ISSN: 1130-2887 - eISSN: 2340-4396
DOI: https://doi.org/10.14201/alh.29136

Las redes trasnacionales del secretariado unificado de la IV Internacional en México y su sección en baja California, 1960-1973

The Transnational Networks of the Unified Secretariat of the Fourth International in Mexico and its Baja California Section, 1960-1973

Josué Bustamante González jbustamante@colmich.edu.mx 1

Sara Musotti sara.musotti@uabc.edu.mx 1

1 Universidad Autónoma de Baja California

Envío: 2022-05-13

Aceptado: 2023-05-18

Publicación: 2023-12-30

RESUMEN: En el presente artículo se reconstruyen las redes trasnacionales que los trotskistas pertenecientes al Secretariado Unificado (SU) de la Cuarta Internacional establecieron desde su sección mexicana en el contexto internacional. Recorremos la urdimbre de esta sección en su etapa formativa, analizando la sociabilidad entre agentes de distintas nacionalidades, espacios de comunicación, soportes impresos, formas de subsistencia, alteraciones y recomposiciones organizacionales en una etapa de la Guerra Fría de América Latina donde los paradigmas de la Nueva Izquierda se estaban articulado alrededor del antiimperialismo y el internacionalismo.

Palabras clave: trotskismo; internacionalismo; Secretariado Unificado; Guerra Fría; Nueva Izquierda

ABSTRACT: In this article we analyze the transnational networks that the Trotskyists of the Unified Secretariat of the Fourth International established through their Mexican Section within the international context. We trace the twists and turns of this section, analyzing the social ties between agents of different nationalities, communication spaces, published forms of support, forms of subsistence, organizational alterations and reconfiguration, at a stage of Latin America’s Cold War in which the paradigms of the New Left were being articulated around anti-imperialism and internationalism.

Keywords: Trotskyism; internationalism; Unified Secretariat; Cold War; New Left

I. INTRODUCCIÓN

El trotskismo es una agrupación partidaria donde el internacionalismo representa uno de los ejes definitorios que permitió a la Cuarta Internacional y a sus secciones nacionales tejer redes trasnacionales y dar visibilidad a sus reivindicaciones locales desde sus orígenes en Perigny (París) en 1938. En la cronología del trotskismo global, los Long sixities (Maverick, 2005) tienen una cierta relevancia, se trata de un período en el que la Cuarta Internacional buscaba ampliar su presencia en América Latina, y en su marcha se ligó con un movimiento universitario altamente crítico y abierto a explorar diversos modelos revolucionarios.

A nivel nacional esta temporalidad, y más en concreto 1963, año de fundación de la sección mexicana del Secretariado Unificado (SU) en la Ciudad de México, y 1973, año de fundación de las escuelas de cuadros del Grupo Comunista Internacionalista (GCI) en Baja California, define la primera etapa de la agrupación y de formación teórica y militante de sus integrantes. En la que se incorporan fechas emblemáticas en la historia de las izquierdas y de la juventud del país como el movimiento estudiantil y la represión del 2 de octubre de 1968 o la manifestación y la represión del 10 de junio de 1971, como profundizaremos más adelante. Se excluyen el ápice del trotskismo en México: la formación del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) en 1976 y su consolidación.

Generalmente los estudios sobre el trotskismo se han limitado a la Ciudad de México como dimensión espacial. En la capital del país, el ambiente académico y universitario de izquierda favorecía la sociabilidad militante de los jóvenes, mientras en estados donde escaseaban los espacios educativos adecuados para la incubación del pensamiento rebelde la germinación del marxismo se lentificaba. En este trabajo ampliamos el estudio a Baja California para apreciar nuevas dinámicas de las militancias, relacionadas con el carácter fronterizo de la entidad. En aquel entonces la frontera se volvió un receptáculo de la juventud que se desplazaba hacia Estados Unidos y que solía llegar a California con facilidad por la permeabilidad de la frontera en aquel entonces, en busca de respuestas que apaciguaran sus inquietudes políticas y donde la dimensión trasnacional se vuelve protagonista.

