ANÉRICA LATINA HOY, 2024, 94
ISSN: 1130-2887 - e-ISSN: 2340-4396
DOI: https://doi.org/10.14201/alh.31182
María José Machado Arévalo mjmacare@alu.upo.es1
1 Universidad Pablo de Olavide
Envío: 2023-01-14
Aceptado: 2023-07-01
Publicación: 2024-08-07
RESUMEN: Este artículo examina las experiencias laborales de mujeres trans en peluquerías, una de las pocas salidas laborales junto con la prostitución. Se destaca la estrecha relación entre ambas actividades en Ecuador y otros contextos latinoamericanos. Las jerarquías de género, raza, sexualidad y clase influyen en estas dinámicas, reproduciendo la exclusión de cuerpos no conformes a la heteronormatividad. El trabajo muestra que las peluquerías, dirigidas por personas LGBTQ+, no solo ofrecen empleo, también funcionan como refugios ante violencia familiar y exclusiones educativas y laborales. El encuentro con redes de apoyo facilita la inserción laboral y mejoras en la movilidad social, aunque la mayoría aún enfrenta exclusión y crímenes de odio. La pandemia acentuó el cierre de peluquerías, históricamente conocidas como «centros del consuelo», refugios para disidentes sexuales. No obstante, el trabajo emocional de las peluqueras trans contrasta con la disminución de estos espacios.
Palabras clave: peluquerías; género; mujeres trans; Cuenca; 9 de Octubre
ABSTRACT: This article examines the work experiences of trans women in hair salons, one of the few job opportunities along with prostitution. The close relationship between both activities in Ecuador and other Latin American contexts is highlighted. Hierarchies of gender, race, sexuality and class influence these dynamics, reproducing the exclusion of bodies that do not conform to heteronormativity. The work shows that hair salons run by LGBTQ+ people not only offer employment, they also function as refuges from family violence and educational and labor exclusions. Encountering support networks facilitates job placement and improvements in social mobility, although the majority still face exclusion and hate crimes. The pandemic accentuated the closure of hair salons, historically known as «Consolation Centers», refuges for sexual dissidents. However, the emotional work of trans hairdressers contrasts with the decline of these spaces.
Keywords: hair salons; gender; trans women; Cuenca; 9 de Octubre.
Las peluquerías han sido centros del consuelo, la gente tiene su dolor y pretende sanarlo con un corte de cabello.
En la 9 no nos hacen lío por nuestra identidad, la gente dice que esas son las peluquerías de las gais.
(Ana, peluquera trans, 2020)
El corte de cabello ha dado lugar a diversos negocios. Desde las antiguas barberías, donde se realizaban otras prácticas como la extracción de muelas, hasta los modernos centros estéticos de belleza, pasando por las peluquerías de hombres, mujeres y unisex. Cada época y cada contexto cultural influyen en la configuración de estos espacios que también son importantes contextos de sociabilidad marcados por el sexo, la clase social, la identidad sexual y la racialización. Un hecho, este último, especialmente evidente en las sociedades latinoamericanas.
En el siglo XX a las barberías masculinas tradicionales se sumaron las peluquerías para mujeres, en un progresivo proceso de feminización de una parte de estos negocios. A finales del siglo XX las mujeres trans[1] encontrarán en estos negocios una salida laboral, pero ¿cómo ha evolucionado la generización en barberías y peluquerías? ¿Cuál es la posición que ocupan las mujeres trans en estos espacios jerarquizados? ¿Qué han significado las peluquerías para las mujeres trans? ¿Cómo son vistas las mujeres trans por los peluqueros y peluqueras?
En este artículo nos interesa analizar el imaginario social de las peluquerías regentadas por o en las que trabajan mujeres trans, que fueron una de sus escasas salidas laborales, pero también lugares de encuentro con otras personas que les permitieron aceptar su identidad sexogénerica. En Cuenca, casi todas las mujeres trans laboran en belleza, cocina, servicios sexuales y, ocasionalmente, en lugares de esparcimiento (Ávila, 2018). El estigma de la corporalidad trans se traduce en las dificultades de acceso a peluquerías, lo que influye en que los negocios de las trans son relegados a espacios estigmatizados de la ciudad.
El objetivo de este artículo es profundizar en el análisis de la evolución de las barberías y peluquerías en clave de género e identidad sexual de sus regentes y clientela; cuál es la posición de las mujeres trans en estos espacios; el significado de lo que una de nuestras informantes llama «centros del consuelo» (las peluquerías como espacios de afirmación de su identidad, solidaridad y refugio) y otro aspecto menos abordado en las investigaciones sobre esta temática: la representación de las peluquerías trans con relación a las peluquerías cisheteronormativas. Para el efecto, nos aproximaremos a los testimonios de las peluqueras trans y de las y los peluqueros cis. Se pondrá en evidencia una clara jerarquización y un estigma que se traslada desde los cuerpos de las mujeres trans a las representaciones sobre estos negocios y a las áreas urbanas en las que se sitúan; a la par que el tejido de redes de apoyo y solidaridad entre pares.
