reformula los principios del socialismo centrándose en la participación democrática; la economía planificada con participación de los trabajadores, y el uso de la tecnología y el conocimiento científico para una sociedad más justa (Steffan, 1996).
Respecto a Bolívar, naturalmente, el socialismo entendido como doctrina teórica que emana del pensamiento de Karl Marx no pudo haber estado presente en la praxis política de Bolívar por la sencilla razón de que el alemán elaboró su obra posteriormente al proceso de emancipación de Latinoamérica. Expertos en marxismo latinoamericano afirman, además, que la corriente teórica propiamente marxista apenas llegó a América Latina hasta bien entrado el siglo XX, entre otras cosas por un «menosprecio» de Marx de la realidad latinoamericana (Aricó, 1995, p. 380).
No obstante, si aplicamos una concepción socialista al estilo roussoniano, en tanto incorporación de las mayorías al proceso de construcción y decisión social, ahí sí que existen elementos para asociar a Simón Bolívar, pero sobre todo a Simón Rodríguez, el cual fue el responsable del conocimiento de Bolívar del pensamiento de Rousseau (Pineda, 1983, p. 156). Esta relación con el pensamiento roussoniano se manifiesta en cierta manera en el anhelo de Bolívar por:
La igualdad de todos los seres humanos, por el amor a la naturaleza y a la vida natural, y por el papel que debe jugar el Estado a través de la educación en la formación de los futuros ciudadanos para la República y en la protección de los niños huérfanos y desamparados (Tamara, 2008, p. 119).
La vocación emancipatoria con respecto a la esclavitud, su anhelo de unidad latinoamericana o su enfrentamiento con las élites dominantes en Venezuela invitan a concluir que existía cierta voluntad de Bolívar con un proyecto democrático-popular, entendido en el contexto de la época. Sin embargo, otras versiones críticas afirman que, en esa «reapropiación afectiva» de la figura de Bolívar, se reivindica su condición de revolucionario y su potencial para subvertir del orden establecido, pretendiendo asociarle una voluntad de construcción de una democracia social que nunca pudo articular como consecuencia de una egoísta y codiciosa oligarquía (Harwitch, 2004, p. 14). Este autor precisamente advierte de esa mitificación que interesadamente se ha construido para vincular a Bolívar con un legado revolucionario que habría de ser continuado con el proyecto chavista.
En efecto, Hugo Chávez promovió prácticamente desde sus inicios proyectos sociales que tuvieran como objetivo la incorporación de las capas populares que habían quedado fuera del sistema político anterior. Este fenómeno de incorporación de las clases desposeídas ya había estado presente en la praxis de los populismos clásicos en América Latina en los años cuarenta y cincuenta y son un rasgo clave en los populismos de izquierda, añadiendo a sus proyectos elementos popular-democráticos que se presentan como opción antagónica frente a la ideología de la clase dominante (Saint-Mezard y Funes, 1995, p. 328).
Con todo, el presidente Chávez no solo planteaba discursivamente este empoderamiento democrático del pueblo, sino que efectivamente dotó a la sociedad venezolana de instancias y organismos de decisión política, en una fórmula de democracia participativa o protagónica (Arenas, 2009). Ejemplos de ello son los Círculos Bolivarianos, los consejos comunales, las comunas, las salas de batalla social, etc. Además, en su labor de vincular a las masas con el desarrollo nacional, Chávez implementó una lógica redistributiva por medio de las «misiones», que fueron un elemento clave en las políticas sociales del chavismo, garantizando una distribución asistencialista de la renta petrolera, complementada con programas de ayudas microfinancieras a la economía popular, comunal, industrial y agrícola basada en la pequeña propiedad mercantil organizada en cooperativas y comunidades (Sutherland, 2017).
En ese sentido, es cierto que existió una voluntad democratizante dentro de los movimientos populistas de carácter progresista que vincula en efecto la soberanía y la capacidad decisoria con el sujeto pueblo, descentralizando el poder político en instancias de carácter local. Sin embargo, autores críticos invalidan parcialmente esta dimensión participativa del chavismo argumentando el hecho de que estos grupos están supeditados al interés del grupo gobernante y de facto actúan de manera vertical, articulando una suerte de «dictadura plebiscitaria» que, si bien incorpora elementos de participación democrática, realmente se utilizan para dar validez popular a los designios desde arriba (Patiño, 2007, p. 256).
