ISSN: 1130-2887 - e-ISSN: 2340-4396
DOI: https://doi.org/10.14201/alh.31778
MaríaBastidas Aliaga mabasali@alumno.upo.es1
AntonioIáñez-Domínguez aiadom@upo.es1
1 Universidad Pablo de Olavide
Envío: 2023-08-10
Aceptado: 2024-03-14
Publicación: 2024-08-30
RESUMEN: Este artículo analiza las percepciones de las trabajadoras del hogar sobre el trabajo doméstico y de cuidado, ya sea remunerado o no remunerado, en el contexto peruano. A través de 19 grupos focales, se destaca cómo estas trabajadoras sostienen la vida, enfrentando la negligencia social y la ausencia de medidas políticas de protección social, lo cual tiene un impacto directo en su calidad de vida.
Palabras clave: mujeres; trabajadoras del hogar; trabajo doméstico; cuidados; calidad de vida.
ABSTRACT: This article examines the perceptions of domestic workers regarding domestic and caregiving work, paid and unpaid, in the Peruvian context. Through 19 focus groups, this paper highlights how these workers sustain life, facing social neglect and overcoming deeply rooted barriers of exclusion and discrimination in their occupational sector. Additionally, the article addresses the absence of political measures for social protection, which directly impacts their quality of life.
Keywords: women; domestic workers; domestic work; care; quality of life.
El trabajo doméstico y de cuidado, tanto remunerado como no remunerado, desempeña un papel crucial en el bienestar de la sociedad y resulta fundamental para el sustento de la vida en sus diversas dimensiones (Carrasco, 2014; Pérez, 2006; Agenjo, 2021). A pesar de representar alrededor del 90 % del cuidado global, este trabajo sigue siendo mayormente invisible, carece de reconocimiento y lleva consigo una escasa responsabilidad colectiva (Pérez, 2014).
A nivel mundial, el 76,2 % del tiempo dedicado a los cuidados no remunerados recae en mujeres, quienes destinan 3,2 veces más tiempo a estas labores que los hombres (OIT, 2019). En el contexto peruano, estas actividades se ven influenciadas por la división sexual del trabajo y las desigualdades socioeconómicas. Según datos del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI, 2010), las mujeres peruanas dedican significativamente más tiempo a las tareas del hogar en comparación con los hombres. Esta situación se agudizó durante la pandemia (Osorio y Belleza, 2022).
Esto evidencia la sobrecarga de trabajo doméstico y de cuidado que afecta los derechos de las mujeres y su acceso al mercado laboral. Según el informe de Hugo Ñopo para Oxfam (2021), las mujeres en Perú dedican menos horas a actividades remuneradas que los hombres, lo que las lleva a salarios más bajos debido a la alta demanda de tareas domésticas. Esta situación las hace más propensas a empleos precarios, a menudo a tiempo parcial, independientes o con horarios flexibles, reproduciendo condiciones laborales precarias en un entorno laboral altamente informal.
Incluso cuando el trabajo doméstico y de cuidado es remunerado, su contribución tiende a subestimarse (OIT, 2019). En América Latina, esta forma de trabajo, históricamente feminizada, ha sido fuente de desigualdades de género, socioeconómicas y étnicas (ONU Mujeres, OIT y CEPAL, 2020), generando estructuras jerárquicas que se traducen en empleo subvalorado y mal remunerado (Valenzuela, Scuro y Vaca-Trigo, 2020).
Según la OIT (2021) antes de la pandemia, alrededor de 75,6 millones de personas trabajaban en empleos domésticos remunerados en todo el mundo, y el 76,2 % de ellas eran mujeres. Aproximadamente, el 81 % operaba en el sector informal. La COVID-19 agravó la situación, entre el cuarto trimestre de 2019 y el segundo trimestre de 2020, el 72 % de las trabajadoras del hogar en Perú perdieron su empleo. La vulnerabilidad persiste con violaciones sistemáticas de sus derechos laborales, deterioro de sus condiciones de trabajo y restricciones a su movilización.
Perú ha ratificado convenios de la OIT, incluido el Convenio 189 sobre Trabajo Decente para las Trabajadoras y Trabajadores Domésticos (noviembre de 2018). Sin embargo, a pesar de la legislación actualizada (Ley 31047), la informalidad y desigualdad siguen predominando en el sector, dejando a las trabajadoras en una posición vulnerable. Sólo el 4 % de las trabajadoras del hogar tiene un contrato firmado. El 96 % de estas trabajadoras son mujeres, el 34 % son migrantes, el 85 % pertenece a los niveles socioeconómicos más bajos (C y D). El 74 % son el principal sostén de sus familias, y la mayoría tiene personas dependientes, especialmente hijos, en sus hogares (Alva, 2023). Estos resultados subrayan la necesidad de abordar la falta de reconocimiento y valoración de su trabajo y la injusta distribución de los cuidados en sus hogares, afectando directamente su calidad de vida y limitando sus derechos.
En respuesta a estas condiciones, sindicatos y organizaciones de trabajadoras del hogar en Perú[1] han emprendido acciones para el reconocimiento de sus derechos, participando en procesos de diálogo social. Aunque se han logrado avances, la situación actual requiere una intervención política clara del Estado peruano y medidas concretas de empleadores y la sociedad en su conjunto. Las raíces estructurales, culturales y patrones de discriminación que perpetúan la exclusión social de las trabajadoras del hogar exigen una atención especial.
En este contexto, y en medio de los debates sobre la urgencia de crear un Sistema Nacional de Cuidados, este estudio examina la situación de las trabajadoras del hogar que desempeñan un papel crucial en la sociedad peruana. Aunque realizan tareas esenciales que sustentan la vida de muchas familias, su trabajo a menudo sigue siendo invisible, subestimado y carece de la protección necesaria. Este estudio busca arrojar luz sobre las percepciones de estas trabajadoras en relación con la carga del trabajo doméstico y de cuidado, explorando cómo estas percepciones se ven afectadas por la negligencia social, afectando su calidad de vida.