Cuenca[2] es reconocida como una ciudad «curuchupa»[3] y machista[4]. Para Mancero (2012), el espíritu provinciano de la ciudad ha transitado en los últimos años a un bastión de ideologías progresistas. El orden corporal de la ciudad define los campos de actuación a partir de los cuales los cuerpos pueden o no visibilizarse siguiendo estrategias de dominación y resistencia (Valcuende y Vásquez, 2016). Las peluquerías de las trans están ubicadas en dos callejones entre las calles Hermano Miguel y Gran Colombia de la 9 de Octubre, rodeadas de conventillos, antiguas casonas de élites cuencanas –donde habitan personas empobrecidas en hacinamiento– que fueron abandonadas por las familias pudientes durante el inicio de la expansión urbana y son alquiladas a bajo costo por habitaciones, con locales de comercio y servicios para sectores populares. Las casonas se deterioraron y constituyeron el principal modo de habitar el centro histórico hasta finales del siglo XX (Cabrera-Jara, 2019).
En Cuenca, al menos desde 1870 las peluqueras eran mujeres y los barberos varones (Arteaga, 2006, p. 100), hasta avanzado el siglo XX. Un hecho que se explica por las nociones dominantes de pudor y por las apariencias opuestas y complementarias entre varones y mujeres, jerarquizadas por la posición racial, etaria y de clase. Los varones se cortaban el pelo, la barba; las mujeres se peinaban ellas mismas y a otras mujeres. A los varones les cortaban el pelo las mujeres, el barbero del barrio a domicilio o lo hacían en las peluquerías: «Había una clara distinción entre salón de belleza y peluquería. Jamás a los varones, incluyendo niños, se le habría ocurrido asistir al de las mamás y las abuelas» (Martínez, 2015).
A mediados del siglo XX aparecieron los primeros peluqueros de señoras, que trabajaban con sus esposas[5] y el caso excepcional de una señorita que cortaba el pelo a varones: «En los cincuenta y parte de los sesentas del siglo veinte, hubo una sola peluquería de varones en Cuenca, donde ejercía esta labor una mujer, la hija de un señor Martínez» (Cárdenas, 2018, p. 111).
En los años setenta llegó a la ciudad el primer estilista unisex. A partir de los años ochenta se instaló el estereotipo del gay prestigioso, similar al tópico europeo del afectado peluquero francés. Para entonces, se feminizó el oficio de la peluquería unisex y se extendió hacia sectores populares. Las mujeres cortaban el pelo a varones y mujeres, rompiendo barreras. En los años ochenta y noventa, homosexuales y travestis instalaron sus peluquerías en el sector de la 9 de Octubre[6] y jugaron un papel fundamental en los disturbios que dieron lugar a la despenalización de la homosexualidad en el Ecuador, en 1997[7]. A partir de los años dos mil varias mujeres trans se emplearon como peluqueras, aprendieron el oficio para sobrevivir a la extrema pobreza en que les dejan el desprecio familiar y la condición nómade forzada por el desarraigo. Con la despenalización no cesaron los crímenes de odio[8]. Lady, peluquera trans, hilvana su propia línea de tiempo explicándolo:
Hasta los ochenta era una tradición que las mujeres se corten con mujeres y que los hombres se corten con los hombres. Cuenca fue bien chapada a la antigua y las cosas mejoraron a partir de la despenalización de la homosexualidad. A la primera trans que vino en los noventa, la mataron. Se llamaba Jimmy, muy alta, costeña, referente en belleza, bien popular, después fueron apareciendo poco a poco otras. Con la despenalización la sociedad homosexual fue mostrando sus habilidades en belleza. (Lady, 39 años, comunicación personal, 8 de abril de 2021)
En torno al mercado de la 9 de Octubre se fueron instalando estaciones de buses interprovinciales, hostales y residenciales convertidos en moteles. El tráfico de drogas, la prostitución, las riñas callejeras y los robos son frecuentes en el sector: «lleno de suciedad, de ventas, de borrachos, de drogadictos» (Briones-Orellana et al., 2021). El carácter marcadamente popular de este espacio posibilitó el surgimiento de diversas peluquerías, como apunta Eliécer Cárdenas, cronista vitalicio de la ciudad: «Las peluquerías de “medio pelo” y las francamente populares se desperdigaban en sectores barriales de la ciudad, la Nueve de Octubre y El Vado, principalmente» (Cárdenas, 2018, p. 108). Existen por lo menos unas tres peluquerías de disidentes sexuales en el sector, pero los testimonios afirman que pudo haber muchas más, incluyendo las del Pasaje San Alfonso, ubicado a unas calles de distancia. A partir de los años 80 y 90 dieron cabida a disidentes sexuales que llegaron de otros lugares, ya se las conocía como las peluquerías de «los mecos» o «las gais». El público que asiste a estas peluquerías es variado. En principio, por la ubicación de las peluquerías, se asume su costo bajo, y la mayoría de las personas conoce que en estos negocios trabajan mujeres trans. Su menaje es básico, su decoración, llamativa (colores como el rojo, el rosado, el estampado animal y los brillos en dorado y plateado son usuales).
La investigación en la que se enmarca este artículo tiene un carácter fundamentalmente etnográfico. Una metodología que nos aproxima a la significación de los hechos sociales partiendo del propio contexto (Geertz, 2000). Se han combinado la observación directa y la observación participante, realizadas entre 2012-2022 en las peluquerías de la 9 de Octubre con dos historias de vida de peluqueras trans y trece entrevistas semiestructuradas a peluqueras y peluqueros del centro histórico de Cuenca, además de numerosas conversaciones informales con clientes y peluqueras. El tiempo transcurrido en la investigación ha permitido una relación de proximidad con algunas de ellas, que cumplieron el papel de informantes privilegiadas. Las entrevistas realizadas siguieron un guion abierto semiestructurado, que partía de sus propias experiencias personales, es lo que se ha venido en denominar microbiografías (Del Río y Valcuende, 2007). Las entrevistas, la observación y las fuentes orales se han complementado con la revisión de artículos de opinión y anuncios de la prensa local.
