ISSN: 1130-2887 - eISSN: 2340-4396
DOI: https://doi.org/10.14201/alh.31302

La revolución cubana y los comunistas españoles, entre la lucha armada y el antiimperialismo (1959-1963)

The Cuban Revolution and the Spanish Communists, between Armed Struggle and Anti-Imperialism (1959-1963)

Daniel Rodríguez Suárez daniel.rodriguezsuarez@udg.edu 1

1 Universitat de Girona

Envío: 2023-02-12

Aceptado: 2023-04-05

First View: 2023-08-07

RESUMEN: Las relaciones entre la Revolución cubana y el PCE estuvieron sometidas, durante el primer quinquenio revolucionario, a las tensiones de la Guerra Fría, a las incomprensiones generadas por las relaciones entre la España de Franco y Cuba, y a los desencuentros derivados de los caminos a emprender en la lucha contra el franquismo. En este contexto, el antiimperialismo se articuló como un área de entendimiento que terminó impactando en el argumentario de los comunistas españoles.

Palabras clave: PCE; Revolución cubana; antiimperialismo; lucha armada; colaboración

ABSTRACT: Relations between the Cuban Revolution and the PCE were subject, during the first five years of the revolution, to the tensions of the Cold War, to the misunderstandings generated by relations between Franco’s Spain and Cuba, and to the disagreements arising from the paths to be taken in the struggle against Francoism. In this context, anti-imperialism was articulated as an area of understanding that ended up having an impact on the arguments of the Spanish communists.

Keywords: PCE; Cuban Revolution; anti-imperialism; armed struggle; collaboration

I. Introducción

El propósito de este trabajo es explicar las relaciones que el Partido Comunista de España (PCE) mantuvo con la Revolución cubana desde enero de 1959 hasta la visita oficial a Cuba de la presidenta del PCE Dolores Ibárruri, la Pasionaria, a finales de 1963.

Se expondrán las fases por las que pasó esta relación durante este período y se hará especial mención a las visitas que los dirigentes del PCE hicieron a Cuba durante estos años. Sobre este particular se expondrán los asuntos tratados, los programas de colaboración desplegados, el papel de los comunistas españoles residentes en Cuba, las implicaciones que la Revolución cubana tuvo en la estrategia desplegada por el PCE en su ofensiva contra la dictadura franquista, y el impacto que el proceso revolucionario cubano tuvo en la visión internacional del PCE. Se hará también mención a cómo el antiimperialismo fungió como materia aglutinante en las relaciones entre el PCE y la Revolución cubana.

Para exponer esta relación entre la Revolución cubana y el comunismo español, una relación compleja, pero fluida, se han consultado fuentes documentales primarias, los archivos del PCE, y se ha acudido también a la prensa editada en estos años, tanto en Cuba como en la España del exilio.

II. De la distancia y el respeto a la colaboración decidida (enero de 1959-mayo de 1960)

La primera fase de esta compleja relación arranca con el triunfo de la revolución y se extiende hasta mayo de 1960, en que se restablecen las relaciones diplomáticas entre Moscú y La Habana.

La caída de Batista, como sucedió con el resto de las fuerzas antifranquistas, fue recibida por los comunistas españoles de buen grado por todo lo que tenía de final de una dictadura, pero, tras el triunfo revolucionario, el vocero del PCE, Mundo Obrero, que no terminaba de ver claro hacia dónde iba el proceso cubano, guardó silencio.

El silencio llegó a tal punto que ni siquiera se rompió para combatir la fuerte campaña anticomunista que se desató en Cuba. De nada sirvió el llamamiento explícito que Blas Roca, el secretario del Partido Socialista Popular (PSP), siglas bajo las que actuaban en aquellas fechas los comunistas cubanos, hizo en nombre del Buró político de su partido para que el PCE, a través de sus medios de difusión, tratara de denunciar aquella campaña (Comité Nacional del PSP, 1959).

El mutismo del PCE con respecto a Cuba y su revolución respondía básicamente a dos razones. Primera: la Revolución cubana, hasta abril de 1961, la única etiqueta que asumió como propia era aquella que hacía mención a su carácter humanista (Díaz Castañón, 2001, p. 78), una definición siempre elusiva y que estaba sujeta a las más variadas interpretaciones, pero que servía como constructo de consenso para aliviar la pugna de pareceres. Por lo demás, el Gobierno cubano tampoco hizo esfuerzos por aproximarse al PCE: la fuerte campaña anticomunista desatada en el ámbito iberoamericano, en Estados Unidos y en la propia Cuba obligaba a la dirigencia revolucionaria a guardar distancias con el comunismo patrio y foráneo, so pena de cargar de argumentos a la diplomacia norteamericana para justificar ante propios y extraños la intervención en los asuntos cubanos. Y segunda: las razones del silencio del PCE estaban también estrechamente emparentadas con la lucha armada como vehículo para derribar por la fuerza a la dictadura. Desde mediados de la década de 1950, después del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y del V del PCE, la lucha armada había entrado en dique seco y la consigna de acoso y derribo al franquismo corría por las sendas de la reconciliación nacional, la alianza entre diferentes fuerzas de la oposición a la dictadura española y la movilización de masas a través de la huelga.

El 18 de junio del 1959 los comunistas españoles convocaron la conocida y publicitada durante meses «Huelga Nacional Pacífica», que buscaba un paro general en España. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos, logísticos y publicitarios, la convocatoria fue un fracaso. El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) no se sumó a la iniciativa, pero sí lo hicieron otras fuerzas de reciente formación. El Frente de Liberación Popular (FLP), el conocido como «Felipe», fue la única organización que se sumó en bloque a la convocatoria huelguística del PCE. En aquel momento, la entente con el PCE sólo era secundada por el FLP y la Agrupación Socialista Universitaria (ASU), nominalmente vinculada al PSOE, pero disidente del partido madre en lo tocante a la colaboración con los comunistas. Ahora bien, es necesario tener en cuenta que hasta las adhesiones tenían contrapartidas y riesgos para el PCE. Estas dos formaciones, el FLP y la ASU, además de su disposición a colaborar con el PCE, simpatizaban con los métodos cubanos y no descartaban la lucha armada.

La ASU y el FLP, por generación y por su carácter de oposición interior, eran críticos con algunos de los planteamientos de los viejos partidos del exilio, a los que consideraban inmovilistas y poco revolucionarios. La Revolución cubana era su punto de referencia, muy por encima de la Guerra Civil española, a la que consideraban superada por el devenir histórico, pues en las filas del FLP y la ASU militaban los hijos de los vencedores y de los vencidos (Mateos López, 2005, pp. 142-143). Un posicionamiento que, aunque era lo que preconizaba el PCE con su reconciliación nacional, estaba fuera del control de los comunistas españoles y resultaba inquietante por todo lo que tenía de desmitificación de la contienda española y encumbramiento de la gesta cubana como referente en la lucha.

Y es que, para los comunistas españoles, la retórica de la Revolución cubana no cuadraba con sus planteamientos de la reconciliación nacional y de la lucha de masas a través de la huelga. Todo lo que supusiera publicitar a Cuba y su revolución significaba desvirtuar la vía que se había elegido tras el V Congreso de 1956, donde se apostó por la vía pacífica y se abandonó la lucha armada después de los fracasos cosechados en los años precedentes.