La Liga Obrera Marxista (LOM) y el GCI, después, tomaron impulso a raíz del agitado contexto nacional e internacional de la Cuarta Internacional y de las izquierdas en general. Los influjos de la Revolución cubana (1959), la ruptura chino-soviética (1961) y la guerra de Vietnam modificaron los arquetipos de la izquierda y los métodos de llevar a cabo los procesos revolucionarios, dejando atrás el reformismo soviético, para dar paso a perspectivas más radicales del cambio social. De tal manera que veremos en América Latina numerosos movimientos armados y otros más que optaron por la ruta pacífica. La sección mexicana del Secretariado Unificado, inspirada en la Revolución Permanente de León Trotsky, se encuentra entre las pocas asociaciones que eligieron el camino partidista.

La represión que aplastó al movimiento estudiantil de 1968 en México significó un momento crucial en los replanteamientos identitarios de las nuevas izquierdas. La LOM, que pasó a ser GCI en 1969, es una muestra clara de esta configuración y crecimiento en diferentes partes de la República, Baja California incluida.

Sobre el trotskismo mexicano en esta fase primigenia existen pocos estudios históricos (De Pablo, 2002; Oikión, 2010a; Oikión, 2010b; Avilés, 2018; Bustamante, 2020). Algunas investigaciones que no atienden directamente a esta organización arrojan pistas de la presencia pública de esta vertiente militante especialmente en el espacio universitario (Rivas, 2007; Rodríguez Araujo, 2015). Otros trabajos más recientes que apuntan hacia la historia de género del PRT, es decir, en una etapa posterior a la que estamos tratando en este trabajo, están recuperando testimonios de primera mano de las mujeres que protagonizaron las luchas feministas de la Cuarta Internacional (López y Márquez, 2019; López et al., 2022).

Si ampliamos la reflexión del trotskismo dentro de la Nueva Izquierda, o mejor dicho de las Nuevas Izquierdas en plural, podemos apreciar y aportar nuevo conocimiento a las heterogéneas culturas e identidades políticas de esta etapa de la Guerra Fría en América Latina y en términos de Global Sixties (Zolov, 2020). Por Nueva Izquierda se entiende aquí una categoría analítica que examina el conjunto de experiencias y nuevas expresiones juveniles que en la década de los sesenta tendieron hacia la edificación de organizaciones políticas que se proclamaron revolucionarias, socialistas e influenciadas por teóricos marxistas como Lenin, Trotsky, Mao Zedong, Fidel Castro y el Che Guevara, entre otros. Este concepto contempla aquellas modificaciones particulares que los nuevos agentes, de clase media en su mayoría, imprimieron no sólo a sus discursos, sino a su práctica asociativa.

El internacionalismo y el antiimperialismo como paradigmas revolucionarios que sustentaban las vertientes de la Nueva Izquierda nos obligan a repensar a estas agrupaciones en su dimensión transnacional (Pitman y Stafford, 2009; Rey Tristán y Martín Álvarez, 2018; Garland, 2018; Rodríguez y Musotti, 2019). Estos pensamientos, que en la época de estudio fueron cruciales para estructurar sistemas de pensamiento y organización política, públicamente se presentaron como novedosos para toda una generación. Por lo tanto, contemplamos la formación de liderazgos militantes, la circulación de saberes que proscribían pautas revolucionarias, que contenían estilos o encuadres «apropiados» para la discusión y el abanderamiento de programas que ya acumulaban una trayectoria histórica en el espectro internacional.

Estas formas de activismo se conjuntaron con una generación abierta a las ideas democráticas y la diversidad política de tipo revolucionario. Los trotskistas, por ejemplo, si bien no compartieron los mismos derroteros políticos que otras agrupaciones o expresiones combativas, fueron inclusivos al solidarizarse con los esfuerzos independientes que abrían brechas transformadoras a nivel internacional y cuestionaban el autoritarismo, características que los encuadran en la Nueva Izquierda (Tortti, 2002; Zolov, 2012; Markarian, 2011; Zolov, 2016; Scheuzger, 2018; Dip et al., 2021).