El cuidado, tanto como una necesidad esencial, un trabajo y un derecho, ha sido identificado por teóricas feministas como una preocupación fundamental. Estas teóricas han destacado la falta de reconocimiento y la distribución desigual de los cuidados en los hogares y la sociedad (Fraser, 2016). Diversos estudios y organismos internacionales muestran que las mujeres dedican más tiempo y recursos a tareas domésticas y de cuidado que los hombres, lo que genera desigualdades que limitan su capacidad para ejercer sus derechos sociales, económicos y su acceso al empleo (ONU Mujeres, OIT y CEPAL, 2020).
La literatura académica sobre los cuidados es amplia y diversa, pero definir estas actividades es desafiante debido a su naturaleza multifacética y continua (Pérez, 2006). Según Batthyány (2015), los cuidados abarcan aspectos materiales, económicos y psicológicos, todos destinados a satisfacer las necesidades humanas fundamentales. Los trabajos de cuidados se despliegan a través de la familia, el mercado, el Estado y la sociedad civil, los cuales conforman los vértices del «diamante del cuidado» (Razavi, 2007), dando lugar a diferentes tipos de sociedad y niveles de desigualdad (Gálvez, 2016).
Durán (2017), clasifica los cuidados en directos e indirectos, refiriéndose a acciones que van desde limpieza y gestión hasta actividades de acompañamiento y atención personal. Desde la perspectiva del ciclo de vida (Pérez y López, 2011), se reconoce la necesidad de cuidados a lo largo de todas las etapas de la vida, destacando la interdependencia social y la vulnerabilidad de las personas.
El trabajo doméstico y de cuidados remunerado, reconocido como tal para este análisis, emerge como una respuesta a la falta de provisión por parte de la familia y el Estado, lo que conduce a la externalización de las labores de cuidado, según lo planteado por Anderson (2011). Este tipo de trabajo, al ser fundamental para la reproducción social y el mantenimiento de la fuerza laboral, se inserta en la economía del cuidado, un concepto respaldado por enfoques feministas.
A pesar de su importancia, el trabajo doméstico sigue siendo un ámbito de gran vulnerabilidad, ligado a la explotación económica y social de las mujeres y su papel en la sociedad. Además, el trabajo doméstico está influido por diversos factores interrelacionados, como género, clase social, etnicidad, nacionalidad, educación, edad e idioma (Rodgers, 2009).
El Convenio 189 de la OIT define el trabajo doméstico como aquellas labores realizadas en el hogar para garantizar el bienestar de sus habitantes y llevadas a cabo a cambio de remuneración o compensación económica. En Perú, la Ley Nº 31047 establece las tareas que abarca este tipo de trabajo, desde la limpieza y cocina hasta el cuidado de niños, personas mayores, enfermos o mascotas, y el mantenimiento del hogar, entre otras.
Sin embargo, la realidad de las trabajadoras del hogar no siempre se refleja fielmente en esta definición legal, ya que la regulación establecida a menudo no se cumple. Pérez, Espinosa y Pérez (2023) argumentan que, especialmente en países andinos como Perú, el trabajo del doméstico está marginado, relegando a las trabajadoras en una situación socioeconómica y simbólica precaria.
A la luz de las referencias anteriores, es innegable afirmar que los cuidados desempeñan un papel crucial en la sostenibilidad de la vida y la responsabilidad social. Aunque estudios sobre calidad de vida han pasado por alto la perspectiva de género y los aspectos relacionados con los cuidados, estas dimensiones son fundamentales para comprender la calidad de vida (Valdivia, 2020). Asumir responsabilidades de cuidado representa un factor de vulnerabilidad social que afecta la calidad de vida (Pérez, 2006), mientras que Durán (2017) señala que el acceso al cuidado es un indicador crucial de calidad de vida.
Siguiendo a Valdivia (2020), la calidad de vida se entiende como la capacidad para satisfacer necesidades a lo largo de la vida, considerando dimensiones de tiempo, espacio y entramado social. La calidad de vida de las trabajadoras del hogar y su relación con los cuidados son fundamentales. Aunque el trabajo del hogar puede ser una fuente de sustento, también puede impactar negativamente en la calidad de vida, debido a condiciones laborales precarias y ausencia de protección legal. La falta de reconocimiento social y la discriminación de género también pueden contribuir a una calidad de vida deficiente. Explorar cómo los cuidados influyen en su calidad de vida, tanto al proporcionarlos como al recibirlos, es crucial para comprender su situación completa.
Evaluando siete aspectos (Tabla 1), adaptados del contexto urbano de Barcelona (España) (Valdivia, 2020), se analiza la calidad de vida de las trabajadoras del hogar en Perú.
Tabla 1: Dimensiones para evaluar la calidad de vida de las trabajadoras del hogar
Dimensiones |
Contenido |
Identidad social |
Comprender cómo las trabajadoras del hogar perciben su posición social y cómo esto afecta su calidad de vida |
Acceso a recursos económicos |
Evaluar la capacidad de las trabajadoras del hogar para acceder a recursos financieros suficientes para cubrir sus necesidades básicas y mejorar su calidad de vida. |
Socialización y ocio |
Analizar las oportunidades que tienen las trabajadoras del hogar para participar en actividades sociales y de ocio que contribuyan a su bienestar emocional y social. |
Acceso a cultura y educación |
Examinar las oportunidades de acceso a la cultura y la educación que tienen las trabajadoras del hogar para su desarrollo personal y profesional. |
Salud |
Evaluar el acceso y la calidad de los servicios de salud disponibles para las trabajadoras del hogar, así como su capacidad para mantener un estilo de vida saludable. |
Movilidad |
Analizar las condiciones de movilidad de las trabajadoras del hogar, incluyendo el acceso al transporte público y las condiciones de seguridad en las calles. |
Cuidar y ser cuidado |
Considerar las responsabilidades de cuidado que asumen las trabajadoras del hogar, así como su acceso a cuidados cuando lo necesitan, ya sea por parte de familiares, amistades o servicios profesionales. |
Fuente: Elaboración propia a partir de Valdivia (2020).