Sin embargo, en enero de 1960, tras el escándalo del caso Lojendio, el PCE salió de su letargo. El enfrentamiento público y televisado del embajador franquista, Juan Pablo de Lojendio, con el primer ministro de Cuba, Fidel Castro, tras acusar este último, con pruebas en la mano, de las connivencias de la embajada española con miembros de la contrarrevolución supuso un escándalo (De Paz Sánchez, 1997, pp. 301-317). El altercado televisado, que desencadenó la expulsión del embajador español y estuvo a punto de producir la ruptura entre Madrid y La Habana, colocó a los comunistas españoles en posición beligerante frente al franquismo.

A principios de 1960 los enfrentamientos de la dirigencia cubana con las autoridades norteamericanas comenzaron a solaparse con las tensiones con el régimen de Franco. Los intereses de la España franquista terminaron chocando con el programa de la revolución y aquello, no sólo en lo tocante al PCE, sino también en lo concerniente al resto de fuerzas de la oposición, determinó que los antifranquistas salieran siempre en defensa de Cuba y en oposición del franquismo, los Estados Unidos y los intereses que enarbolaban. La retórica antiimperialista y anticolonialista comenzó entonces a prender en el discurso de las fuerzas opositoras franquistas y a aquello contribuyeron sobremanera las imágenes de Eisenhower junto a Franco en Madrid de diciembre de 1959.

De esta suerte, la posición del PCE comenzó a cambiar lentamente: la visita de Eisenhower a Madrid y el caso Lojendio obraron como bálsamo emoliente sobre los comunistas españoles. Sin embargo, la lucha armada seguía siendo una amenaza para el PCE, y aquellos buenos augurios de estrechar relaciones con Cuba pudieron torcerse cuando algunos grupos comenzaron a atentar en España. Estos comandos respondían a las siglas del DRIL, Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación, y en ellos aparecían elementos cubanos junto a otros españoles, algo de lo que se encargó de dejar constancia la prensa franquista, apuntando además a su connivencia con los sectores del comunismo y el socialismo español.

Sin embargo, más allá del sustento real o ficticio que pudieran tener estas organizaciones dentro de Cuba, rápidamente quedó demostrado que aquellos grupos estaban infiltrados por la inteligencia franquista y que podían ser movidos para generar tensión entre la oposición a Franco, entre esta y la propia Revolución cubana e incluso en el seno de esta.

Una infiltración que fue desvelada en detalle por la prensa cubana años después (Atienza, 1961, pp. 52-54 y 81-82) e insinuada desde el primer momento por Mundo Obrero, a través de Santiago Carrillo (1960, pp. 1-2), y por el órgano de expresión del PSOE, El Socialista (Pradal Gómez, 1960, p. 1). Según ambos medios, aquellas acciones terroristas constituían una provocación y estaban pensadas para justificar la represión desatada en aquellas fechas en el interior de España.

III. Un giro brusco en la percepción de la Revolución cubana (mayo de 1960-enero de 1961)

Después de las acometidas del DRIL en suelo español y de los fracasos cosechados por la táctica del PCE en España parecía que los comunistas españoles estaban perdiendo el tren de los tiempos. Sin embargo, la aproximación de Cuba a la URSS colocó al PCE en el centro del tablero cubano.

En enero y febrero de 1960 Cuba llegó a su momento de máxima tensión con la España de Franco; además, las pésimas relaciones con Estados Unidos no encontraron cauce de mejora. Los intereses de Franco parecían converger con los estadounidenses, sobre todo después de la visita de Eisenhower a España, y parecían distanciar a España de Cuba.

Semanas después, Anastas Mikoyan visitó La Habana a resultas de una exposición, que previamente había pasado por México y Estados Unidos, en la que se publicitaban los logros de la URSS. Una visita que tuvo como consecuencia inmediata la firma de una serie de acuerdos comerciales y colaboración económica. En marzo, un carguero francés volaba por los aires en el puerto de La Habana durante los trabajos de descarga de armamento belga y las autoridades cubanas miraron hacia Washington exigiendo explicaciones. La Administración Eisenhower parecía la señalada, pues eran conocidas sus presiones ante las autoridades de Bruselas para que no se vendiera armamento a Cuba y se secundara el bloqueo de armas impuesto por Washington (Diario de la Marina, 1960, p. 4A).

En aquel momento, de máxima tensión con los Estados Unidos, el restablecimiento de relaciones entre Moscú y La Habana parecía la salida lógica. En este contexto el PCE entendió que tenía que jugar sus bazas y así lo hizo atendiendo a las premuras del momento.

Días antes de que La Habana y Moscú restablecieran sus relaciones diplomáticas a principios de mayo de 1960, llegó a La Habana Santiago Álvarez, miembro del Comité Ejecutivo del PCE. La presencia del líder comunista español en Cuba fue el comienzo de una gira por América Latina que se extendería desde los últimos días de abril hasta la segunda semana de agosto de 1960. Todo lo acontecido en aquella larga estancia fue relatado por Santiago Álvarez en un extenso informe fechado el 5 de octubre de 1960.

En aquella larga estancia en el continente Cuba fue el primer destino y también el último antes de regresar a Europa. La visita de Santiago Álvarez se emprendió con la intención de cubrir dos objetivos, uno puramente cubano y el otro de ámbito continental. El primer objetivo estaba encaminado a preparar el viaje de Santiago Carrillo a Cuba en el mes de agosto para asistir al futuro congreso del PSP y el segundo estaba destinado a realizar labores de promoción de la causa española en Cuba y en el resto de Latinoamérica. Dentro de este segundo objetivo el propio Santiago Álvarez, en carta a la dirección de su partido, señalaba cuáles serían los puntos en los que trabajaría: primero, «popularizar la situación de España»; segundo, «contribuir a la campaña pro-amnistía» de los presos españoles; tercero, «esforzarse por contribuir a la unidad de los españoles»; y cuarto y último, «ayudar a la campaña económica» para financiar la lucha contra el franquismo (1960, p. 1).

Álvarez llegaba al continente con la intención de promocionar la nueva línea de trabajo y los objetivos principales que se habían aprobado, en diciembre de 1959 y enero de 1960, en el VI Congreso del PCE. Para ello se precisaba informar sobre el momento por el que estaba pasando España y entrar en contacto no sólo con los partidos hermanos de los países visitados y con los miembros del PCE en Latinoamérica, sino también con otros grupos del exilio. El PCE necesitaba ganar adhesiones al proyecto de organización opositora que estaba promoviendo.

El partido había entrado en un nuevo período en enero de 1960 bajo la égida de Santiago Carrillo. El nuevo secretario general, elegido en el VI Congreso en sustitución de Dolores Ibárruri, pretendía fomentar la unidad contra la dictadura en el marco del llamado plan de estabilización desplegado por el régimen franquista (Alba, 1979, pp. 305-308).

La nueva política económica española, el plan de estabilización, había traído como consecuencia inmediata un aumento significativo del número de desempleados. Así pues, en aquel contexto de descontento laboral, la táctica huelguística parecía de lo más oportuno. La estrategia pasaría ahora por la organización, en colaboración con todos los grupos y movimientos de la oposición, de «huelgas nacionales pacíficas» y «huelgas generales políticas» (Soto Carmona, 2005, p. 22).