Incluso la propia Constitución de 1999 buscó garantizar este papel protagónico del pueblo, en un contexto donde los partidos políticos estaban sumidos en el descrédito, hasta tal punto que constitucionalmente se hablaba de «organizaciones con fines políticos», y no de partidos (García-Mayoral, 2024). Además, dicha Constitución promovía la participación popular por medio de los referendos y otras fórmulas participativas recogidas en el capítulo IV del texto constitucional.
Existe una variabilidad lo suficientemente sustancial en este sentido dependiendo de las diferentes experiencias populistas. La importancia que históricamente han tenido las comunidades indígenas en países como Bolivia o Ecuador facilita una construcción más horizontal de la democracia, dificultando así la desconexión de los líderes populares con el sujeto pueblo, diferenciando así un tipo de populismo popular de corte presidencial como el que se da en Venezuela o Argentina (Gratius, 2007, p. 19). La mayor parte de las experiencias populistas han tenido un componente democrático importante, respetando los procesos electorales y aceptando, en mayor o menor grado, las estructuras de la democracia liberal, a pesar de ciertas pretensiones a alimentar sus liderazgos con propuestas como la reelección indefinida o el control de determinados medios de comunicación.
El presente texto ha pretendido abordar la relación histórica que existió entre la figura de Simón Bolívar y la de Hugo Chávez, y los elementos que convergieron en la teoría y la praxis de ambos líderes, así como el ejercicio de interpretación histórica que se produjo con el objetivo de legitimar al movimiento chavista. Alguna de las conclusiones constata que la apropiación de la figura de Simón Bolívar no ha sido un fenómeno exclusivamente propio de Chávez, sino que ha sido una constante en la historia política venezolana. Este rasgo perenne en la cultura política del país ha sido utilizado con el fin de legitimar proyectos políticos de distintas orientaciones ideológicas, otorgándole una dimensión simbólica y mitológica a la figura del Libertador y, como consecuencia, vaciándolo de contenido ideológico.
Por otro lado, la segunda de las ideas fuerza hace referencia al hecho de que no solo fue la figura de Bolívar la que fue utilizada por el chavismo a la hora de construir su entramado ideológico, sino que existen otras figuras clave que completan aquellos espacios en los cuales Bolívar no cumplía con las pretensiones ideológicas del chavismo. Por un lado, la condición socialista de Simón Rodríguez, su marcada preocupación por la instrucción y la articulación de una sociedad inspirada en principios republicanos al estilo roussoniano ha sido elemental en el panorama ideológico del «Socialismo del siglo XXI». Por otra parte, también se acoge por parte de Chávez la figura clave de Ezequiel Zamora, en tanto inspiró la construcción de un poder federal desde abajo, resaltando la importancia democrática del ámbito local y regional y la necesidad de estos para constituir un poder popular frente a las oligarquías.
Considerando estas cuestiones, se puede concluir que la apropiación de Simón Bolívar por parte del chavismo cumplió una función principalmente narrativa y simbólica por encima de la ideológica. Si bien existieron coincidencias en su concepción de la soberanía, en el rechazo al imperialismo o en la voluntad de promover el regionalismo latinoamericano, el tiempo histórico y la diferente coyuntura política dificultan una asimilación total de una ideología «bolivariana» que, por otro lado, siempre fue difusa y estuvo escasamente sistematizada.
A lo largo del texto se ha buscado trazar la importancia simbólica de la figura de Bolívar como mito fundacional venezolano y el uso histórico que se ha hecho de su imagen y legado, considerando el éxito del chavismo en ese ejercicio de apropiación simbólica.
Dicho éxito radica en haber sido capaz de convencer a la ciudadanía de que el proyecto de la Revolución Bolivariana era heredero directo del legado ideológico de Bolívar, cuando la realidad histórica muestra que esa asimilación era en algunos puntos forzosa. En todo caso, la insistencia narrativa en reivindicar a Bolívar, la nomenclatura del país y de alguna de sus instituciones o el uso de su imagen en lugares y actos oficiales generó una vinculación de Chávez con Bolívar que permitió apropiarse del sentir nacional-popular, en contraposición con unas élites encarnadas en la oposición que quedarían vinculadas a intereses externos alejados del proyecto político nacional.
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[1] Discurso del presidente Chávez luego de su Proclamación por el Consejo Nacional Electoral: Caracas 11/12/1998.
[2] Sistema político imperante en Venezuela desde el año 1958 hasta 1999. Su origen se sitúa en 1958 mediante el Pacto del Punto Fijo, un acuerdo de gobernabilidad entre los grandes partidos venezolanos. Para una mayor caracterización del periodo ver los trabajos de Kornblith (2003) o Salamanca (1997).