Estos aspectos se abordan de manera interrelacionada y dinámica para comprender la calidad de vida de las trabajadoras del hogar en el contexto específico de Perú.
La investigación se llevó a cabo en la región de Lima que, según la Encuesta Nacional de Hogares sobre Condiciones de Vida y Pobreza, 2010-2019, del INEI, es la región con la mayor concentración de trabajadoras del hogar en el Perú. La costa (76,9 %) es la zona geográfica predominante para esta ocupación, lo que explica que el 94,4 % de las trabajadoras del hogar se encuentren en entornos urbanos.
El presente estudio se fundamenta en una metodología de investigación cualitativa con enfoque feminista, que aboga por la construcción de conocimientos situados, y que implica la formulación de afirmaciones históricas y culturalmente contextualizadas, buscando la visualización parcial de procesos específicos. Esto incluye aspectos como la crisis de los cuidados en el contexto occidental y las experiencias andinas relacionadas con la noción del buen vivir (Pérez, 2006; Agenjo y Santillán, 2012).
Se emplearon grupos focales para explorar en profundidad las experiencias y opiniones de grupos de mujeres, lo que permitió una comprensión más completa del tema. Según Valdivia (2020), los grupos focales buscan enriquecer el diálogo con opiniones diversas, sin necesidad de llegar a un consenso único.
En total, se llevaron a cabo 15 grupos focales con la participación de 75 mujeres no organizadas (Tabla 2) y 4 grupos focales con la participación de 21 mujeres organizadas (Tabla 3), llevados a cabo entre noviembre de 2016 y abril de 2017. La selección de las participantes se basó en los siguientes criterios: ser trabajadora del hogar o haber trabajado en régimen llamado «cama adentro» o «cama afuera»[2], migrante interna[3] o no, ser mayor de edad, estar «organizadas» o «no organizadas»[4].
Tabla 2: Perfil de las trabajadoras del hogar no organizadas
Migración |
Edad |
Formación |
Modalidad contrato |
Tiempo |
|
GF1 6 |
2 migrantes 4 Lima |
25-69 |
Primaria Secundaria |
Cama afuera Cama adentro |
Tiempo parcial/horas |
GF2 6 |
5 migrantes 1 Lima |
25-60 |
Primaria Secundaria Técnico |
Cama afuera |
Tiempo completo |
GF3 6 |
3 migrantes 3 Lima |
40-70 |
Primaria Secundaria |
Cama afuera |
Tiempo completo |
GF4 6 |
3 migrantes 3 Lima |
17-42 |
Secundaria |
Cama afuera Cama adentro |
Tiempo completo |
GF5 6 |
4 migrantes 2 Lima |
32-50 |
Primaria Secundaria Técnico |
Cama afuera |
Tiempo completo Tiempo parcial/horas |
GF6 6 |
4 migrantes 2 Lima |
32-50 |
Secundaria |
Cama afuera |
Tiempo completo |
GF7 6 |
5 migrantes 1 Lima |
28-62 |
Primaria Secundaria |
Cama afuera Cama adentro |
Tiempo completo |
GF8 6 |
4 migrantes 2 Lima |
17-63 |
Primaria Secundaria Superior |
Cama afuera |
Tiempo completo |
GF9 6 |
1 migrante 5 Lima |
18-32 |
Secundaria Técnico |
Cama afuera Cama adentro |
Tiempo completo Tiempo parcial/horas |
GF10 4 |
1 migrantes 3 Lima |
48-63 |
Secundaria |
Cama afuera |
Tiempo completo Tiempo parcial/horas |
GF11 4 |
1 migrante 3 Lima |
26-58 |
Secundaria |
Cama afuera |
Tiempo completo Tiempo parcial/horas |
GF12 4 |
4 migrantes |
33-51 |
Primaria Secundaria |
Cama adentro |
Tiempo completo |
GF13 3 |
2 migrantes 1 Lima |
23-68 |
Primaria Secundaria |
Cama afuera |
Tiempo completo |
GF14 3 |
2 migrantes 1 Lima |
45-50 |
Secundaria |
Cama afuera Cama adentro |
Tiempo completo |
GF15 3 |
3 migrantes |
46-60 |
Secundaria |
Cama afuera |
Tiempo completo |
Fuente: Elaboración propia.
El análisis del perfil de participantes (Tabla 1 y Tabla 2) revela diferencias y similitudes entre mujeres organizadas y no organizadas en los grupos focales. Ambos grupos son mayoritariamente migrantes internas, pero difieren en la distribución de edades, niveles educativos y modalidades de contrato. Las mujeres no organizadas muestran una mayor variabilidad en edades y tienen una presencia significativa en la modalidad cama afuera, mientras que las organizadas refieren haber trabajado cama adentro y tienen una edad más concentrada en la adultez. Durante la entrevista, algunas de las líderes no estaban en ejercicio de sus responsabilidades laborales habituales, ya que se encontraban dedicadas a sus funciones a tiempo completo. A pesar de esto, se consideró esencial su participación debido a la significativa relevancia de su experiencia.
Tabla 3: Perfil de las trabajadoras del hogar organizadas
Migración |
Edad |
Formación |
Modalidad contrato |
Tiempo |
|
GF1 6 |
6 migrantes |
20-64 |
Primaria Secundaria Técnica |
Cama adentro |
Tiempo completo |
GF2 6 |
5 migrantes 1 Lima |
48-61 |
Primaria Secundaria Superior |
Cama adentro |
Tiempo completo |
GF3 5 |
4 migrantes 1 Lima |
23-50 |
Primaria Secundaria Técnica superior |
Cama adentro Cama afuera |
Tiempo completo |
GF4 4 |
4 Huaura |
55-64 |
Secundaria Superior |
Cama afuera |
Tiempo completo |
Fuente: Elaboración propia.