El PCE afianzaba la posición mantenida desde mediados de los cincuenta, las guerrillas quedaban arrinconadas de forma definitiva. Con esta línea de acción, arriesgada por todo lo que implicaba, arribó Santiago Álvarez a Cuba. Lo primero que trató de solucionar el emisario del PCE fue la visita de Santiago Carrillo a Cuba. Para tales menesteres trató con Aníbal Escalante y Blas Roca, el primero responsable de organización y el segundo secretario general del PSP. En aquellos días de comienzos de mayo, tanto Escalante como Blas Roca le aseguraron a Santiago Álvarez que se establecerían relaciones con la URSS y Checoslovaquia en el plazo de días y que a través de cualquiera de estas dos embajadas se podría recoger en Europa un pasaporte y un visado cubano para tramitar el viaje de Santiago Carrillo (Álvarez Gómez, 1960, p. 1).

Aquellos acontecimientos fueron relatados en cartas a la dirección del partido español fechadas en los días 21 y 28 de mayo; en otras dos de los días 2 y 4 de junio de 1960, y en el informe final de octubre de 1960, que contenía todo el periplo latinoamericano del dirigente comunista.

En la carta del 2 de junio Álvarez informaba además de su fructífero encuentro con Fidel Castro. Santiago Álvarez, según él mismo relató, consultó previamente con los miembros del PSP sobre el tono que tenía que utilizar en aquella reunión y preguntó igualmente sobre los temas que podía abordar. Los hombres del PSP le hicieron saber que podía tratar cualquier asunto que considerara oportuno y que, en general, «podía hablarle de todo con entera y absoluta confianza» (Álvarez Gómez, 1960, p. 2). Armado con aquellas indicaciones, Álvarez se citó con Fidel Castro días después del establecimiento de relaciones con la URSS. Durante el encuentro el mandatario cubano le preguntó al emisario español qué impresión tenía el PCE sobre la Revolución cubana. Aquella pregunta fue justificada por Fidel Castro porque tenía la impresión de que los partidos comunistas de Europa no tenían la suficiente confianza en el proceso cubano. Santiago Álvarez le comentó entonces que, en lo referente al PCE, la revolución, Fidel Castro y el resto de dirigentes tenían la confianza absoluta del PCE. Los comunistas españoles se solidarizaban con la Revolución cubana porque el pueblo español, según aseguró Santiago Álvarez, había saludado el advenimiento de la revolución en Cuba «como una victoria propia» (1960, p. 2).

Lejos de quedarse aquí el emisario de Carrillo puso a disposición de la Revolución cubana los «cuadros técnicos» del partido. Aquella oferta, siempre de acuerdo a las impresiones manifestadas por Álvarez, fue muy bien recibida por Fidel Castro. El líder cubano señaló que lo tendría en cuenta, pues la revolución precisaba de gran número de cuadros (Álvarez Gómez, 1960, p. 2).

Sin solución de continuidad, Fidel Castro tomó de nuevo la iniciativa y le espetó la siguiente pregunta a su interlocutor: «¿Te das cuenta de que aquí trabajamos para establecer las bases del socialismo?» (Álvarez Gómez, 1960, p. 2). La respuesta de Álvarez fue contundente: «Me doy perfecta cuenta, pues eso es evidente» (1960, p. 2). Más tarde, español y cubano entraron a analizar la situación de España. Fue entonces cuando Fidel Castro le preguntó sobre algunos detalles biográficos de Santiago Carrillo, sobre la fuerza y el alcance del partido, detalles sobre su funcionamiento y actividades y, finalmente, entró de lleno en la estrategia a seguir en la lucha contra Franco. Las posibles vías para derrocar al franquismo no podían quedar fuera de aquel encuentro y aquí es donde en principio podía haber mayor divergencia. Sin embargo, no fue así. Santiago Álvarez le expuso a Fidel Castro los problemas que estaba acarreando la puesta en ejercicio del plan de estabilización y las posibilidades que se abrían para el movimiento huelguístico. También le explicó el carácter y el contenido de la política de reconciliación nacional y la apuesta por la lucha de masas pacífica que sostenía el PCE.

Desconocemos los argumentos que utilizó Santiago Álvarez sobre este particular, pues no pormenorizó en sus razonamientos, pero lo cierto es que obtuvo la aquiescencia del líder cubano. Fidel Castro le hizo saber a su interlocutor que «comprendía perfectamente» la posición adoptada por el comunismo español y la prominencia de la huelga pacífica como vía de acción prioritaria (Álvarez Gómez, 1960, p. 2). Las palabras del primer ministro cubano fueron reproducidas literalmente por el dirigente español en su informe: «Dadas las condiciones de España –me dijo–, si ustedes utilizaran una táctica de lucha violenta se aislarían de las masas; nosotros comprendemos eso y les apoyamos» (Álvarez Gómez, 1960, p. 2).

El PCE rompía con la tradición de los años cuarenta y se apartaba del foco guerrillero como estrategia plausible para derrocar a Franco y la comprensión de Fidel Castro sobre esta posición, además de un alivio, permitió que Santiago Álvarez pudiera abordar algunos temas controvertidos. Entre los puntos que podían generar más controversia entre el PCE y la Revolución cubana estaban las acciones del DRIL y la insistencia de Alberto Bayo en promover la lucha armada1. Sobre este particular, el emisario español mencionó a la organización y al exiliado republicano, pero no profundizó en cómo se abordó el asunto (Álvarez Gómez, 1960, p. 2).

Otros de los temas sobre los que pasaron revista fueron las dificultades y las perspectivas futuras de la huelga nacional. Fidel Castro demandó también detalles sobre la represión que traía aparejada la lucha contra Franco, sobre los consejos de guerra y también sobre las ejecuciones que el régimen franquista había llevado a término en los últimos tiempos (Álvarez Gómez, 1960, p. 2). Santiago Álvarez le habló de todos aquellos temas ampliamente, sin embargo, no profundizó en los detalles en aquel tramo de la entrevista. Por lo demás, el emisario del PCE acometió también una explicación e hizo un balance sobre las otras fuerzas que combatían a Franco. Es de suponer que la visión que le aportó a Fidel Castro estaba tamizada por la evaluación que sobre el resto de fuerzas opositoras tenía el PCE.

Sobre muchos aspectos el informe de Álvarez no entraba en honduras, seguramente, esta falta de detalles venía impuesta por la naturaleza del informe, de carácter interno y, por tanto, plagado de sobrentendidos. Sin embargo, aquella falta de precisión se transformó en minuciosidad en lo referente a los compromisos establecidos entre el partido y la Revolución cubana. Santiago Álvarez relató con lujo de detalles el modo en que se orquestaría la ayuda al partido por parte de la Revolución cubana. Sobre este particular los comunistas españoles pretendían obtener treinta mil dólares en Cuba (Álvarez Gómez, 1960, p. 2). Aquellas cantidades se podrían recaudar a través de la movilización de las fuerzas revolucionarias cubanas. Santiago Álvarez le preguntó a Fidel Castro si estaba en disposición de permitir aquella salida de divisa del país y que, si era así, se podía organizar un día de solidaridad con España en el que la recaudación y la movilización política serían los dos objetivos principales (1960, p. 2).

A continuación, Fidel Castro expuso su parecer sobre cómo orquestar el apoyo económico y cómo manejar la proyección del conflicto español a nivel cubano. El primer ministro se mostró de acuerdo con la ayuda económica que aportaría Cuba y le apuntó a Santiago Álvarez que se podía contar con el apoyo de las organizaciones y del pueblo; sin embargo, le señaló que la movilización en Cuba sobre la causa española tenía un significado político y que aquí habría que obrar con la mayor prudencia y discreción (Álvarez Gómez, 1960, p. 2).