Para la selección de informantes se tuvieron en cuenta la edad, la identidad sexual y de género, el precio de sus servicios y la ubicación del local y el público al que se dirigen, lo que tiene fuertes connotaciones de clase. Se suscribieron documentos sobre los alcances de la investigación y formularios de consentimiento informado. La recopilación de testimonios de peluqueras trans no ha sido sencilla y en algunos casos no han querido que sus testimonios sean utilizados directamente, por lo que en este artículo reproducimos los testimonios de los relatos de vida que autorizaron la reproducción de las entrevistas. Para preservar la intimidad de nuestras informantes hemos modificado sus nombres.
Los estudios de género demuestran que los rasgos considerados esencialmente femeninos o masculinos son productos históricos y no realidades biológicas y desvelan la desigualdad en las relaciones de poder y el acceso diferenciado a los recursos y las oportunidades vitales (Caprile, 2012, p. 2). Para Butler (1990) el género tiene un carácter performativo. No existen papeles sexuales o roles de género inscritos en la naturaleza humana. Las personas trans desafían la continuidad asumida socialmente entre sexo y género. El sistema cisgenerizado[9] limita la posibilidad de construirse a sí mismas fuera del modelo heteronormativo.
Desde una perspectiva interseccional, entendida como un sistema complejo de múltiples y simultáneas estructuras de opresión (Crenshaw, 1995), el género, la clase, la sexualidad, la etnia, la nacionalidad y la edad definen las experiencias de las mujeres (Collins, 2000). Por contraste con las personas que representan la normatividad (hombres, blancos y heterosexuales) (Viveros, 2016), las trans generalmente son pobres y racializadas. Andrés (2000) afirma que el replanteamiento del sujeto homosexual es la base de la teoría queer, originada en círculos académicos –que desconfían de las posiciones identitarias por considerarlas esencialistas– y herederos de Foucault y del postestructuralismo francés (p. 147).
Para Berkins, como todo sujeto social, las travestis experimentan contradicciones. Aunque sus prácticas cuestionan la lógica binaria sexo/género, a menudo para construirse en femenino utilizan estereotipos que refuerzan la subordinación de las mujeres, lo que lleva a algunos feminismos a desvalorizar el travestismo. Pero no todas las personas deben subvertir las normas de género: es una elección política (2006). Varias personas trans iniciaron su transición en un contexto de negación de servicios de salud y fueron apoyadas por travestis y otras trans en el proceso.
En las sociedades latinoamericanas contemporáneas la expectativa de vida de las trans es de 35 años[10]. La prostitución fue durante mucho tiempo una de las escasas salidas para sobrevivir por la expulsión familiar y del sistema escolar. Las peluquerías fueron otra opción laboral, además de lugares de socialización y de apoyo mutuo.
Las investigaciones en relación con este tema aún son muy limitadas, aunque de forma progresiva encontramos abordajes tanto desde la literatura como desde las propias ciencias sociales. Salón de belleza (1994), novela de Mario Bellatin, aborda la peluquería como espacio generizado de trabajo, a partir de la noticia de un peluquero que recogía enfermos de sida en un barrio marginal de Lima. Pedro Lemebel, escritor chileno, en la crónica «Tarántulas en el pelo», afirma que la peluquería es un oficio «controlado» donde se agrupa al homosexual y travesti, a modo de gueto: «Labores manuales que por sobre la opción personal o frivolidad de loca, los encarcela en las peluquerías por negación a la educación superior» (Lemebel, 2004, p. 109).. Centros del consuelo tiene una doble lectura, a pesar de su imposición violenta: la función de las peluquerías como refugios para sí mismas y como espacios de apoyo emocional para compañeras y clientes.
Los trabajos sobre desigualdades de género, clase y raza[11] en las peluquerías, salones de belleza y barberías han ganado profundidad en Latinoamérica con los aportes de Luz Gabriela Arango (2011, 2012, 2013a, 2013b, 2015, 2018), pionera de la sociología del trabajo con perspectiva de género; quien aplica como referentes teóricos de sus estudios las investigaciones de (1) Hochschild sobre trabajo y labor emocional: como el esfuerzo que realizan las personas para ajustar sus emociones a las normas sociales (1979) y, posteriormente, como el uso de las emociones en espacios laborales para producir emociones positivas (1983); de (2) Black (2004), para quien el salón de belleza como trabajo feminizado brinda terapia física y emocional y está marcado por la raza, clase y sexualidad; de (3) Kang (2010), quien critica al «mito de la belleza» a partir de las desigualdades entre mujeres, y de (4) Gimlin (2002), que acuña el término «ideologías de la belleza».