La importancia de separar los grupos focales por grupos de mujeres organizadas y no organizadas radica en identificar las diferentes dinámicas, experiencias y necesidades que pueden surgir en estos dos contextos distintos. El estudio planeó que cada grupo de discusión contara con un mínimo de tres y un máximo de seis participantes. Aunque se recomienda tener al menos cinco participantes para una interacción más rica y representativa, grupos de 3 o 4 aún pueden ofrecer información valiosa. La calidad de la discusión no solo depende del número de participantes, sino también de la dinámica del grupo, las preguntas planteadas y la capacidad de la moderadora para fomentar una participación equitativa y significativa.
Se procuró mantener la mayor heterogeneidad posible en términos de migración interna, edad, formación, modalidad de contrato y tiempo de trabajo, porque se ha considerado que tenían un peso importante sobre la vivencia e interpretación de los cuidados y la calidad de vida.
Se llevaron a cabo contactos iniciales con las organizaciones de trabajadoras del hogar para identificar y contactar a mujeres involucradas en diversas asociaciones. Además, se accedió a las trabajadoras del hogar no organizadas a través de actores claves y personas conocidas. Se utilizó la técnica de «bola de nieve», que permite crear una cadena de contactos que se expande iterativamente, hasta alcanzar la cantidad de personas previstas, teniendo cuidado de no introducir sesgos al favorecer a participantes con experiencias o perspectivas similares.
La mayoría de mujeres que participaron en los grupos focales no se conocían previamente, se creó un ambiente de confianza y confraternidad entre ellas. El tiempo promedio dedicado a cada grupo de discusión fue de 1.5 horas. Se empleó un guion con los principales temas (cuidados, trabajo doméstico remunerado y no remunerado y calidad de vida) para permitir que todas las participantes intervinieran de manera equitativa y espontánea, expresando sus opiniones basadas en sus experiencias.
El análisis del grupo focal implico categorías preestablecidas para sistematizar la información. Después del volcado, se llevó a cabo una lectura y una codificación abierta, seguida de una lectura relacional y una codificación, permitiendo la identificación de temas y factores claves en relación al trabajo doméstico y de cuidados y calidad de vida.
Todas las entrevistas que tienen consentimiento informado fueron grabadas, transcritas y posteriormente codificadas. Estas transcripciones sirvieron como material para el análisis. El objetivo principal fue buscar puntos de convergencia entre los grupos en las estructuras de significado a través de las cuales las participantes entendieron y vivieron sus prácticas domésticas y de cuidado, en el contexto peruano.
La investigación revela una riqueza de perspectivas en torno al cuidado, identificando diversas facetas que reflejan la polisemia inherente a esta labor. Algunas participantes reconocen la amplitud de contextos y necesidades que abarca el cuidado, desde el cuidado de personas hasta el de animales y objetos. Esta ampliación del espectro del cuidado ofrece una visión innovadora, destacando la interconexión entre las acciones de cuidado y la interacción con el entorno.
[…] hay varios tipos de cuidados […] pueden ser cuidados de personas, las cosas de uno mismo, cuidado de animales y todo eso. Y depende pues no, que a un animal no lo vas a cuidar diferente a lo que cuidas a unas personas […] esa es mi opinión (D., 46 años, GF15, no organizada).
Por otro lado, las voces de las trabajadoras organizadas destacan los posibles aportes económicos indirectos que podrían surgir mediante el reconocimiento y la valoración de su labor no remunerada, especialmente en términos de impuestos y servicios públicos. Argumentan que, a pesar de la ausencia de remuneración directa, sus actividades en el hogar benefician al Estado mediante los impuestos pagados por las personas a las que asisten. Esta perspectiva resalta cómo el trabajo no remunerado también tiene impactos económicos y puede sustentar la provisión de servicios públicos esenciales. En Perú, las labores no remuneradas representan un 20,4 del Producto Interno Bruto (PIB) del país (CEPAL, 2021), lo que subraya su valor económico. El énfasis en el aporte económico se complementa con discursos que subrayan la importancia fundamental de la labor doméstica y de cuidado para el funcionamiento de la sociedad.
Desde la perspectiva de las trabajadoras del hogar, emergen dos enfoques fundamentales que delinean su experiencia laboral. Por un lado, el trabajo es concebido como una labor que aporta una compensación monetaria por el esfuerzo dedicado, según la concepción general de la sociedad. Las trabajadoras organizadas y no organizadas, reconocen la importancia económica de su labor para mantener sus hogares y satisfacer las necesidades básicas, subrayando la estrecha conexión entre el trabajo, el bienestar y la supervivencia.
El trabajo es… algo muy importante que todo ser humano necesita para sobrevivir, para salir adelante, para la manutención de su hogar y la de su familia (M., 39 años, GF4, no organizada).
Sin embargo, ellas indican que sus salarios suelen ser significativamente bajos en comparación con otras ocupaciones en el mercado laboral, y las contrataciones tienden a llevarse a cabo de manera informal, lo que restringe su acceso a la protección social. En este sentido, Rodgers (2009) destaca que el trabajo doméstico es subvalorado y mal remunerado, no solo por ser realizado mayoritariamente por mujeres, sino también porque muchas de ellas pertenecen a grupos desfavorecidos, como personas de bajos recursos, afrodescendientes, indígenas y migrantes.
Por otro lado, el trabajo es también considerado una actividad que confiere dignidad a las personas y contribuye a definir su identidad. Las trabajadoras expresan que el trabajo dignifica a la persona, otorgándole un sentido de propósito y realización.