Es necesario recordar que las relaciones del régimen franquista con la revolución se habían visto mermadas debido a la expulsión del embajador franquista y a la no reposición del cargo por el régimen español. Por su parte, Miró Cardona, embajador cubano en Madrid, había abandonado su cargo reclamado por las autoridades revolucionarias y nadie le sustituyó. Ahora bien, formalmente, las relaciones, degradadas a la condición de encargado de negocios, no se habían roto entre Madrid y La Habana y los acuerdos comerciales y económicos no se habían visto resentidos. De ahí nacía, probablemente, la necesidad apuntada por Fidel Castro de extremar las precauciones.

Además de aquella apreciación sobre cómo se debía acometer la ayuda económica prestada por la Revolución cubana a la causa española, Fidel Castro exteriorizó con meridiana claridad el compromiso que adquiría la dirección revolucionaria con el PCE:

Os daremos ahora una ayuda económica, a través del 26 de Julio, y un tanto mensual. No sé la cantidad con que os podremos ayudar, pero os prestaremos ayuda, pues sabemos muy bien lo que significa el exilio y vuestras dificultades. Toda la ayuda que vamos a prestar a la lucha en España la prestaremos a través vuestro, a través del partido. No daremos ayuda a otras fuerzas. Si algún líder republicano o socialista viene y nos visita, lo recibiremos con cortesía, pero nada más (Álvarez Gómez, 1960, p. 2).

Una vez presentada la línea de acción de la revolución en lo tocante al problema español, Fidel Castro le preguntó a su interlocutor la opinión que el partido tenía sobre lo ocurrido con Lojendio. Fidel Castro le comentó las presiones que había habido, por parte de miembros del exilio español y sectores de la Revolución cubana, para que la ruptura fuera total. Santiago Álvarez le señaló que la solución final le parecía justa y le indicó también que su actitud, la de Fidel, les había parecido «correctísima» y que así se había pronunciado Santiago Carrillo en su momento (1960, p. 3).

Fidel Castro también se interesó por los medios de propaganda con los que contaba el partido y fue entonces cuando salió a colación Radio España Independiente. Fidel Castro le indicó a Álvarez que ellos escuchaban aquella estación de radio desde los tiempos de Sierra Maestra. Situación que dio pie a que el emisario español, atendiendo a la suma popularidad con que contaba Fidel Castro en España, le propusiera al primer ministro la emisión desde «La Pirenaica» de algunos fragmentos de sus discursos. El mandatario cubano estuvo de acuerdo y dio su consentimiento para que sus discursos comenzaran a aparecer en Radio España Independiente (Álvarez Gómez, 1960, p. 3).

Santiago Álvarez remitió todos aquellos detalles sobre su encuentro con Fidel Castro a la dirección del PCE a principios de octubre y no perdió la oportunidad para exponer su valoración sobre el líder cubano. Le parecía «un hombre identificado con los ideales del socialismo y dispuesto a luchar hasta el fin por ellos» y señaló igualmente que estaba convencido de que sus manifestaciones sobre el problema español eran «totalmente honestas» (1960, p. 3). Para respaldar su posición, Álvarez indicaba que la ayuda prometida por Fidel Castro para sustentar la lucha ya se estaba haciendo efectiva y que aquello era una prueba irrefutable de su compromiso con la causa comunista.

Los encargados de gestionar la ayuda al PCE fueron Joaquín Ordoqui, miembro del Comité Central del PSP, y el capitán del Ejército Rebelde Emilio Aragonés, que se desempeñaba también como coordinador del Movimiento 26 de Julio (Álvarez Gómez, 1960, p. 17C). Santiago Álvarez estableció con Ordoqui y Aragonés un acuerdo por el que se entregaría una primera suma de veinticinco mil dólares. Una cantidad que llevó a Europa directamente el representante del PCE: se trataba de diez mil dólares concedidos como cantidad inicial y otros quince mil como aporte de los meses de agosto, septiembre y octubre (Álvarez Gómez, 1960, p. 17C). A partir de este último mes se entregarían cinco mil dólares mensuales como ayuda periódica y permanente en el lugar que indicara la dirigencia del PCE (Álvarez Gómez, 1960, p. 17C).

El informe que Santiago Álvarez remitió a la dirección del PCE señaló también que resultaba imprescindible sumar a los partidos comunistas iberoamericanos al movimiento de solidaridad con Cuba y a la lucha contra el imperialismo norteamericano. En este sentido expuso igualmente que no sería difícil, pues el tema cubano eclipsaba el panorama político latinoamericano. Una realidad que constituía, según señaló, un obstáculo para popularizar la causa española en Latinoamérica y recaudar fondos, pues las adhesiones y los afectos se volcaban con Cuba (1960, p. 13C).

El DRIL apareció en las conversaciones con los miembros del partido diseminados por el continente (Álvarez Gómez, 1960, pp. 6A y 12C). El uso de las armas era un debate difícil de esquivar. La Revolución cubana había trastocado el panorama y había traído al seno de la izquierda un debate que, por otro lado, estaba cargado de actualidad. Lo que se debatía en definitiva era la controversia generada ante la multiplicidad de vías en la lucha contra el imperialismo norteamericano y la consecución del socialismo, la disyuntiva suscitada entre la coexistencia pacífica de los soviéticos y la toma de las armas frente a los regímenes capitalistas sustentada por la dirigencia china. Así pues, la labor de Álvarez no estuvo exenta de problemas. La promoción de la huelga nacional pacífica y la reconciliación nacional, cuya falta de éxito hasta la fecha resultaba evidente para casi todos los observadores excepto para los propios miembros del partido, entraba de lleno en los debates del momento y la falta de consenso sobre el camino a seguir era manifiesta.

Después de aquel encuentro seminal entre Santiago Álvarez y Fidel Castro, una cita que ha sido incomprensiblemente obviada por la historia y que ayuda a entender, más allá de las relaciones de la Revolución cubana con el PCE, las propias dinámicas de la configuración del proceso revolucionario y la construcción del socialismo en Cuba, el PCE giró radicalmente en su visión sobre Cuba. Y es que, el PCE, se dio cuenta de que el entendimiento con Cuba no sólo era deseable, sino imprescindible.

El DRIL volvió actuar en territorio español en junio de 1960, pero el PCE, a través de su secretario general, Carrillo, tuvo la oportunidad de desacreditarlo en la prensa y la televisión de Cuba. Carrillo asistió al congreso del PSP en Cuba y durante su estancia se multiplicó en los medios para desautorizar al DRIL y a la lucha armada en España (Bohemia, 1960, pp. 62-63). Poco después, Mundo Obrero publicó un informe en el que Alberto Bayo, el republicano español que había entrenado a las huestes fidelistas en México, se desdecía y renunciaba a la lucha armada como solución al problema español (Mundo Obrero, 1960, p. 2). Se desconoce el papel jugado por la dirigencia revolucionaria en aquellas declaraciones de Bayo, pero lo relevante es que Bayo, reconocido y admirado en Cuba, se ponía a disposición del PCE en la lucha contra el franquismo y asumía las tesis de los comunistas españoles.

Una vez cruzado el ecuador de 1960 el PCE y Cuba cerraban un pacto duradero y esto tuvo una repercusión inmediata en los órganos de difusión del comunismo español. El silencio absoluto del primer año y el relativo de los primeros meses de 1960 en Mundo Obrero se tornó en información detallada del acontecer cubano.