Pineda (2020) señala los procesos de mercantilización y profesionalización del cuidado (belleza vejez, salud), su desvalorización y sus costos emocionales. Posso y La Furcia (2016) y La Furcia (2022) investigan trayectorias laborales de mujeres trans en Colombia. Muchos elementos de sus trabajos han sido de utilidad para establecer semejanzas entre los procesos de represión y resistencia de las sexualidades y corporalidades diversas en Cuenca y el contínuum prostitución/peluquería violentamente impuesto. Algunos estudios y reportajes [Fernández (2004), Camacho (2007), Páez (2010), Rosero (2021), Pelayo (2021)] narran experiencias de vida de travestis y trans y su relación con la peluquería, labor devaluada económica y socialmente, como todos los sectores feminizados. Como señala Bourdieu (2016): «las posiciones más bajas incluyen una parte importante de extranjeros y/o de mujeres. Están reservadas a las mujeres las profesiones de servicio y de cuidados personales como la peluquería y la estética corporal que remiten al espacio doméstico».
Para Posso y La Furcia (2016), la marca de la clase social en la configuración del espacio confina a las peluqueras trans a situarse en sectores populares, distanciadas social y espacialmente de las peluquerías de hombres gais de clase alta, mujeres cis y hombres heterosexuales, para proteger un orden de género donde la masculinidad debe ser preservada de amenazas a su hegemonía. Otro ejemplo es el de las trabajadoras sexuales transgénero en el Barrio céntrico de Santa Fe, de Bogotá, que habitan el patrimonio común por los prejuicios sociales. Sus únicas opciones son la prostitución o la peluquería. El barrio es un refugio donde pueden desarrollar su personalidad y encontrar apoyo en una red de solidaridad formada por otras trans (Meneses et al., 2018).
Purita Pelayo (2021), escritora y activista trans ecuatoriana, señala un fenómeno similar en Quito-Ecuador: «Los barrios donde residían homosexuales y travestis eran lugares periféricos, donde habitaba gente humilde y desplazada por la pobreza. Esas casas grandes en el centro histórico convertidas en tugurios, cuyos propietarios originales emigraron a sitios más decentes» (p. 42). Pelayo afirma que las peluquerías de gais marginados se pusieron de moda y se diseminaron por la ciudad. Si bien generaron autonomía económica, la sociedad solo interactuaba con los homosexuales en los salones de belleza. A pesar de eso, las peluquerías fueron convirtiéndose en un vínculo lento de aceptación, aunque fuera para dar respuesta a estereotipos estéticos (pp. 43-44).
Como aporte a investigaciones previas, este estudio de las peluquerías de mujeres trans de la 9 de Octubre en Cuenca es novedoso, porque profundiza en la significación de los contextos urbanos en los que se establecen estas peluquerías ([Cabrera-Jara, 2019][Briones-Orellana et al., 2021]) y en las biografías de las mujeres trans a partir de la discriminación social y laboral (Ávila, 2018); (Morales & León, 2018). La intersección que propongo –entre el espacio y los cuerpos que lo habitan de una manera particular, en un contexto histórico determinado y el auge/ocaso de estas formas de vida– aporta a la memoria histórica de la ciudad acerca de una época de represión y resistencia sostenida en relaciones de solidaridad. Como señala Ávila (2018), para la población trans en Cuenca, una de sus aspiraciones es «la asimilación de ‘lo trans’ como vivencia sociocultural legítima en el imaginario colectivo» (p. 66).
IMAGEN 1. PELUQUERÍA DE LA 9 DE OCTUBRE. AÑO 2021
Fuente: D’Pachis Peluquería Unisex. 2021. María José Machado.
La descripción de lo que eran estas peluquerías en la década de 1990 evidencia la subalternización de unos cuerpos asociados también a contextos liminales en la ciudad. Algunos de los testimonios recogidos de los inicios de las peluquerías de la 9 de Octubre nos muestran cómo las disidentes sexuales y sexogenéricas irán construyendo sus centros consuelo «en esas casas antiguas donde nadie quiere vivir. La gente arrienda al que venga, porque son descuidadas», en palabras de Ana (2020). Lady (2021) describe cómo era la primera peluquería trans que se abre en esta calle: «Era un cerramiento con unos murales que pintaron unos niños, en su momento eran huecos con lodo, donde todos iban a hacer sus necesidades biológicas».
Las peluquerías mejoraron con el tiempo, aunque la precariedad las ha caracterizado. No pueden permitirse cobrar más por sus servicios. Precisamente se los contrata por su bajo costo y su público es, sobre todo, de estratos populares. La subalternización de los clientes se corresponde con la de los peluqueros gais, travestis y trans. Esto suponía que «por ese lado no teníamos problema porque sabían a qué tipo de peluquería iban y qué tipo de personas les iban a cortar», a diferencia de lo que sucedía en otras peluquerías donde sí se producen más casos de discriminación y en las que el trabajo de las trans es infravalorado, como señala Ana:
En otros sectores de la ciudad hay peluquerías de ciertos gais que son homófobos y tránsfobos y que decían que las peluquerías de las trans y los travestis son de lo último y están en la 9 de Octubre. A mí me contrataban porque «no se me notaba». Lo de ellos valía el doble, el triple. El trabajo de la mujer trans es el menos valorado de todos. Nosotras compramos lo básico. Ninguna compañera se puede poner una peluquería de lujo, con adornos o decoraciones, o contratar un diseñador o un arquitecto. Todo es improvisado y rápido, lo más barato, unos tres mil dólares, mínimo. (Ana, 41 años, comunicación personal, 12 de junio de 2020)
A pesar de que la mayor parte de la gente conoce las características de estas peluquerías, a veces se producen «equívocos». Lady vivió discriminación en su propia peluquería. La han confundido con una mujer cis y al escuchar su voz le han preguntado si es gay. Ella responde que es una mujer transgénero. El cliente dice: «Wow, perdón, pero quiero que me corte una mujer». Sin embargo, esto «no me ha quitado el entusiasmo, las ganas de luchar y de vivir, las ganas de prepararme más en cuestión de belleza», sentencia. La profesionalización ha implicado la búsqueda también de la identidad. En algunos casos trabajaron temporalmente en peluquerías cisheteronormativas, aunque las echaron «al ser descubiertas». Una de nuestras informantes nos comenta que en otras peluquerías de la ciudad le han dicho algunas clientas que «no quieren que ningún maricón toque la cabeza de sus hijos», pensando que ella es una mujer cis.