Yo creo que sí aporta bastante; bastante, porque a las personas de ese hogar les ayuda a desenvolverse, a desarrollarse aún más, porque si no ellos no podrían ir a estudiar, ni a trabajar, ni a desempeñarse en lo que ellos mismos hacen. Sí ayuda bastante a la sociedad, para el desarrollo de la misma familia (S., 34 años, GF2, no organizada).
Esta perspectiva refleja la valoración intrínseca del trabajo como una parte integral de la vida humana y como un elemento que va más allá de la simple obtención de ingresos. Sin embargo, algunas trabajadoras, sobre todo las organizadas, señalan que su dignidad e identidad se ven afectadas debido al incumplimiento constante de sus derechos, las discriminaciones múltiples que enfrentan y a la falta de acción por parte del Estado.
Explorar la percepción de las trabajadoras del hogar respecto a su posición social y su impacto en la calidad de vida implica comprender el entrelazado vínculo entre el individuo y su contexto sociopolítico. Este vínculo se forja en la interacción con roles y grupos de pertenencia, evidenciando la evolución de identidades individuales y colectivas a lo largo del tiempo, moldeadas por la participación en actividades comunitarias.
Las múltiples actividades desempeñadas por las trabajadoras del hogar contribuyen a la construcción de identidades diversas, reflejadas en la complejidad de roles y responsabilidades que abrazan en su día a día. Estas mujeres no solo ejercen labores laborales específicas, sino que también desempeñan roles fundamentales como madres, esposas, hijas, hermanas, amigas y miembros activos de sus comunidades. Además, suelen equilibrar diversas responsabilidades simultáneamente, desde el trabajo remunerado hasta el cuidado de familiares, e incluso, en algunos casos, participan como activistas o defensoras de sus propios derechos. Esta multiplicidad de funciones y responsabilidades contribuye a la formación de identidades complejas y multifacéticas.
Sin embargo, las trabajadoras del hogar, especialmente aquellas que no están organizadas, enfrentan limitaciones significativas en cuanto a la disponibilidad de tiempo para involucrarse en las actividades de sus comunidades, como expresó una participante:
Es muy poco el tiempo, ¿no? Porque uno trabaja hasta los sábados y solo domingos descansa, es muy poquito el tiempo (E., 68 años, GF1, no organizada).
Las exigencias laborales intensivas y las múltiples responsabilidades que afrontan estas mujeres reducen su capacidad para asumir roles activos en organizaciones y en la comunidad en general, subrayando la importancia del tiempo como un recurso escaso y valioso para ellas.
En contraste, las trabajadoras del hogar que están organizadas muestran un fuerte compromiso social y solidaridad con sus compañeras. Proporcionan apoyo emocional, orientación legal e información sobre salud y prevención de la violencia, contribuyendo al bienestar y protección de mujeres en situación de vulnerabilidad. Así lo manifestó una trabajadora organizada:
El tema del cuidado, aparte de que soy promotora de salud, también pertenezco al CEM, el Centro de Emergencia Mujer. Apoyo a mi comunidad, salimos a los colegios, a los alumnos, a dar clases de cómo es la violencia, cómo deben permanecer en la etapa de la juventud y la etapa del enamoramiento (L., 59 años, GF4, organizada).
Estas acciones de cuidado comunitario benefician tanto a las receptoras como a las proveedoras, permitiéndoles desarrollar habilidades, conocimientos, redes y autoestima que fortalecen su empoderamiento personal y colectivo. Así destacó una participante:
No puedo estar para mí personalmente dejando el problema de la compañera, ¿no? En ese sentido, ser dirigente es bien sacrificado, yo no tengo sueldo, no tengo trabajo, pero sí el capital de las compañeras que llegan, y eso es el cuidado, o sea, alienta porque yo tengo mis años, si me faltaría eso también peor sería, ¿no? (A., 70 años, GF2, organizada).
En síntesis, las trabajadoras del hogar organizadas ejercen una ciudadanía activa al demandar el reconocimiento de sus derechos y convertirse en agentes de cambio social. Superan las barreras de exclusión y discriminación arraigadas en su sector laboral, mostrando determinación, resistencia y adaptabilidad para mejorar su calidad de vida. Sus estrategias incluyen optimizar el tiempo, fomentar el autocuidado y buscar apoyo familiar para las no organizadas, mientras que las organizadas buscan formación, redes comunitarias y participación política. Estas acciones reflejan su resiliencia y búsqueda activa de transformación social, contribuyendo a una sociedad más equitativa y justa mediante la unión y la expresión de sus voces para derribar las barreras que limitan sus oportunidades y capacidades.
El trabajo doméstico enfrenta diversos desafíos que contribuyen a su precariedad, entre los cuales se destacan la subvaloración intrínseca del trabajo, su asociación arraigada con el género femenino, la reproducción de jerarquías sociales entre quienes pueden pagar servicios de cuidado y las trabajadoras del hogar, así como la relación altamente jerarquizada entre empleadores y trabajadoras. Estos factores, analizados por autores como Fraser (2016), Rodgers (2009) y Pérez (2020), delinean la complejidad de la situación y subrayan la urgencia de abordar estas problemáticas para alcanzar una equidad genuina en este ámbito laboral.
En los testimonios de las trabajadoras, resalta que sus salarios se negocian individualmente al momento de la contratación, y se encuentran en una posición de inferioridad (social, cultural y económica) para llevar a cabo estas negociaciones. Además, la gran mayoría carece de un contrato de trabajo formal, siendo los acuerdos mayoritariamente verbales, lo que afirma la precariedad de este empleo.
Específicamente, mis acuerdos son de palabra… trabajo hasta que me indiquen o hasta que lo decida (E., 55 años, GF15, no organizada).
Esta falta de formalización impacta la calidad de su trabajo y genera incertidumbre sobre sus derechos y beneficios. Es importante destacar que, debido a la naturaleza oral de estos acuerdos, hay mayores posibilidades de incumplimiento.