Por ello, se pretende responder a las siguientes preguntas que indagan en la movilidad de los protagonistas, en su afán por encauzar desde el horizonte socialista, la rebeldía juvenil vigente en la época estudiada: ¿Cómo se establecieron las conexiones militantes que derivaron en el surgimiento de la sección mexicana de la Cuarta Internacional? ¿Qué papel jugaron los congresos internacionales en la formación de los líderes trotskistas? ¿Cuáles fueron las vías de su difusión ideológica? Y ¿qué alcance llegó a tener el trotskismo en el movimiento estudiantil?

Se quiere mostrar que la primera etapa que dio origen a la articulación de las redes trotskistas no fue instantánea, ni sólida desde el principio, sino que fue accidentada y tensionada por múltiples factores que llegaron a ser parte integral del proceso de crecimiento de esta organización. Algunos de estos procedían de sus limitaciones estructurales, como la falta de maduración ideológica, salidas abruptas de varios militantes, escasos liderazgos que ampliaran la producción escrita, los mismos giros políticos que daba la Cuarta Internacional y la violencia del Estado que obstaculizaba el crecimiento de las izquierdas.

En términos metodológicos, la historia oral, que es una herramienta indispensable para el historiador del tiempo presente (Lara et al., 2010; Pozzi, 2016), permite conocer ciertos rasgos de la juventud trotskista, como el hecho de que sus militantes en este período apenas estaban absorbiendo la cultura política que ponía a su disposición la Cuarta Internacional y, por lo mismo, su producción escrita era limitada, focalizada en dos o tres líderes. Además, en las entrevistas salieron a relucir los lugares preferidos de reunión de estos noveles militantes, sus lecturas centrales, el papel que para ellos desempeñó el rol de la traducción en la difusión del trotskismo, la inestabilidad que los aquejaba y sus preliminares intentos por dirigir el movimiento estudiantil dentro y fuera de la Ciudad de México en el contexto de la Guerra Fría. Finalmente, estas fuentes testimoniales han permitido vislumbrar algunos elementos personales que marcaron la entrada y salida de la organización, como las relaciones sentimentales, la migración y otros elementos de la vida privada que incidieron en los andares de la militancia de los trotskistas.

Para demostrarlo, el trabajo está estructurado según cuatro ejes articuladores de las incipientes redes trotskistas y que definen los apartados del texto. Primero, la construcción de canales de comunicación política que, como se verá, eran el andamiaje por donde fluían los repertorios ideológicos de acción de la izquierda internacional. Segundo, la interacción política que se suscitaba en los congresos internacionales y su importancia para la reproducción del movimiento trotskista en el ámbito juvenil mexicano. Tercero, los puntos de reunión militante en los que se impulsaban proyectos políticos que incidieran en el movimiento estudiantil. Por último, se explora uno de los primeros avances que llegó a tener el Secretariado Unificado en el espectro regional, concretamente en Baja California.

II. EL SECRETARIADO UNIFICADO DE LA CUARTA INTERNACIONAL EN MÉXICO

La aparición del trotskismo mexicano no supuso una formación lineal, acotada como en diferentes ocasiones se manifiesta, bajo el binomio grupo de izquierda/manifestación pública. Por el contrario, ello implicaba una serie de operaciones entre bastidores que iban desde el reclutamiento de bases hasta el trabajo colaborativo. Este proceso privilegiaba al menos cinco tareas: establecer contactos duraderos con militantes que gozaban de una reputada trayectoria en las luchas socialistas, buscar espacios de reunión, asimilar la realidad bajo los preceptos de la Cuarta Internacional, hacer circular material propagandístico e involucrarse en los movimientos sociales. Cada labor implicaba expectativas, riesgos, desencuentros y aprendizajes. Por lo que nada de esto se llevaba a cabo en un plano homogéneo, sino que eran una constante los avances y los retrocesos, los triunfos y las derrotas.