Los hombres (heterosexuales o no) encarnan la expresión más visible y prestigiosa del oficio, generan nuevos terrenos de distancia y exclusividad (Gaviria & Duque, 2012) y, aun cuando no lo hagan conscientemente, disfrutan del dividendo patriarcal que es la ventaja que los hombres en general obtienen de la subordinación general de las mujeres (Connell, 2005).
La jerarquización cisheteronormativa de las peluquerías evidencia que el género, la orientación sexual, la clase social y los procesos de racialización contribuyen a conformar espacios marcadamente diferenciados. Aunque las peluquerías han sido una salida tradicional para algunas mujeres trans parece claro que no todas las peluquerías admitían a estas mujeres. De hecho, el ámbito urbano en el que se centran las peluquerías trans en Cuenca evidencia su carácter marginal. Es en una zona popular que ha estado estigmatizada donde estas peluqueras pueden encontrar trabajo, en un contexto en el que gais, travestis y transexuales comparten un espacio que es al mismo tiempo de opresión y resistencia.
Para las trans, la huida de sus lugares de origen es una constante en sus trayectorias. Buscan escapar de la represión de sus contextos familiares y llegan a las peluquerías regentadas por disidentes sexuales. En principio lo hacen para adecuar su apariencia a su identidad. «Yo escuché que los gais cortaban bien y quería tener el pelo como una chica», dice Ana (2020). Lady (2021) cuenta su llegada al barrio:
Ya no me iba al colegio en las tardes, me iba a la peluquería del Nacho y todo pasaba allí. En su momento mis compañeros de la peluquería me dieron protección y refugio. Prácticamente no tenía a dónde ir, si me iba a estar vagando por ahí no me gustaba porque nunca he sido una persona de la calle, pero iba allá para ganarme un plato de comida, a limpiar, a barrer, a lavar cabeza a los clientes, esas cosas. Así sobreviví por un tiempo. Pedí a Dios que me dé inteligencia para aprender, así empezó mi vida en la peluquería. Mis amigos me dijeron: «Mira, Wilson (su nombre en esos años), aprende la peluquería, porque de esto algún día has de sobrevivir, de esto has de tragar, porque para nosotros que somos maricones, no nos queda más que trabajar en una peluquería». Nunca me llamó la atención, nunca me gustó la peluquería, pero como mi familia me dejó, aprendí y me fue gustando.
Las trans se refugiaron en las peluquerías regentadas por gais y travestis y, muchos años después, abrieron sus propias peluquerías. Los costos de la profesionalización en belleza son altos y la hegemonía la tienen las mujeres cis, que «son muy reacias a las trans». Los gremios también las excluyen[12]. Lady coincide en su testimonio en este punto, afirmando que las mujeres cis «nos tienen mucha envidia y resentimiento». Ella tuvo su primer trabajo, antes de su transición, con un maestro en El Vado, donde están instaladas las barberías más antiguas de la ciudad, decidida a «jugarse el todo por el todo». Esa habilidad la tenía guardada por tradición familiar: «Mi madre nunca nos llevó a una peluquería, nos cortaba el cabello a todos los hermanos en la casa». Años después obtuvo el título artesanal de maestra en belleza. Varias mujeres trans emigraron a Quito o Guayaquil para aprender el oficio y regresar a su propio negocio en Cuenca o se fueron a Estados Unidos y a Europa.
Las peluquerías son también centros del consuelo para los clientes, en un trabajo que tiene un fuerte componente emocional. Para Lady la peluquería es un lugar en donde se busca recuperar la autoestima y, para Ana, es un espacio de apoyo emocional:
A veces la juventud pasa por decepciones entre enamorados y se encierran, sin querer salir a la calle, no se quieren ver bien, se descuidan en lo personal de arreglarse. La peluquería es un lugar en donde van en busca de recuperar esa autoestima, de sentirse bien físicamente y emocionalmente. (Lady, 39 años, comunicación personal, 8 de abril de 2021)
El carisma es más importante que la habilidad. Las peluquerías han sido centros del consuelo. La gente tiene su dolor y pretende sanarlo con un corte de cabello, verse diferente o conversar con alguien que le muestre que le importa, aunque no fuera así. Cuentan cualquier pena, reciben cualquier consejo y se van contentos. A veces por estar conversa y conversa les he cortado mal, pero la gente no se queja. (Ana, 41 años, comunicación personal, 12 de junio de 2020)
Las estilistas hacen «fluir la belleza al exterior». (Posso & La Furcia, 2016) se refieren a este grupo de mujeres como «la subalternidad de la subalternidad», desarrollan un trabajo de cuidado al cual han sido relegadas, pero en él son víctimas de discriminación.