Sin contrato, pagan a destiempo y a veces no les importa pagar (F., 63 años, GF8, no organizada).
Esto conduce a la vulneración de derechos y a la prolongación de las jornadas laborales. Las trabajadoras, conscientes de esta situación, enfrentan limitaciones para exigir mejoras, debido a la falta de opciones de empleo y al temor a perder oportunidades. Existen casos excepcionales en los que las trabajadoras organizadas logran beneficios y condiciones laborales adecuadas, aunque son una minoría. Sus relatos contrastan con los de aquellas que no están organizadas, que aceptan sus condiciones por desconocimiento de sus derechos básicos.
No, no tengo ningún contrato la verdad, pero tampoco estoy apurada en hacer contrato (ríe); porque donde que estoy me siento bien de verdad, me siento tranquila, me siento como en mi casa… así que para trabajar no necesito… (D., 46 años, GF15, no organizada).
La falta de contratos formales hace que las trabajadoras del hogar carezcan de seguro de salud, vacaciones, gratificaciones y otros derechos fundamentales. Algunas cuentan con seguros estatales, pero estas opciones limitadas exponen su vulnerabilidad y afectan su salud. Esta situación expone la precariedad y la subvaloración de las labores de cuidado, dejando a las trabajadoras en una posición de riesgo en cuanto a su salud y bienestar.
Me enfermo y pago mis gastos, no me reconocen los costos (C., 33 años, GF6, no organizada).
Por otro lado, las trabajadoras organizadas presentan una mayor comprensión de sus derechos y son menos propensas a aceptar malas condiciones laborales.
Las compañeras saben que se respetan derechos y condiciones (A., 70 años, GF2, organizada).
Estas situaciones subrayan la urgencia de mejorar las condiciones laborales y derechos de las trabajadoras del hogar, resaltando cómo la falta de contratos formales y beneficios contribuye a la vulnerabilidad de estas mujeres.
La socialización y el ocio significan relacionarse voluntariamente con otras personas y disponer de tiempo para actividades recreativas. Se destaca la conexión entre el tiempo libre y las responsabilidades no remuneradas, especialmente para las mujeres, y cómo esto impacta su capacidad de interactuar socialmente.
La multiplicidad de labores que realizan las trabajadoras del hogar dificulta el pleno desarrollo de relaciones interpersonales, lo que afecta negativamente su calidad de vida. Este fenómeno se acentúa aún más en aquellas que trabajan bajo la modalidad de «cama adentro». La escasez de tiempo se manifiesta de manera contundente, como lo expresó una participante que trabaja bajo esta modalidad:
Para mí, especialmente, no tengo tiempo porque trabajo cama adentro. No tengo espacio para mis amistades ni para mi familia. Los fines de semana, teóricamente destinados al descanso, se ven absorbidos por las obligaciones, estudios y quehaceres domésticos. Aunque intento que el tiempo me alcance, siempre resulta insuficiente. Anhelo visitar a mi familia y reunirme con mis amistades, pero las exigencias laborales me lo impiden. En realidad, no tengo tiempo para nada (A., 20 años, GF1, organizada).
La complejidad de esta situación temporal se origina en varios factores. En primer lugar, la falta de reconocimiento y respeto por parte de los empleadores, quienes, en ocasiones, las tratan con indiferencia, desconfianza o autoritarismo, desvalorizando tanto su trabajo como sus derechos laborales. En segundo lugar, la débil comunicación y convivencia con sus familiares, especialmente con sus hijos e hijas, generan sentimientos de descuido y abandono que estos no comprenden ni aprecian. Por último, la escasa disponibilidad y participación en actividades sociales y recreativas lleva al distanciamiento de amistades que, por falta de conexión, se alejan u olvidan de ellas.
Según Carrasco (2007), el acceso a la educación y el conocimiento, desde la óptica de los derechos humanos, implica que todas las personas deben tener la capacidad de desarrollarse plenamente de manera libre y consciente, comprendiendo su identidad, la de los demás y la historia de su comunidad.
En general, las trabajadoras no organizadas manifiestan dificultades para acceder a la educación y, aún más, a programas que les permitan fomentar su profesionalización mediante la capacitación y certificación de competencias. Además, otras, especialmente las más jóvenes en edad de estudiar, destacan que tienen dificultades para conciliar su vida laboral y familiar con sus estudios, lo que les ocasiona dificultades.
Experimento fatiga, ya que estudio y trabajo. Además, soy madre y padre para mi hija menor, ya que su papá nos abandonó (J., 25 años, GF2, no organizada).
A nivel emocional, la multiplicidad de sus labores reduce considerablemente el tiempo que estas mujeres pueden dedicar a sí mismas y a su bienestar mental. Las desigualdades estructurales, las condiciones laborales precarias y la ausencia de apoyo estatal y social para abordar estos desafíos se entrelazan para limitar el desarrollo de las trabajadoras del hogar en sus diversas capacidades.
La salud abarca el bienestar físico y mental, teniendo en cuenta factores como la accesibilidad a servicios de salud, condiciones ambientales físicas, económicas y temporales, pueden impactar en la población. Carrasco (2007) subraya la estrecha relación entre el acceso al cuidado de la salud y la autonomía, siendo este un indicador fundamental de la calidad de vida.
Las trabajadoras del hogar expresan que, cuando se enferman, no tienen derecho a la atención médica contributiva ni a prestaciones por enfermedad, accidente u otros eventos que les impidan trabajar. La sobrecarga laboral tanto en los hogares donde trabajan como en los propios, tiene un impacto significativo en su salud física, afectando su bienestar.
Me siento agotada. Tengo taquicardia, presión arterial alta y, recientemente, me diagnosticaron diabetes. Estoy preocupada por mi salud (B., 40 años, GF3, no organizada).
