ISSN: 1130-2887 - e-ISSN: 2340-4396

Manolo E. Vela Castañeda (editor) (2020). Guatemala, la infinita historia de las resistencias. 677 págs. Ciudad de México: Universidad Iberoamericana. ISBN: 978-607-417-680-3.

A través de 11 capítulos centrales; un prólogo, escrito por Romana Falcón; una introducción; y un capítulo en el que se presenta el esquema de análisis y las lecciones de método, Guatemala, la infinita historia de las resistencias explica –en el contexto de la guerra en Guatemala– las razones de los vínculos de ocho regiones de Guatemala con las organizaciones guerrilleras. Se trata, por consiguiente, de un estudio que aborda un tema central desde una perspectiva diacrónica que, sin embrago, no deja de tener en cuenta la necesaria dimensión territorial de un país de extrema complejidad.

Esta relación emergió, según se pone de manifiesto a lo largo de toda la obra, de las necesidades históricas de opresión. Pero, detrás de esas convicciones, un elemento fundamental del libro es que nadie vio venir la maquinaria de guerra genocida estatal.

A continuación, presento cuatro ideas y una consideración final que ponen a discusión el objetivo que se persigue a lo largo del volumen: a) El movimiento histórico de sujetos subalternos a sujetos insurgentes refleja procesos de opresión, luchas, insurrecciones y resistencias. b) Las decisiones de tomar las armas fueron vistas como una salida al racismo, la expropiación de tierras, el sistema de opresión establecido en fincas y comunidades. c) Durante la represión estatal se reconoce la necesidad de crear alianzas entre los diferentes sectores. d) El estudio rescata el liderazgo y la valentía de las mujeres contra el reclutamiento de jóvenes y las desapariciones forzadas. Para profundizar, a continuación, desarrollo estas ideas:

Primeramente, desde la perspectiva de los sujetos subalternos, las autoras y los autores ofrecen al lector el registro de siglos de insurrecciones en regiones específicas –Ixil (Magda Leticia González S. y Pablo Ceto), Huehuetenango (Margarita Hurtado Paz y Paz) y Chupol (Carlota McAllister)–; y décadas de levantamientos –Petén (Manolo E. Vela Castañeda), San Martín Jilotepeque (Glenda García), Costa Sur (Cindy Forster), y la Ciudad de Guatemala (Ricardo Sáenz de Tejada). Por tanto, el levantamiento del sujeto subalterno con las organizaciones guerrilleras no fue repentino ni irracional. Lo que marcó la diferencia de esas formas de organización fue el contexto de la Guerra Fría y la respuesta estatal represiva, que llevó a los actos de genocidio.

En segundo término, el perfil de la militancia de las fuerzas guerrilleras fue diverso. Se unieron hombres y mujeres, indígenas y ladinos, campesinos y obreros, estudiantes y sindicalistas. Los vínculos con las fuerzas guerrilleras no fueron lineales. Los comerciantes de San Juan Cotzal salen a buscarlos; en el caso de Chupol y San Martín Jilotepeque sus relaciones convergen en el Comité de Unidad Campesina (CUC); en el caso de San Miguel Acatán, después de dialogar, los Mamín (Organización de rezadores maya akateko) asumen la guerrilla como opción para contrarrestar la violencia. En el caso de los campesinos de Petén, sus tradiciones de protesta no significaron que todos se unieran a la guerrilla.

En tercer lugar, el libro señala en sus diferentes capítulos que, antes del contacto con la guerrilla, había una tupida red de organizaciones locales. Durante las décadas de 1960 y 1970, algunos sacerdotes de la Iglesia Católica lideran la formación política, promueven cooperativas o crean centros comunales como el mercado –Chupol, en la narrativa de Carlota McAllister– para contrarrestar las políticas de exclusión. La convergencia de estas organizaciones con otras, más sociales y políticas, se entrecruza con el terremoto de 1976, la huelga de los Mineros de San Idelfonso Ixtahuacán (1977), la masacre de Panzós (1978), y la masacre en la embajada de España (1980), los cuales visibilizan, por un lado, las necesidades del área rural, en las fincas y fábricas; y, por el otro lado, la respuesta represiva del Estado. En ese traslape de caminos se anuncia –en la Declaración de Iximché, en la narrativa de Morna Macleod– la necesidad de tender alianzas entre los diversos sectores del país y, simultáneamente, se termina por desarrollar la violencia brutal del Estado guatemalteco.

Como última consideración conviene destacar que los distintos capítulos rescatan la participación protagónica de las mujeres. En la narrativa de Cindy Forster, varias mujeres se unen a la huelga de las fincas de la Costa Sur. Ante los reclutamientos forzosos o amedrentamiento del ejército, las mujeres de Chupol –en el trabajo de Carlota McAllister– se envalentonaron con antorchas, palos, agua hirviendo y chile molido como defensa. Unirse a las insurgencias les permitió, a algunas, como subraya Margarita Hurtado, ser mensajeras o alfabetizadoras; otras aprendieron a leer y escribir; y otras a manejar las armas. Sin ser de alguna organización, algunas lograron visibilizar las desapariciones forzadas de sus familiares a través de marchas, comunicados de prensa, misas rogativas y tomas de instituciones. Con el tiempo estas mujeres fundan el Grupo de Apoyo Mutuo (GAM), un relato contado desde el corazón por Denise Phé-Funchal.

Finalmente, Guatemala, la infinita historia de las resistencias, pone sobre la mesa la perspectiva de los sujetos subalternos que luchan por quebrar los códigos de la dominación. Las organizaciones históricas, las decisiones de lucha y las infinitas resistencias ponen a discusión la tesis de David Stoll e Yvon Le Bot, según los cuales los sujetos fueron empujados entre dos fuegos o dos demonios, que no sabían realmente lo que hacían, sin omitir el abuso de poder, las discrepancias internas y la ilusión de una victoria rápida como errores de las guerrilleras en Guatemala.

Ana Secundina Méndez Romero

Universidad Iberoamericana