Para las trans es importante que su identidad de género pueda ser expresada y no sea cuestionada en el espacio de trabajo y manifiestan que rechazarían ofertas de empleo formal si les pidieran que oculten su identidad (Morales & León, 2018). Sus feminidades están en continua elaboración, requieren de un trabajo intangible y simbólico de inversión psíquica, física y corporal (Posso & La Furcia, 2016). Para Lady (2021), la presentación es importante, sobre todo en las mujeres transgénero: «Bien maquillada, bien peinada, para que la clienta venga y me diga, qué bonita que está». Se necesita también una buena autoestima, carisma, preparación en servicio al cliente, porque si se lo trata mal no regresa.
(Posso & La Furcia, 2016) afirman que existe un contínuum entre el trabajo sexual y la peluquería como típicos de la construcción de la identidad de género transfemenina porque son los únicos oficios donde su identidad es vivida y reconocida sin ocultamientos. Lady (2021) ejerce en espacios separados la prostitución y la peluquería:
Nosotras pasábamos a full y no se daban estos casos donde yo laboraba, pero hay referencias de las otras peluquerías del mismo sector donde sí pasaba, incluso una peluquería «x» bajaba la puerta y varias veces les hicimos bullying; poniendo un alambre en la puerta Lanfor[13]. Era algo chistoso y osado, pensábamos que así ve la sociedad a nuestro sector y colectivo y era para que vayan cogiendo escarmiento y no lo vuelvan a hacer, porque tampoco es bueno ser mal visto por estas cosas.
A ella la ven «como una mujer, no como un gay». La buscan «hombres hetero, casados y con familias». Si el hombre que la aborda le gusta, ella «sigue el hilo» y se va «con el mejor postor» fuera de su local. Ana nunca ejerció el trabajo sexual, pero confirma que a las peluquerías llegaban hombres en busca de servicios sexuales «incluidos». La belleza fue, en su caso, la única forma de sobrevivir: «Era eso, o ir a la calle a prostituirme, pero para irme a la calle se necesita mucho valor, mucha fuerza, sobre todo física, moral quizás, no sé. Hay chicas que ejercen la prostitución y son peluqueras, pero todo muy separado. Generalmente la prostitución es en la noche». Un hombre gay de 36 años, de clase media, reconoce que, aún adolescente, su primera pareja sexual la encontró en una peluquería:
Para mí las peluquerías gais y trans fueron mi despertar a la homosexualidad porque me di cuenta de que había más gente como yo. Conocí al primer chico gay, todavía recuerdo su perfume. Mi prima dijo «los mecos» cortan bien, entonces estaba pensando que para todos los gais y los clósets fue el primer contacto con esta vida. Aunque no me atraen sexualmente las chicas trans iba a sus peluquerías para encontrar a sus cacheros[14]. (Hombre, 35 años, comunicación personal, 23 de octubre de 2021)
Estas funcionaron, en un momento, como clósets de cristal cuando no existían aplicaciones de citas.
Fuller (2020) propone que la masculinidad adquiere coherencia y estabilidad a través del repudio de lo abyecto, que produce sus fronteras y la estabiliza. El cuerpo es una alegoría del orden social y de los géneros y su fundamento legitimador del dominio de los varones sobre las mujeres. Las jerarquías de género entre los establecimientos de barbería y peluquería se profundizan por la clase social, la raza y la nacionalidad, además de ser centros de disciplina corporal donde se refuerza el dimorfismo sexual (Guerrero, 2009). A los peluqueros heterosexuales entrevistados les interesa distanciarse del imaginario del peluquero gay:
Si fuera gay mejoraría mi relación con las mujeres, pero con los hombres no. Definitivamente a los hombres no les gusta que les corten los gays. (Peluquero, 24 años, comunicación personal, 8 de abril de 2021)
De hecho, la propia denominación de «peluquero» o «barbero» sigue teniendo claras connotaciones: «Yo soy barbero, pero atiendo a mujeres. Al venezolano varón no le gusta que le digan peluquero o estilista, es un insulto, peluqueros son los amanerados y gays», dice un barbero heterosexual de 26 años (comunicación personal, 8 de abril de 2021). Para algunas mujeres cisexuales, en sus espacios de trabajo urge «preservar» a su clientela masculina o a sus parejas de las disidencias, sin asumir ese rechazo como propio: «Nunca podría contratar a una trans, los clientes son machistas y debo velar por su comodidad», dice una peluquera cisheterosexual de 50 años (comunicación personal, 2 de marzo de 2021). «En mi caso, yo respeto la decisión de cada quien, pero hay otros que dicen “no me voy a meter ahí porque es trans” o “yo no me arreglo con trans”», dice otra peluquera cisheterosexual de 35 años (comunicación personal, 2 de marzo de 2021).