En el proceso de exploración, surge la fatiga y el agotamiento como temas fundamentales. La precariedad laboral y la sobrecarga de tareas domésticas generan impactos tanto físicos como emocionales en estas mujeres. En su día a día, enfrentan rutinas extenuantes y un cansancio persistente, con limitaciones para descansar debido a su rol crucial en la operación familiar.
Por otro lado, algunas entrevistadas consideran el cansancio como una forma de hastío, expresando aburrimiento por la repetición constante de tareas en sus empleos y al regresar a sus hogares para asumir roles similares de cuidado no remunerado.
Sí, me siento cansada porque el trabajo es arduo, no solo aquí, sino también en casa (C., 50 años, GF14).
Este agotamiento físico es más notorio entre las mujeres jóvenes, posiblemente debido a sus expectativas de movilidad social y aspiraciones laborales. En contraste, las mujeres mayores tienden a resignarse ante la monotonía y repetitividad de su trabajo remunerado, reflejando cómo priorizan aspectos específicos según su etapa de vida.
Respecto al bienestar emocional, el agotamiento va más allá de lo físico, influyendo en la satisfacción vital, las aspiraciones futuras y la autoestima. El cansancio se manifiesta sintomáticamente, con todas las mujeres reportando sentirse cansadas debido a las múltiples responsabilidades, lo que a veces desencadena problemas de salud como estrés y ansiedad.
Este panorama refleja la negligencia estatal hacia el trabajo de cuidado, confinándolo al ámbito doméstico y exacerbando la falta de corresponsabilidad social.
La movilidad, se refiere a las diversas formas en que las personas se desplazan para llevar a cabo sus actividades diarias. Es esencial destacar cómo la estructura de las redes de movilidad puede dar lugar a desigualdades, particularmente para las mujeres, cuyas responsabilidades de cuidado pueden influir significativamente en sus experiencias.
En el caso de las trabajadoras del hogar que laboran fuera de sus residencias, muchas de ellas residen en áreas alejadas de las ciudades, a menudo en entornos empobrecidos. Este escenario impacta sustancialmente en sus rutinas diarias debido a las largas distancias y las limitaciones en el transporte. Además, se ven obligadas a adoptar estrategias de protección debido a la inseguridad prevalente en las ciudades, como lo ilustra el testimonio de una trabajadora:
[…] cuando regreso de mi trabajo a mi casa, tengo que caminar por sitios donde haya bastante claridad, donde haya bastante gente. Busco mayormente que sean sitios seguros porque en la calle está expuesta a cualquier cosa, y siempre hay que tratar de ver qué está delante y detrás de cada uno (E., 42 años, GF4, no organizada).
La inseguridad no se limita al ámbito doméstico, ya que algunos testimonios revelan experiencias de violencia, explotación y discriminación en el entorno laboral. Las trabajadoras del hogar enfrentan críticas constantes, descalificaciones y desmotivación, evidenciando un patrón de violencia laboral que incluye gritos y descontento por su desempeño.
Malas, porque cuando haces algo malo se molestan, te gritan, hay abuso (P. 29 años, GF, no organizadas).
La situación se agrava para mujeres en situaciones de mayor marginalidad económica, como las indígenas y migrantes internas. Muchas de ellas aceptan empleos por salarios inferiores al mínimo, enfrentándose a insultos y maltratos.
En el caso mío, sí me trataron mal […], me decían «serrana», me decían montón de cosas físicamente y verbalmente […] en el caso mío hubo más racismo, yo llamaría racismo, discriminación también a la persona, porque se fijaban hasta la manera como eras, hasta tu manera física como eras, o sea en todo eso se fijaban. Hasta para comer era, sobraba hoy comida bastante y me hacían comer dos o tres días esa misma comida […] A mí me hacían dormir por ejemplo debajo de la escalera en ese huequito que hay siempre debajo de la escalera, me compraron una cama de fierro de una plaza y ahí era mi cama, o sea no era personal, una puerta, sino era libre, pasaba quien pasaba me veía que estaba durmiendo, no tenía cortina, no tenía nada (C. 40 años, GF 12, no organizada).
Este tipo de diferenciación, evidente en la práctica cotidiana, ilustra cómo en el trabajo doméstico remunerado se entrelazan diversas variables (género, clase social, etnicidad/raza, nacionalidad, etc.). Estas intersecciones dan lugar a múltiples formas de discriminación, perpetuando las diferencias jerárquicas y reforzando la imagen de la trabajadora del hogar como «ciudadanas de segunda clase», como argumentan Pérez, Espinosa y Pérez (2023).
Hace hincapié en el acceso al cuidado, destacando la importancia de satisfacer necesidades biológicas, sociales y emocionales, con énfasis en indicadores cualitativos para evaluar esta capacidad.
Las responsabilidades del cuidado de las trabajadoras del hogar organizadas y no organizadas van más allá de las tareas domésticas y el cuidado directo de familiares, incluyendo roles como hermanas mayores y cuidadoras en contextos más amplios.
En algunos aspectos eh… sí se ha dado, me gustaba preocuparme bastante por mis hermanos. Somos siete hermanos y yo muchas veces hago el papel de hermana mayor cuidándolos y viendo pues, ¿no? Que a cada uno de ellos no les falte y también a mis padres y algunas veces sí he dejado de darme algunos gustos para mí misma para poder dar a mis hermanos y a mis padres (S., 34 años, GF2, no organizada).
Aunque expresan un compromiso constante con el bienestar de los demás, especialmente familiares, esta dedicación también revela desafíos y tensiones en su vida diaria. La acumulación de múltiples roles, como la maternidad y el trabajo remunerado, puede ser agotadora y limitante para su bienestar personal, y a menudo resulta en descuidos hacia ellas mismas.