El contencioso con los Estados Unidos, que tuvo su momento cenital en los meses que van de julio a octubre de 1960 a través de los procesos de intervención cubanos y las represalias económicas y comerciales por parte estadounidense, fue seguido con puntualidad. La Revolución cubana y los Estados Unidos elevaron su disputa a instancias internacionales y las batallas en el seno de la OEA y la ONU pasaron a ser también material de atención para el PCE. La lucha contra el imperialismo tomó más fuerza que antes en el argumentario del comunismo español y en la línea editorial de Mundo Obrero y pasó a ser escenario privilegiado en la lucha global que enfrentaba al socialismo con el capitalismo.

IV. De Girón a la crisis de octubre. Cuba como premisa y condicionante (enero de 1961-noviembre de 1962)

El PCE había desplegado un arduo trabajo para desactivar a los sectores que dentro de Cuba podía poner en riesgo su estrategia. Sin embargo, cuando parecía que la lucha de masas y la reconciliación nacional habían sido asumidas por Cuba como estrategia contra el franquismo, la lucha armada comenzó a tomar fuerza de nuevo entre algunos sectores del PCE como fruto de la agitación internacional.

En enero de 1961, Estados Unidos rompió relaciones diplomáticas con Cuba, una circunstancia que daba naturaleza de ley a un contencioso ya irresoluble. Semanas después, el DRIL actuó de nuevo a través de un episodio que copó la atención internacional durante días: el secuestro de un buque de línea portugués por parte de un contingente de españoles y portugueses que pretendían desembarcar en las colonias portuguesas de África para comenzar la lucha armada como preludio y paso previo a la ofensiva contra los regímenes dictatoriales de España y Portugal2.

Las implicaciones cubanas en aquel asunto parecían descartadas, pero no las de algunos exiliados españoles en Cuba y en el resto de América Latina, que al margen de la dirigencia revolucionaria y del PCE seguían pensando en la lucha armada como salida para el problema español (De Sotomayor, 1978).

De forma simultánea, la crisis del Congo se encarnizaba con el asesinato de Patricio Lumumba. A mediados de abril una fuerza conjunta de la contrarrevolución cubana y de fuerzas estadounidenses intentó una invasión por bahía de Cochinos. El resultado fue desastroso para las fuerzas invasoras y aquello consolidó la revolución, pero explicitó también hasta dónde estaban dispuestos a llegar los Estados Unidos en su lucha contra el proyecto cubano. Aquella invasión, primera derrota del imperialismo en América, supuso también la proclamación del carácter socialista de la revolución. Por lo demás, cuando aquella invasión todavía copaba la atención de los medios y Cuba parecía cada vez más próxima al orbe socialista, comenzó, en el verano de aquel mismo año, la construcción del muro de Berlín.

Aquel contexto activó la vía armada dentro del PCE y muestra de ello fue la estancia del general Líster en Cuba, donde se multiplicó en los medios y mostro públicamente en más de una ocasión su sintonía con el Che y con su visión de la contienda internacional contra el imperialismo (Líster Forján, 1983, pp. 131-151).

Líster, héroe de la Guerra Civil española, llegó a Cuba justo después de bahía Cochinos y en julio el discurso del PCE ya había sufrido alguna variación. Con motivo del 25 aniversario de la Guerra Civil, varios tertulianos en un canal de televisión cubano, entre los que se encontraban miembros del Comité de Cuba del PCE, señalaron que si el franquismo continuaba perseverando en la vía represiva y violenta el pueblo español tendría que responder con los mismos argumentos (España Republicana, 1961, pp. 5 y 12).

Aquel espacio televisivo se emitió en Cuba en la segunda quincena de julio y además de aventurar la salida violenta como respuesta al régimen se hizo también explícito que la lucha contra el franquismo no se podía entender al margen de la lucha contra el imperialismo norteamericano en España y el mundo. Aquellas dos líneas fueron reiteradas en la declaración del PCE del 12 de agosto de 1961 (Morán, 1986, pp. 341-342).

El antiimperialismo y la lucha armada como fruto de la pulsión cubana tomaban entonces todo el protagonismo. La huelga seguía siendo la vía prioritaria, pero ahora se colocaba siempre como coletilla que la lucha armada era el recurso alternativo. A sostener aquellas posturas, deudoras sin duda del devenir cubano, contribuía la existencia del DRIL, cada día más audaz a pesar de la sospecha sobre la infiltración franquista en su seno; la pulsión revolucionaria de la ASU también influía, pero, sobre todo, pesaba, y mucho, la hiperactividad del cada vez más influyente FLP, formación que manifestaba su disponibilidad a colaborar con el PCE, pero que no había dudado en explorar otras vías. De hecho, se había dirigido a las embajadas de Cuba y Yugoslavia en París en busca de armas e instrucción; aunque, todo hay que apuntarlo, no recibieron la ayuda demandada (Morán, 1986, pp. 341-342 y 409). Ahora bien, más allá del éxito en las peticiones, el PCE no podía permanecer parado ante la toma de iniciativa de uno de los pocos grupos que les habían apoyado explícitamente.

El PCE autorizó a partir de agosto de 1961 la preparación de contingentes destinados a la acción directa. Se trataba de grupos armados que tenían que estar preparados para intervenir, en caso de necesidad, contra las bases norteamericanas en España. Los encargados de los preparativos fueron Enrique Líster, recién llegado de La Habana y con base para los preparativos en París, y Romero Marín, que trabajaría desde Madrid en la recluta y la preparación de los grupos (Morán, 1986, p. 347).

La lucha contra el imperialismo tomaba entonces todo el sentido y se presentaba como vía para confrontar con la España franquista. A ello contribuyó también la Segunda Declaración de La Habana en enero de 1962, donde la Revolución cubana se reservó el derecho a apostar por todos aquellos grupos insurreccionales que operasen en países que atentaran contra la seguridad y la soberanía cubanas.

De todos modos, aquella pulsión belicista, sujeta a la coyuntura más que a la voluntad de muchos de los dirigentes del PCE, terminó remitiendo tan pronto como se encontró ocasión para ello. En el movido 1962 hubo varios acontecimientos que llamaron a reconsiderar la fiebre guerrillera contra el imperialismo dentro del PCE. Dos tenían que ver directamente con España: la huelga de los mineros asturianos en la primavera y el denominado por la dictadura franquista contubernio de Múnich, que consiguió reunir a principios de junio a todas las fuerzas de la oposición a excepción del PCE y que evidenció, por tanto, la soledad de los comunistas y su fracaso en la política de alianzas con la oposición franquista (Ridruejo, 1976, pp. 386-390). Ambos acontecimientos apuntaban a los riesgos que tenía ahondar en la lucha armada, pues perseverar en la senda guerrillera podía amedrentar a los sectores más prudentes de la oposición franquista. Del mismo modo, si algún momento parecía inoportuno para abandonar la lucha de masas a través de la huelga, era aquel en el que las cuencas mineras estaban poniendo en aprietos al régimen franquista.

Muestra de esta nueva reconsideración de los impulsos belicistas fue la presencia en Cuba de Ignacio Gallego, que representaba una línea política más prudente de la que había propugnado meses antes, también desde Cuba, el general Líster. Gallego llegó a Cuba cuando la huelga de los mineros asturianos estaba en su máximo apogeo y, por lo tanto, en el momento idóneo para hacer del movimiento huelguístico el eje de la lucha contra el franquismo (España Republicana, 1962, pp. 11-13).