Los barberos clásicos, la mayoría septuagenarios, fijan los límites de su trabajo: las barberías deben ser de varones y los salones de belleza de mujeres, pero comprenden como resultado «de la globalización» que haya varones en gabinetes de belleza o personas que no son «ni lo uno ni lo otro» («Un peluquero sin pelos en la lengua», 2017). Uno de ellos dice acerca del fenómeno:
Es la parte delicada, ese apego feminista que tenían muchos varones, para convertirse en gais. Ya ellos avanzan al maquillaje, se pintan las cejas, se ponen sus adornos, sus pestañas, se implantan senos, van adquiriendo esos gustos, ven que un trabajo para un gay no es la mecánica, la alfarería ni la joyería, buscan algo que se adapte a su formato y la peluquería es lo mejor para el gay. (Barbero, 70 años, comunicación personal, 3 de diciembre de 2021)
En los años setenta del siglo XX, el primer peluquero unisex regresa a Cuenca desde Estados Unidos. Su percepción sobre las trans es de mayor apertura, quizás por su propia condición sexual, que para sus contemporáneos. Al ser de una familia reconocida, de clase media alta, ocultó en principio sus estudios de belleza porque eso era «para maricones». Había el prejuicio de que sólo las mujeres, las «empleadas domésticas» y personas sin educación podían ser peluqueras:
Quizás yo sembré esa idea de que el peluquero hombre es mejor que la mujer, aunque es mentira. Como fui el primer peluquero unisex, la mayor parte de clientas fueron por curiosidad a mi peluquería, para saber quién es este señor que arregla a mujeres. Pero después ya hubo otros. Toda la vida hubo transgéneros, especialmente se les veía en la Costa, donde más apertura tenían, porque en Cuenca a lo mejor estaban escondidos y no se sabía, les tenían encerrados quizás. En los ochentas yo diría que hubo más apertura. Hubo un par de peluqueros de señoras más cuando llegué a Cuenca, pero éramos excepciones. (Peluquero, 68 años, comunicación personal, 2 de diciembre de 2020)
Otros testimonios, de peluqueras mujeres y de peluqueros heterosexuales más jóvenes, dan cuenta de cómo los imaginarios y prejuicios llevan la marca de la violencia y de la discriminación:
Los gais en la peluquería aparecen hace unos treinta años. Yo tenía un primo peluquero que me dijo que iba a cerrar porque «ahora vienen unos gais que cortan bien, se especializan, siguen cursos, están al tanto de todo y a uno le hacen al lado». Los colombianos vinieron hace unos veinte años. El Jimmy Camacho era gay y le mataron, como a tantos. En las oficinas de El Mercurio había un montón de locales de estilistas y solo varones. Había un chico Pedro al que también le mataron. (Peluquera, 67 años, comunicación personal, 21 de septiembre de 2020)
En los testimonios difieren, por variables como la edad, el género y la clase social, las percepciones acerca de la peluquería como un oficio generizado, donde se extraña, para los mayores, el tiempo en que la división sexual del trabajo era tajante: «En los años 1980 declinaron las barberías tradicionales y surgieron los gabinetes de belleza», lamentaba el afamado peluquero Patricio Tobar (Vera, 2020) por contraste con las opiniones de disidentes sexuales, mujeres cis y trans y aquellos más jóvenes que se han criado en entornos más abiertos. «Hace veinte años yo le hubiera dicho que jamás sería peluquero, porque no soy homosexual», dice Jonatan, estilista heterosexual de 40 años que descubrió en Quito que podía ganar mucho dinero en la peluquería y rompió con los prejuicios del entorno cuencano (comunicación personal, 3 de marzo de 2021). Alex, también heterosexual, a sus 24 años dice que no tendría problema en contratar una trans, siempre que haga bien su trabajo (comunicación personal, 8 de abril de 2021). Ana, peluquera trans, crea un símil entre las discotecas alternativas «que no admitían trans ni gais que muestren feminidad» con las peluquerías donde hay una mezcla de «jerarquía y rechazo a lo femenino» (comunicación personal, 12 de junio de 2020). Quedan claras las categorizaciones del imaginario, la discriminación hacia las personas trans; pero, al mismo tiempo, los estereotipos «positivos» asociados con la habilidad de los peluqueros gais.
Las peluquerías han sido una de las escasas salidas laborales para las mujeres trans, junto a la prostitución. Ambas actividades habitualmente han estado estrechamente vinculadas, algo que sucede en Ecuador y en otros contextos latinoamericanos, como señala la activista trans mexicana Kenya Cuevas (2022):
Por mi experiencia de haber ejercido 30 años el trabajo sexual todas llegábamos por un acto de violencia: las trans porque nos corren de la casa, encontramos otras trans y todas trabajan en estilismo, show travesti y trabajo sexual; y por el acoso escolar, abandonamos los estudios y no accedemos a otros espacios laborales.
Las jerarquías de género, raciales, sexuales y de clase marcan las características de estos negocios y también el imaginario sobre las peluqueras y peluquerías trans, reproduciendo la exclusión de los cuerpos que no se adecuan a la heteronormatividad.
Las reticencias al contacto de una mujer trans con otros cuerpos, especialmente los masculinos, se convirtió en una limitación importante. Lo trans, definido hasta hace muy poco tiempo como travesti, condiciona las trayectorias de unas mujeres que encontraron refugio en alguna de estas peluquerías, normalmente regentadas por homosexuales, travestis y transexuales. Estas peluquerías no sólo supusieron una salida laboral, fueron mucho más. Es en estos contextos en los que las personas encontraron la comprensión de otras personas que experimentaron el rechazo de su familia, la patologización de su condición sexual, la exclusión del sistema educativo y laboral y del derecho a la ciudad, que las orillaron a la peluquería en el sector de la 9 de Octubre.
El encuentro con hombres gais, travestis u otras trans y sus redes de apoyo facilitó su inserción laboral. Si bien ciertas lógicas de movilidad social han permitido que algunas personas hayan superado años de penurias económicas, violencia machista, problemas de salud y juicios para que se reconozcan sus derechos; la gran mayoría de mujeres trans siguen experimentando exclusión en espacios públicos y privados, cuya máxima expresión son los crímenes de odio.
