Lidia Morales Benito (2021). Funámbulo. Juego, ‘Patafísica’ y OuLiPo, aproximaciones teóricas y equilibrismos literarios. 204 págs. Puebla: Universidad Iberoamericana Puebla. ISBN: 978-607-8587-47-6.

Surgido de una espléndida tesis doctoral codirigida por Robin Lefere, de la Université Libre de Bruxelles, y Francisca Noguerol, catedrática de Literatura hispanoamericana en la Universidad de Salamanca, este libro constituye un importante, iluminador y riguroso trabajo de documentación sobre la experimentación de las vanguardias, la historia del juego y de lo lúdico, así como acerca de las hondas proyecciones ideológicas y políticas que pueden tener corrientes literarias como la patafísica y el grupo OuLiPo y los laboratorios de escritura en el sentido más amplio y libre del término. Y es que no hay mayor indicio de inteligencia y talento que la capacidad para el humor; no hay mayor ejercicio de libertad y crítica hacia el mundo en que vivimos que lo lúdico, espacio desde el que se puede apuntar con más precisión y certeza a la política –juegos para entretenerse, comprender mejor la sociedad y sus problemas, acaso, tal vez, intentar mejorarla–. Como afirma Calvino en sus Seis propuestas para el próximo milenio la ligereza nunca es banalidad; como observa Todorov en Frente al límite el humor y la imaginación son las mejores herramientas para combatir la violencia y las situaciones límite en el estado de excepción permanente en que habitamos donde el exceso productivo y de consumo –también del entretenimiento– parece ser la única senda que marca el neoliberalismo, otra hipótesis central de Morales Benito. El humor no es nunca solo humor. La risa no es mera risa y suele haber «una trampa en la sonrisa», como sostenía Francisca Noguerol en su ensayo sobre Augusto Monterroso. Y a veces, casi siempre, «allá en el fondo está la muerte» o una mueca siniestra, como observa Cortázar en «Instrucciones para dar cuerda al reloj». No se trata solo de artificio, arabesco formal o juego literario, sino de volcar en diferentes registros, códigos o modalidades estilísticas, como la parodia, la ironía, el humor negro, lo grotesco o el absurdo un malestar personal, existencial, político, social. Es, además, cierta extravagancia o impureza, cierta hibridez temática y argumental –pensemos que la aritmética o el azar están detrás–, que se apoya en figuras retóricas como la hipérbole, el oxímoron o la metonimia y en procedimientos compositivos como la parodia, la mixtura, el pastiche o la simulación, lo que crea un sistema simbólico reconocible en una apuesta arriesgada por lo bufonesco o delirante como contrafaz del miedo, de la amenaza, de la apatía y del peligro. Quisiera señalar que uno de los méritos de este ensayo radica, pues, en su novedad en el dominio de los estudios hispánicos –que han relegado un tema tan crucial, específicamente en el ámbito de la creación hispanoamericana, durante décadas– y en el hecho de que llena, por tanto, un sustancial vacío crítico al observar de cerca una gran variedad de juegos lingüísticos, estructurales y conceptuales desde una perspectiva transatlántica y metodológicamente interdisciplinar –semiótica, psicocrítica, mitocrítica, filosofía del lenguaje o estudios espaciales–. Además de la originalidad y el riesgo del enfoque transversal, no puedo dejar de señalar la extraordinaria exhaustividad y precisión en el análisis minucioso y en el repaso por la historia del juego literario y por los pactos, ingeniosos, sagaces, entre autores y lectores para abordar de otro modo la realidad. No es menor tampoco el estilo impecable en que se cuenta esta historia del juego y de su relación con el fenómeno literario. La redacción, medida, irreprochable, facilita sobremanera la lectura que se vuelve tan amena como el objeto de estudio.