La dificultad para encontrar tiempo propio y equilibrar obligaciones laborales y familiares y comunitarias, es evidente, y la carga emocional y afectiva del trabajo de cuidado se manifiesta en la conexión entre las tareas domésticas y el amor hacia sus familias. Estas experiencias subrayan lo que Torns (2008) señala la complejidad del trabajo no remunerado, destacando elementos subjetivos, afectivos y emocionales que a menudo se pasan por alto en enfoques centrado en el tiempo.
La intersección entre género y clase social introduce una capa adicional de complejidad en las vivencias de las trabajadoras. La infraestructura habitacional se revela como un factor determinante, ya que muchas de ellas residen en condiciones precarias, lo que, a su vez, repercute en la viabilidad y eficacia de los recursos tecnológicos de apoyo.
Todos son así. Yo soy humilde, el mío (hogar) es de calamina y triplay. No tenemos todos los servicios. El agua la llenamos en tachos (C., 40 años, GF12, no organizada).
Las condiciones de vivienda precarias y la carencia de acceso a recursos tecnológicos ejemplifican cómo las desigualdades de género y socioeconómicas se entrecruzan, moldeando las experiencias y oportunidades de las mujeres. La voz de las trabajadoras del hogar resalta la ausencia de tiempo y recursos para cuidarse y la importancia de reconocer y valorar su papel esencial en la sociedad, no solo en las labores domésticas, sino también en la construcción de relaciones interpersonales y la cohesión comunitaria.
El análisis de los aspectos relacionados con la calidad de vida de las trabajadoras del hogar es fundamental para comprender la complejidad de sus experiencias y los desafíos que enfrentan en su vida diaria.
Las trabajadoras del hogar, especialmente aquellas que no están organizadas, enfrentan numerosos desafíos para equilibrar las demandas laborales en el hogar con los recursos disponibles. Sus testimonios revelan que asumen la responsabilidad del cuidado en sus hogares en diversas circunstancias y con recursos limitados, a menudo renunciando a eventos familiares o transfiriendo estas responsabilidades a otras mujeres dentro de la familia, como hijas, madres o abuelas. Este escenario conduce a que muchas de ellas opten por el trabajo doméstico remunerado como su única opción laboral viable.
Los cuidados intensivos y la escasez de tiempo libre restringen significativamente la participación de las trabajadoras del hogar en actividades comunitarias y sociales, lo que afecta su capacidad para establecer redes de apoyo y participar en la esfera pública de manera significativa. Además, la falta de acceso a servicios de salud adecuados, programas sociales apropiados y la ausencia de tiempo para su propio cuidado contribuyen a su vulnerabilidad y al deterioro de su bienestar general.
Las trabajadoras del hogar enfrentan condiciones laborales precarias que impactan significativamente en su calidad de vida. La prevalencia de empleos no registrados, que caracteriza a la mayoría de ellas, implica que un gran número carezca de protección adecuada. Los bajos salarios, el incumplimiento de derechos laborales y las intensas cargas de trabajo contribuyen a su vulnerabilidad económica y social. La limitada participación en organizaciones laborales, el desconocimiento de sus derechos y la dificultad para acceder a educación y capacitación obstaculizan su desarrollo personal y profesional. Además, la escasez de tiempo para el descanso necesario y la exposición a múltiples situaciones de violencia y discriminación afectan su salud física y emocional.
En definitiva, se pone de relieve la compleja realidad de las trabajadoras del hogar en el Perú, marcada por desigualdades de género, clase y etnia que afectan su bienestar y calidad de vida. La intersección del trabajo de cuidado no remunerado y remunerado genera una doble jornada que limita sus oportunidades y desarrollo. La falta de corresponsabilidad de género y la inacción estatal refuerzan esta situación, perpetuando la sobrecarga y el agotamiento físico y emocional. A pesar de estas limitaciones, las trabajadoras del hogar adoptan estrategias de afrontamiento, como redes de apoyo y búsqueda de formación, que reflejan su resiliencia y deseo de cambio. Sus testimonios nos recuerdan que, incluso en entornos laborales precarios, el empoderamiento y la solidaridad pueden allanar el camino hacia un futuro más justo y equitativo para todas las trabajadoras del hogar.
Es esencial abordar las desigualdades mediante una respuesta integral que reconozca los cuidados como una responsabilidad social y política, con perspectiva de género. Se requiere apoyo estatal para valorar el trabajo de las trabajadoras del hogar, garantizar condiciones laborales dignas, redistribuir el trabajo de cuidado no remunerado y promover la representación de estas trabajadoras en espacios de diálogo social y negociación colectiva, como lo recomienda la OIT.
Es importante no perder de vista que es indispensable que el Estado peruano, las empresas, los sindicatos y la sociedad civil entiendan que el acceso de las trabajadoras del hogar a la protección social juega un papel importante en su formalización y la mejora de su calidad de vida.
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[1]. En el Perú, existen sindicatos y organizaciones de trabajadoras del hogar, como SINTTRAHOL, SINTRAHOGARP, FENTTRAHOP, FENTRAHOGARP, SINTRAHLES, SINTRAHOPH, ANTRAH, IPROFOTH, CCTH, AGTR y JOC Perú. Agradecemos especialmente a las trabajadoras del hogar y a las organizaciones que participaron en esta investigación, aunque no todas las mencionadas estuvieron involucradas.
[2]. Por «cama adentro» se refiere a cuando la trabajadora vive y trabaja en el hogar de su empleador, mientras que «cama afuera» se refiere a cuando la trabajadora no vive en el hogar de su empleador. En otros países, se utilizan el equivalente de «internas» y «externas».
[3]. Migrante interna se refiere a las mujeres que cambiaron de residencia habitual para vivir en un nuevo lugar o ciudad.
[4]. «Organizadas» se refiere a las mujeres que participan en alguna organización o sindicato de trabajadoras del hogar, mientras que «no organizadas» hace referencia a aquellas que no están afiliadas a ninguna organización o sindicato.