Los imaginarios de cisexuales son, generalmente, de rechazo a las peluqueras trans. Existe en ellos una necesidad de distanciamiento y de preservación de la masculinidad y en ellas, la necesidad de custodiar la masculinidad de sus clientes o de sus maridos o hijos y de marcar las diferencias económicas, sociales y morales con las peluqueras trans. En la pandemia por COVID-19 prácticamente terminaron de cerrar muchos de estos establecimientos que jugaron un papel fundamental en un momento histórico que va desde 1980 hasta 2020, aproximadamente, como centros del consuelo, en una doble lectura: como refugios para disidentes sexuales y espacios de libre expresión de la sexualidad y la identidad de género y también como lugares de despliegue de trabajo emocional para cuidar a su clientela. En no pocas ocasiones los hombres esperan de ellas servicios sexuales. Así, el trabajo emocional es inversamente proporcional al costo final del servicio.
La muerte de las personas y la desaparición de las geografías que habitan son políticas, por omisiones del Estado en su deber de prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres trans y de garantizar sus derechos. Para matizar, en los últimos años, a partir de la despenalización de la homosexualidad, hay mayor inclusión. Aspectos como las políticas de acción afirmativa y de gratuidad de la educación han permitido ampliar sus horizontes laborales y su activismo público a favor de sus compañeras, en un contexto de arremetida de los grupos conservadores.
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[1]. Actualmente el término mujer trans se refiere a travestis/transexuales y transgénero femeninas. Aunque en función del contexto histórico y cultural las denominaciones han ido evolucionando, para profundizar en este aspecto ver Guasch y Mas Grau (2014).
[2]. Cuenca está ubicada en la Región Centro Sur del Ecuador, a 2.560 m, en el valle interandino, pertenece a la provincia del Azuay. La Unesco la incluyó en la lista de ciudades «Patrimonio Cultural de la Humanidad».
[3]. Término coloquial, despectivo, que se utiliza en Ecuador para referirse a las personas que ostentan su religiosidad y tienen, al mismo tiempo, una vida privada dudosa (Real Academia Española, 2022).
[4]. Cuenca es la ciudad con la tasa más alta de violencia contra las mujeres del país (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, INEC, 2019). En Ecuador 7 de cada 10 personas LGBTI han vivido algún tipo de discriminación en el entorno familiar (INEC, 2013).
[5]. Sergio Gil fue uno de los primeros peluqueros de señoras, trabajaba con su esposa en los famosos salones de belleza de la familia Jara.
[6]. El Mercado 9 de Octubre, uno de los tres ubicados en el centro histórico, fue construido en 1930, como alternativa al comercio al aire libre de la plaza San Francisco y sus problemas de insalubridad. Es el más antiguo y tradicional de la ciudad. La plaza Cívica que lo rodea, sus calles aledañas y la plaza Rotary modificaron paulatinamente sus usos con el crecimiento del comercio informal, la insalubridad y la inseguridad. La ciudadanía percibe la Feria Libre, la 9 de Octubre y el Barrial Blanco como los sectores más peligrosos para caminar (Consejo de Seguridad Ciudadana, 2021).
[7]. El intendente de Policía, Diego Crespo, irrumpió en la elección de Miss Gay Cuenca, en el bar Abanicus, el 14 de junio de 1997. Pachi Coellar, la reina elegida y peluquera, fue encarcelada con su vestido, violada por delincuentes y torturada por la policía. Esto despertó la indignación de estudiantes, activistas y la Iglesia católica. Desde Quito, las organizaciones Triángulo Andino y Coccinelle demandaron al Tribunal Constitucional la despenalización, que se logró en noviembre del mismo año.
[8]. Sendos artículos de Diario el Universo son ejemplos: en 2002 se reportó el asesinato del famoso estilista Jaime Camacho, descrito en el informe policial como de «tez blanca, cabello largo y rubio, vestido de mujer»; y, en 2011, Rómulo Lucero, estilista en una peluquería del Pasaje San Alfonso de Cuenca, también fue asesinado. Problemas asociados a las intervenciones corporales sin supervisión médica, a la violencia machista, homófoba y tránsfoba y al VIH-sida son frecuentes causas de la mortalidad temprana de la población travesti y trans en Cuenca (Redacción, 2002, 2011).
[9]. Cisgénero se utiliza para designar a las personas cuya identidad de género coincide con el género de asignación (Mas Grau, 2016, p. 39). Cisgeneridad, para la economista trans Viviane Vergueiro, como blanquitud o heterosexualidad, es una perspectiva subjetiva que es considerada como natural (Posso y La Furcia, 2016).
[10]. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH, 2015, p. 15) señala que el 80 % de las personas trans asesinadas entre enero de 2013 y marzo de 2014 tenía 35 años de edad o menos.
[11]. Utilizo «raza» no como realidad biológica, sino como categoría mental impuesta en la modernidad (Quijano, 2000, p. 281).
[12]. Leonor (51), una lideresa del gremio de peluqueras, comenta que con sus compañeras se ha hablado de la inclusión de mujeres trans, pero que la mayoría no está de acuerdo. Tampoco contrataría a mujeres trans porque ellas tienen «su público» en sectores como «la 9». En su moderno spa sus clientes no las aceptarían.
[13]. Puerta metálica enrollable que se utiliza en los negocios ecuatorianos.
[14]. «Cachero», en Ecuador, significa hombre homosexual activo.