Sin embargo, el acontecimiento definitivo y determinante que apuntaba a una reconsideración de la lucha armada atañía directamente a Cuba. En octubre de 1962 se produjo la crisis de los misiles. El PCE se mostró beligerante y ofreció todo su apoyo a Cuba y a la URSS. Sin embargo, la resolución del conflicto no fue satisfactoria para los intereses cubanos, lo que produjo un distanciamiento entre La Habana y Moscú y un retraimiento del PCE en sus reflejos bélicos. La retórica antiimperialista continuó en Mundo Obrero y en publicaciones como España Republicana, plataforma de difusión del exilio español en Cuba que respondía a los planteamientos del PCE. Ambos medios siguieron manifestando su rechazo a la presencia norteamericana en España y condenaron con dureza todas las versiones del imperialismo estadounidense. Sin embargo, a pesar de aquella retórica decidida contra los intereses norteamericanos en Cuba y España y contra las bases norteamericanas en ambos países, la huelga y la lucha obrera como vanguardia de la contienda contra el franquismo volvieron a ganar enteros, pues en el ánimo de las autoridades soviéticas estaba la contención, necesaria después del momento de exacerbada tensión bélica.

V. El distanciamiento entre Moscú y La Habana y los presos políticos del franquismo (noviembre de 1962-abril de 1963)

Después del trance de octubre, la prensa habanera reflejó el malestar cubano por la resolución de la crisis. Cuba había sido utilizada como moneda de cambio y sus intereses no habían sido tenidos en cuenta por la diplomacia soviética en sus negociaciones con Washington.

Aquella evidencia incomodaba a muchos de los antiguos miembros del PSP, pero también al PCE y al resto de los partidos comunistas iberoamericanos. Había además otros aspectos que podían complicar las relaciones entre el PCE y Cuba: a partir de la crisis de octubre el comercio de Cuba con España se intensificó y el régimen franquista declinó en todo momento secundar el bloqueo económico contra Cuba.

A la vista de los acontecimientos, el PCE moduló su discurso, pues cualquier declaración inapropiada podía generar tensión, y siguió apostando desde sus órganos de difusión por la defensa cerrada de la causa cubana, aunque sin deslizar, eso sí, cualquier atisbo de crítica a la URSS o cuestionamiento a las relaciones comerciales entre Cuba y España. Frente a aquella tesitura, la salida fácil pasaba por la retórica antiimperialista, se cubría así el expediente frente a los cubanos y se insinuaba de forma velada la idea de que el régimen franquista respondía a los intereses de la Administración norteamericana.

El PCE, consciente del momento desfavorable, se mostró de lo más conciliador con la dirigencia revolucionaria y esta buena voluntad tenía que tener su reflejo en los emisarios del partido en Cuba. Así pues, de lo que se trataba era de colocar a aquellos efectivos del PCE que mayores simpatías pudieran despertar en la dirigencia revolucionaria. De este modo, tal y como había sucedido con la visita de Líster a Cuba tras Playa Girón, el PCE decidió enviar como máxima representación del partido al V aniversario de la revolución en enero de 1963 a Juan Modesto (Bohemia, 1963a, p. 73; Bohemia, 1963b, p. 53; España Republicana, 1963a, p. 3; España Republicana, 1963c, pp. 9 y 20).

Juan Modesto, miembro del Comité Central del PCE y destacado militar durante la Guerra Civil, era un comunista que siempre había sido afín a la lucha armada y que compartía los criterios de Líster sobre la necesidad de estar preparados para activar las guerrillas cuando la situación lo demandara. Además de a Juan Modesto, el partido envió también a Marcos Ana, poeta recién liberado de las prisiones franquistas tras un largo cautiverio. Marcos Ana reflejaba el estoicismo y el aguante en la lucha del PCE, una imagen que parecía de lo más apropiada en aquel momento. Entre los meses de enero y abril de 1963 el tema primordial para el PCE fue la liberación de Julián Grimau, Pedro Ardiaca y Ramón Ormazábal, figuras capitales para la organización del partido en Madrid, Barcelona y el País Vasco. El caso de los detenidos y los presos del franquismo copó la atención de la prensa cubana y la presencia del poeta Marcos Ana representó como nadie durante estos meses la imagen que el partido quiso dar en Cuba (Bohemia, 1963a, p. 73; Bohemia, 1963b, p. 53; Bohemia, 1963c, p. 63; España Republicana, 1963a, p. 3; España Republicana, 1963b, pp. 1 y 3-9; Rejano, 1963, pp. 46-47; Naborí, 1963, pp. 78-81).

El compromiso de los militantes del partido en la lucha contra el franquismo y la represión era lo que había que explicitar en aquel momento. Algo que corrió simultáneo a la preparación de la «Huelga General Política», una vuelta de tuerca más a la «Huelga Nacional Pacífica» de 1959. Una nueva acometida que se presentaba como el golpe definitivo contra el régimen franquista y que, por supuesto, no llegó.

En marzo la campaña por salvar la vida de Grimau recorrió Cuba a través de la voz de los dirigentes cubanos y de los miembros del PCE, los desplazados a Cuba y los allí residentes. Sin embargo, a pesar de la campaña internacional, en la que participaron el propio Fidel Castro y Nikita Kruschov (España Republicana, 1963d, pp. 1 y 18), nada se pudo hacer para revocar la sentencia franquista y Grimau fue fusilado a finales de abril de 1963.

La ejecución de aquella condena, que propició una conmoción internacional, se produjo cuando Fidel Castro se disponía a visitar la URSS, un viaje que le tomó más de un mes. Aquella estancia de Fidel Castro en la URSS era una noticia que coadyuvaba a que las relaciones de Cuba con el PCE se afianzaran todavía más. La dirigencia soviética, y especialmente Kruschov, necesitaban restañar el resentimiento cubano. Era necesario sumar a Cuba al proyecto socialista y en la medida de lo posible contener su empuje revolucionario. Un empuje que chocaba de frente con la coexistencia pacífica soviética y convergía casi sin quererlo con el programa del socialismo chino.

VI. Las relaciones se refuerzan ante los problemas comunes (abril de 1963-diciembre de 1963)

Durante su larga estancia en la URSS, Fidel Castro tuvo palabras de apoyo para el PCE tras la pérdida de Grimau: la condena al franquismo fue rotunda (España Republicana, 1963d, p. 16). En Moscú Fidel Castro se encontró con La Pasionaria y la invitó a visitar Cuba (España Republicana, 1963e, p. 16; España Republicana, 1963f, p. 16). En los últimos años las arengas de la presidenta del PCE conminando a los españoles a defender la Revolución cubana se habían publicado en la prensa habanera y Dolores Ibárruri, para los cubanos, era un mito de la revolución. Su presencia en Cuba y su defensa de la revolución podían ser el mejor antídoto para diluir las diferencias entre la ortodoxia soviética y la heterodoxia caribeña. En aquel entonces La Pasionaria seguía siendo el mejor embajador del PCE y en ella se aunaban, como en ningún otro dirigente, la ortodoxia marxista y la pulsión revolucionaria.

Sin embargo, a pesar de la rejuvenecida entente entre Cuba y el PCE, que aminoraba las tensiones dentro del comunismo español, en el partido las aguas bajaban revueltas, pues las voces críticas que había en su seno comenzaban a destacar. En julio de 1963, cuando los mineros asturianos se encontraban en el ecuador de una nueva movilización que parecía rememorar la gran huelga del año anterior, las divergencias de criterio dentro del partido se explicitaron.