Por ejemplo, las redes en México de lo que en 1963 se denominó el Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional (SU), de acuerdo con el testimonio de Manuel Aguilar Mora, el que fuera uno de sus más destacados cabecillas, comenzaron a urdirse en la habitación del abogado y profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) Francisco Navarrete[1]. Después de abandonar el Partido Popular (PP) y rechazar una propuesta para ingresar al Partido Obrero Revolucionario Trotskista (PORT), Navarrete logró vincularse con el Socialist Workers Party (SWP) y enrolarse así en la Cuarta Internacional (M. Aguilar, comunicación personal, 16 de septiembre de 2016).

Como militante trotskista logró reclutar a los hermanos Aguilar Mora: Manuel, estudiante de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales, y David, de la Escuela Nacional de Economía, ambas de la UNAM. A ellos se sumaron Eunice Campirán Villicaña, de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales; Moisés Lozano Villafaña[2], y Carol de Swan[3]. Estos últimos formaron un matrimonio, al igual que David y Eunice.

La nueva generación de trotskistas mexicanos creó un círculo de formación política denominado Liga Estudiantil Marxista (LEM), que pronto se convirtió en la LOM[4], a la que ingresaron los universitarios Rafael Torres Vargas –Juan Felipe Leal por un breve período–, Carlos Durán, Carlos Sevilla, Emilio Brodziak (1967) y Enrique Martínez Helmcke. Hubo otras personalidades cercanas a la LOM que decidieron permanecer bajo la discreta etiqueta de «simpatizantes», como fue el caso de Renata von Hanffstengel.

En cambio, David Aguilar y Eunice Campirán abandonaron la LOM para incorporarse al PORT. Allí tuvieron un papel destacado, pero trágico, al colaborar en las labores clandestinas del Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre (MR-13), en Guatemala, que proclamaba la acción revolucionaria por la vía armada (Oikión, 2010b).

Para la preparación intelectual de los trotskistas fueron de suma importancia los materiales impresos que llegaban de Estados Unidos y Europa hacia México. Hay que precisar que la Cuarta Internacional, al igual que las otras organizaciones que poseían tradiciones revolucionarias marxistas leninistas, tenía tras de sí una sede encargada de coordinar a sus otras secciones a nivel global. La de los trotskistas se llamaba Secretariado Internacional (SI). Esta institución política, que en la teoría era la encarga de velar por el crecimiento de las células nacionales, había incrementado sus canales de comunicación por los que circulaban periódicos, revistas y sus propios emisarios. Los puntos de circulación ideológica más destacados que tenía a su disposición el SI eran los que iban de París hacia Nueva York y viceversa. Y en Latinoamérica sobresalían los nodos que conectaban esas ciudades con sus pares en Argentina, Brasil y Bolivia. Al ser México un país estratégico por su colindancia al norte con Estados Unidos y al sur con Centro y Sudamérica, representaba para los líderes del SI, el belga Ernest Mandel, el francés Pierre Frank, el italiano Livio Maitan y el estadounidense Joseph Hansen, la ampliación y la diversificación de las rutas de difusión militante del trotskismo en América Latina. Bajo esta táctica, la LOM fue integrada paulatinamente a esa red transnacional que se estaba reconstruyendo después de la severa división interna que padeció el SI en 1962, con motivo de la expulsión del grupo de Juan Posadas, que controlaba a la mayor parte de las secciones en Sudamérica (Moreau, 1990). Hansen y Maitan intentaron resarcir el fracturado tejido de la Cuarta Internacional, suministrando revistas y periódicos trotskistas a la incipiente LOM, como parte de la agenda de crecimiento del trotskismo latinoamericano. Impresos como International Socialist Review; The Militant, del SWP, y la revista Quatrième Internationale del SI, así como algunos libros de Trotsky en inglés, de acceso limitado, como La revolución traicionada (Trotsky, 1961), fueron remitidos por paquetería hasta las puertas de los domicilios de Navarrete y Manuel Aguilar.