Estamos, entonces, ante un estudio histórico-literario, pero también sociológico y político –e incluso matemático por momentos, como cuando profundiza en el componente aritmético del juego–, sistemático, bien estructurado y claro que hace un esfuerzo concienzudo y serio para desbrozar los elementos teóricos del juego a través de los principales pensadores: Huizinga, Roger Caillois, Picard, Rawdon Wilson, Winnicott, Wittgenstein, Saussure o Derrida y cómo se aplican a la literatura, cómo se modulan a través del logos y cómo se sitúan entre la espontaneidad o azar y la constricción o las reglas estrictas. Se traslucen en la autora numerosas lecturas previas reveladas en el amplio y profundo conocimiento del tema, por lo que el ensayo constituye un panorama o exposición muy completo de la historia del juego, pero también de la evolución de la vertiente humorística en la literatura tanto en la tradición hispánica –especialmente hispanoamericana– como francófona y anglófona, desde el Renacimiento (Rabelais o Cervantes) hasta el Romanticismo para pasar finalmente a la última y más conocida experimentación de las vanguardias –que conecta en su carácter fragmentario, inorgánico, moldeable, en el fondo, con el Barroco; por eso también ese humor escatológico está ya en Quevedo o en el neobarroco cubano Virgilio Piñera, por ejemplo–, de los beatnik o del grupo Panique (Arrabal, Jodorowski). Hay que destacar la nada obvia referencia a Roussel, un justo precursor con joyas como ese Impresiones en África de imaginación desbordante y no suficientemente leído y conocido hoy en día. Aquí se nota que Lidia Morales Benito es especialista no solo en el ámbito hispánico e hispanoamericano –verá pronto la luz en Peter Lang su libro La Habana textual: Patafísica y OuLiPo en la obra de Guillermo Cabrera Infante, sino en varias tradiciones culturales, sobre todo en literatura francesa e hispanoamericana, poéticas híbridas y literatura comparada con un énfasis en la variable migrante. Sí he echado de menos, no obstante, una alusión a la auténtica creadora de los Ready Made y las performances callejeras, la baronesa Elsa Von Freytag, amiga de Duchamp que se erigió artefacto andante por las calles de Nueva York, así como un mayor énfasis en la cuestión del género, pese a que la nómina de los autor@s contemporáne@s es prácticamente paritaria –en las vanguardias es complejo conseguir la equidad porque de facto no existía–. El atractivo de la patafísica, el grupo OuLiPo y el surrealismo es innegable, como muestra su pervivencia a día de hoy en talleres, laboratorios y en tanto grupos afianzados, especialmente en el ámbito francés pese a la edad cada vez más avanzada de los miembros, y también es sumamente estimulante la reflexión sobre el debate que genera la literatura humorística frente a la literatura comprometida –el próximo ensayo sobre Cabrera Infante incidirá en la absurda acusación de elitista, cinéfilo y derrochador verbal a este cubano de verbo ácido, afilado y juguetón– y cómo la primera potencia la creatividad. En este sentido, quizás hubiera deseado una mayor profundización en las implicaciones del «azar objetivo» –el ensayo de Michel Carrouges André Breton y los datos fundamentales del surrealismo hubiera resultado lúcido y clave–. He echado de menos asimismo alguna mención a los ensayos de Linda Hutcheon sobre parodia y humor y tal vez un deslinde o desglose terminológico más preciso y gozoso entre humor absurdo, parodia, humor negro, ironía, sarcasmo, grotesco o grotesco criollo. La nómina de autores patafísicos y oulipianos que se repasa de manera deliciosa es, en cualquier caso, no solo suficiente sino extensísima: Boris Vian, Raymond Queneau, Italo Calvino, Georges Perec o los hispánicos Alfonso Reyes, Julio Cortázar, Guillermo Cabrera Infante, Luisa Valenzuela, Belén Gache, Ginés Cutillas, Lina Meruane, Ana María Shua o Clara Obligado son algunos de los más conocidos, con Eduardo Berti y Pablo Martín Sánchez como coda. Tal listado demuestra la versatilidad, potencialidad y proyección presente y futura de lo lúdico –independientemente de la procedencia, identidad, lengua y cultura– como forma idónea para desestabilizar el statu quo y decir cosas graves bajo la aparente inocencia de la boutade; decirlas con la levedad de esas plumas que «ligeras sagazmente», como quería Cernuda en ese magistral poema que es «Estoy cansado», «desde luego nunca vuelan/mas balbucean igual que loro».

María José Bruña

Universidad de Salamanca