En aquel momento, las tres tendencias que moraban en el PCE afloraron de forma dramática: revisionistas, oficialistas y maoístas confrontaron por primera vez de forma abierta. Los llamados revisionistas, promotores de aquello que devino en llamarse el marxismo humanista y que eran acusados de italianizantes, estaban encabezados por Jorge Semprún y Fernando Claudín. Ambos, desde hacía algún tiempo, venían deslizando críticas al partido por su ortodoxia, sus reflejos estalinistas y su voluntarismo alejado de la realidad imperante en España (Morán, 1986, p. 365). En el otro flanco se encontraban otro tipo de discrepantes, los maoístas. Este sector constataba lo que parecía una realidad en aquel momento, el fracaso de la coexistencia pacífica de Kruschov y la reconciliación nacional de Carrillo. Frente a estos fracasos se alzaban el ejemplo cubano y el posicionamiento chino que, entre los militantes españoles más jóvenes, especialmente entre el estudiantado, resultaban más atrayentes (Morán, 1986, p. 365).

Aquella polémica no se zanjó en aquel momento y se arrastró hasta la expulsión de Claudín y Semprún año y medio después y hasta la marginación de la escisión china, grupo reducido y con escasa capacidad de maniobra frente al PCE.

Cuba también había pasado por episodios parecidos y había tenido que acometer aquel tipo de debates, aunque en su caso el carácter de las divergencias era de otra naturaleza. En Cuba, más que posibles escisiones, lo que se debatía era la supremacía dentro del bloque hegemónico. A mediados de 1961 se habían creado las Organizaciones Integradas Revolucionarias (ORI). En el seno de esta organización se habían integrado el Movimiento 26 de Julio, el Directorio Revolucionario 13 de Marzo y el PSP. Esta organización, después de un traumático episodio donde varios miembros del PSP fueron acusados de sectarismo (Guerra Vilaboy y Maldonado Gallardo, 2009, p. 112), terminó por dar paso a una formación de nuevo cuño, el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC).

El PURSC nació en 1962 con los mismos propósitos que su predecesora, pero libre ya de los sectores del PSP que pretendían arrinconar a los que no estaban adornados por el pedigrí comunista. Así pues, el fraccionalismo estaba también dentro de las filas revolucionarias y las ORI, víctimas del proselitismo partidista del PSP, terminaron por dar paso al PURSC, antes de la refundación del Partido Comunista de Cuba (PCC) en 1965.

El PURSC era una organización más consciente de la heterodoxia, que era seña de identidad en Cuba, y parecía también más capacitada para lidiar con los daños que podía generar en la Revolución cubana el conflicto sino-soviético y la alianza con algunos sectores del nacionalismo progresista.

Entretanto, el PCE, consciente de sus divisiones internas y conocedor de las que había también en el frente revolucionario de Cuba, seguía asistiendo a los foros cubanos para tratar de consensuar sus posiciones con las de la dirigencia revolucionaria, algo que indudablemente podía ayudar a contener el faccionalismo. El PCE, desde luego, no se podía permitir las desavenencias con Cuba. Por un lado, el empuje cubano y la amenaza divisionista inspirada por China habían lanzado al PCE a coquetear con la lucha armada, abandonada desde mediados de la década anterior; por el otro, las críticas que le llegaban desde el bando revisionista no hacían más que constatar los fracasos de los últimos años. Por lo demás, el programa de reconciliación nacional, el gran proyecto del PCE, había quedado truncado en el encuentro de la oposición en Múnich en 1962, encuentro en el que el PCE había quedado excluido. Unos y otros criticaban el proyecto del PCE. Los revisionistas por la falta de acierto en la lectura de la realidad española: el régimen franquista tendía a reforzarse a través de la senda capitalista, la oposición se organizaba al margen de los comunistas y el PCE lejos de percibir aquella realidad parecía negarla. Los maoístas consideraban que el régimen franquista sólo caería a través de la lucha armada y que la postura del partido promovía la renuncia al combate y las posiciones acomodaticias y entreguistas.

El año 1963 fue un año crucial para el PCE: fue la constatación de que su política no estaba cosechando los éxitos esperados. Sin embargo, aquella falta de éxito en los asuntos de España se veía compensada por su papel diplomático. Las necesidades en política exterior de la Cuba revolucionaria, promotora de una tercera posición alejada del enfrentamiento sino-soviético y demandante de una relación Norte-Sur diferente y más equilibrada, y de la URSS, enfrentada a China, habían terminado por hacer del entendimiento entre La Habana y Moscú una obligación y aquello jugaba en favor del PCE, pues podía prestar sus servicios para que las relaciones fueran más fluidas.

Por otro lado, para el PCE la proximidad entre Cuba y la URSS era capital si querían evitar las contradicciones dentro del partido. El PCE seguía aportando cuadros a la Revolución cubana y los llamados hispano-soviéticos, los náufragos de la Guerra Civil española, estaban brindado sus servicios en Cuba. Además, el viaje de Fidel Castro en abril-mayo de 1963 había servido para que Fidel Castro se encontrara con La Pasionario y otros miembros del PCE y ello propició que el dirigente cubano cursara una invitación para que la lideresa española visitara Cuba.

La Pasionaria viajó a Cuba a finales del 63 (España Republicana, 1963g, pp. 1-8; España Republicana, 1964a, pp. 1, 10-14 y 18; España Republicana, 1964b, pp. 1-7 y 13-16). Durante su estancia en la isla las arengas al pueblo cubano y a los españoles residentes en Cuba para que defendieran la revolución con las armas en la mano si la ocasión lo demandaba fueron constantes. No faltaron tampoco los homenajes a aquella figura mitificada. La Pasionaria apuntaló la línea oficial del PCE en todo momento, pero ello no fue óbice para que justificara, defendiera y encomiara cada paso dado por la Revolución cubana y su dirigencia. El viaje fue sin duda un éxito, La Pasionaria atrajo la atención de los medios de comunicación cubanos durante su estancia en Cuba, se multiplicó para asistir a multitud de actos y encuentros a lo largo y ancho de la isla y dejó constancia de los afectos y complicidades que tenía con los hermanos Castro y con otros dirigentes revolucionarios.

La Pasionaria asistió en enero de 1964 a las celebraciones del aniversario del triunfo de la revolución y días después de estos fastos, regresó a Moscú y con ella Fidel Castro. El líder cubano no había anunciado aquella visita y fue una sorpresa para la opinión pública cubana e internacional verle aparecer del brazo de La Pasionaria en Moscú a principios de enero. Aquel viaje, incentivado quizás por los oficios de la siempre pertinaz Pasionaria, fue aprovechado por Fidel Castro para firmar una serie de acuerdos comerciales con Moscú (España Republicana, 1964c, pp. 1 y 4). Unos acuerdos que constituyeron la antesala de la desaceleración del proyecto de desarrollo industrial cubano, en el que no creían plenamente los soviéticos, y el refuerzo del impulso agrario y la apuesta tradicional por el azúcar (Gott, 2007, p. 323). Aquellos acuerdos, junto al viaje de Fidel meses antes a la URSS, parecían fijar la posición cubana a la vera de Moscú.

Sin embargo, la situación era mucho más compleja. Cuba pertenecía a los No Alineados, tenía además un proyecto propio para América Latina y el Tercer Mundo que no estaba en sintonía con la URSS y que se puso de manifiesto en los años subsiguientes. Una situación que traía aparejadas dificultades para la diplomacia cubana, que además no quería entrar en la disputa entre chinos y soviéticos ni decantarse de forma explícita por los segundos. Esta situación, sin duda, afectaba al PCE, que trataba de mantenerse a flote en medio de aquella disputa que estaba mellando también sus filas.

VII. Conclusiones

Las relaciones entre los comunistas españoles y la Revolución cubana terminaron por ser cada vez más sólidas debido a que estaban sustentadas en intereses compartidos.

Por parte del PCE había razones de peso para cultivar las relaciones con los revolucionarios cubanos. Cuba era el primer país socialista del ámbito iberoamericano y un enfrentamiento con ella podía traer consecuencias impredecibles para los comunistas españoles, necesitados, como estaban, de todos los servicios, logísticos y materiales, que le podía brindar y le estaba brindando la Revolución cubana.

Las relaciones entre el PCE y la Revolución cubana transitaron por cinco etapas bien definidas en el período 1959-1963. Durante los primeros dieciséis meses de gobierno revolucionario el PCE se mantuvo expectante. Los comunistas no eran más que una facción dentro de las filas revolucionarias y aquel humanismo que fungía como divisa revolucionaria mantenía al PCE atento al devenir cubano, pero reacio al compromiso decidido. Cuba era renuente al pronunciamiento definitivo y definitorio con respecto a su modelo y aquella heterodoxia ponía en guardia a los partidos comunistas de observancia soviética. Por lo tanto, para el PCE la situación se definía así: la Revolución cubana había terminado con una de las dictaduras más opresivas del continente, sin embargo, el futuro de la revolución en Cuba era una incógnita, tanto por su capacidad de resistencia ante la ofendida Administración norteamericana como por su decantación ideológica. Además, estaba el tema de la lucha armada, asunto capital y que colocaba en situación comprometida a la línea de acción del PCE contra el franquismo. Cuba, en aquellos momentos, era un problema para el PCE, pues, en cierta medida, servía para exacerbar el conflicto sino-soviético y para deslegitimar la línea política que se trataba de impulsar desde el partido.

El talante distante de esta primera fase se tornó en proximidad y colaboración total a partir de mayo de 1960 a raíz del restablecimiento de relaciones diplomáticas con la URSS y, sobre todo, a resultas del encuentro entre Santiago Álvarez, miembro del Comité Ejecutivo del PCE, y Fidel Castro. A partir de aquel momento, el PCE consideró que el entendimiento con Cuba no sólo era deseable, sino imprescindible, pues este entendimiento para el PCE tenía consecuencias económicas, políticas y estratégicas. Tal fue así que la posición del PCE con
respecto a la lucha armada, después de todos los esfuerzos para desactivarla y para convencer a la dirigencia cubana de que no era la mejor opción para España, comenzó a tomar fuerza a mediados de 1961 cuando Cuba repelió con éxito el ataque imperialista de Girón y proclamó el carácter socialista de su revolución.

La posición internacional de Cuba condicionó la posición del PCE y lo hizo por el empuje que tenía el proyecto cubano. El PCE era un partido que siempre se había mantenido fiel a los dictados de Moscú, pero que entendió la necesidad de la entente con Cuba. Para el PCE, como para los partidos comunistas de América Latina, el conflicto sino-soviético tuvo implicaciones domésticas, pues aquella disputa sobre las vías para alcanzar el poder y emprender la senda del socialismo trascendía las disputas entre chinos y soviéticos. En el ámbito iberoamericano, el conflicto sino-soviético tenía una lectura tan próxima como directa en la experiencia cubana.

Por lo demás, si se ha de hacer un balance de las relaciones entre el PCE y la Revolución cubana durante este período la nota distintiva sería el equilibrio. Cuba secundó la línea del PCE en los temas de España, con todo lo que tenía de desgaste para Cuba, pues, más allá de los fracasos cosechados por el PCE en aquellos años, hacía con el régimen franquista una clara excepción en su contienda internacional contra el imperialismo y el colonialismo.

En cierta medida, se podría decir también que a Cuba le interesaba aquella posición, pues las posibilidades de abatir al régimen franquista por la fuerza no eran altas y se corría el riesgo en cada intentona de degradar unas relaciones comerciales y logísticas Madrid-La Habana que resultaban estratégicas para la Revolución cubana. Cuba se plegó, por tanto, a la posición del PCE, un poco por el prestigio ganado por el partido en los años de dictadura franquista y durante la Guerra Civil y otro poco por los problemas que podía acarrearle a Cuba meterse en el avispero español. Ante estas premisas, más allá de la proximidad ideológica, no parece imprudente la apuesta de Cuba por el PCE. La Revolución cubana asistió al PCE material y logísticamente tanto en América Latina como fuera de ella. Por su parte, el PCE suministró cuadros a la revolución, más de un centenar en aquel momento, desempeñándose en áreas estratégicas para la supervivencia de la revolución: medicina, ingeniería, enseñanza superior, relaciones internacionales, seguridad o defensa. Aparte de este tipo de asistencia trató de ejercer como elemento de distensión entre Moscú y La Habana. Otro aspecto no desdeñable fue la prudencia que siempre mostró el PCE en las valoraciones que hizo sobre las relaciones comerciales y diplomáticas entre Madrid y La Habana. El PCE justificó aquellas relaciones. Es necesario recordar que, a pesar de los encontronazos, las relaciones entre España y Cuba se mantuvieron; es más, España dobló las importaciones de Cuba y las exportaciones a la isla durante el primer quinquenio de gobierno fidelista (Seminario de América Latina y España, 1970), unas cifras que encajan con la pretensión española de llevar sus relaciones con América Latina más allá del ámbito cultural y que reflejan también la intención cubana de diversificar en la medida de lo posible su comercio exterior. Por otro lado, la España franquista se negó a secundar el bloqueo impuesto por los Estados Unidos, hizo caso omiso a las amenazas de sanciones que llegaban desde Washington y mantuvo sus conexiones aéreas y marítimas con La Habana. Una posición que fue bien recibida desde Cuba a pesar de la sima ideológica que había entre la dirigencia cubana y la España franquista. Una singularidad, la de las relaciones comerciales entre España y Cuba, que fue asumida por el PCE con naturalidad y sin estridencias.

A tenor de lo expuesto, se puede afirmar que las relaciones del PCE con la Revolución cubana estuvieron presididas por la proximidad y no registraron conflictos de la magnitud que presentaron las por momentos conflictivas relaciones entre Cuba y el resto de los partidos comunistas latinoamericanos. La Revolución cubana, durante el período analizado, no se constituyó en vehículo para la escisión o la fragmentación del PCE, algo que sí sucedió con otros partidos del ámbito iberoamericano. Y es que, la línea oficial y pública del PCE, desde mediados de 1960, fue siempre favorable a la Revolución cubana y a la necesidad de su defensa a ultranza. Por lo demás, el antiimperialismo, asunto menor en la oratoria de los comunistas españoles a finales de los años cincuenta, se tornó en condimento esencial del argumentario del PCE y de sus órganos de expresión.

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1. Alberto Bayo, militar español y exiliado republicano, había entrenado a los hombres del Granma en tierras mexicanas antes de su partida a Cuba. Para un análisis detallado de los intentos de Alberto Bayo de recrear la experiencia cubana en España véase la obra de Manuel de Paz Sánchez (2001, pp. 159-188).

2. Sobre este episodio, aparte de la prensa del momento, puede acudirse al visionado del documental Santa Libertade (Ledo Andión, 2004).