Hubo otros materiales que formaban parte de la malla trotskista internacional, pero que no tuvieron tanta divulgación en México como Fourth International de Ceylan, Cuarta Internacional de Chile, Voz Marxista de Venezuela, International Socialist Review del SWP, L’Internationale de Francia, Lutte de Classe de Bélgica, Bandera Rossa de Italia, Permanent Revolution de Japón, Marxistico Deltio de Grecia, Palabra Obrera de Argentina, Voz Proletaria de Bolivia, El Obrero y Campesino de Perú, Vanguard de Canadá y Die Internationale de Alemania.

Con estas publicaciones y la interacción regular entre los emisarios extranjeros y los militantes mexicanos crecía, al menos en el imaginario de estos últimos, el sentido de pertenencia a la que concebían como una sólida y vanguardista internacional comunista. Y con ello surgían entre esos mismos líderes en ascenso los primeros escritos con un claro enfoque trotskista. La publicación que proyectó a la LOM como una oposición de izquierda independiente, desvinculada totalmente del PCM, fue el periódico El Obrero Militante (1961-1967). En sus páginas quedó condensado el rechazo radical de los trotskistas hacia el régimen político autoritario que imperaba en México y su firme creencia en la construcción de un partido revolucionario obrero y campesino, como la única alternativa democrática real. Al igual que otras tendencias de la Nueva Izquierda latinoamericana, los trotskistas no toleraban las alianzas de los comunistas que se pronunciaban por un cambio social, pero que en la práctica conservaban el marco electoral establecido por el régimen presidencialista. En esa concepción que para esta nueva izquierda representaba el «viejo reformismo», cabían los PC’S con sus miras electorales y el Movimiento de Liberación Nacional, con su nacionalismo cardenista. La «nueva política revolucionaria» que proclamaban los trotskistas era la que apuntaba hacia el crecimiento de las redes de oposición universitarias y de las movilizaciones independientes de trabajadores del campo y la ciudad, pensadas en clave de «Frentes proletarios».

Esta idea, que El Obrero Militante sostenía, le permitió respaldar en forma de expresiones solidarias a los médicos, ferrocarrileros, electricistas, universitarios y campesinos que se mantenían en huelga. A la par, la conexión con el Secretariado Internacional trotskista le facilitó a la LOM introducir materiales que no se conocían en el ambiente político de la época, como el Programa de Transición elaborado por León Trotsky y las resoluciones de los congresos internacionales de la Cuarta Internacional, que originalmente estaban escritas en francés.

Este era un buen avance para un emprendimiento de la izquierda radical, pero en términos de crecimiento interno se trataba de un grupo en ciernes, que batallaba en diferentes frentes por hacerse de un lugar en el amplio espectro de las movilizaciones juveniles de la época. La LOM todavía tenía una endeble vinculación internacional con los dirigentes de la Cuarta Internacional y un canal inacabado de comunicación por donde transitaban los textos trotskistas. Además, en la LOM había sólo tres líderes que se encargaban de traducir la información que les llegaba de Francia y Estados Unidos: Manuel Aguilar, Moisés Lozano y Carlos Sevilla. Sólo ellos redactaban ensayos para El Obrero Militante. Los demás, incluyendo al propio Navarrete, aunque colaboraban en el diseño y la emisión del periódico, difícilmente escribían. Otros integrantes carecían del compromiso militante que exigía la
puesta en marcha de una organización política como esta, o bien, se movían conforme
la marea estudiantil se lo indicaba, desplazándose de una a otra agrupación. De allí que hubiese constantes deserciones en la LOM y su capital político quedara enmarcado en unas cuantas figuras de liderazgo. Líderes varones que por cierto no estaban formados a plenitud, sino que se iban educando mientras se involucraban en la misma Internacional, traducían documentos que les llegaban del SI y redactaban los escritos que podían. A ello hay que agregar que los dirigentes nombrados, con excepción de Manuel Aguilar Mora, tampoco fueron incondicionales del trotskismo. Algunos como Moisés Lozano abandonaron el movimiento cuando se intensificó la represión estudiantil. En el siguiente apartado observaremos de qué manera, en la constitución de las nuevas ramificaciones del comunismo internacional de la llamada Nueva Izquierda, particularmente trotskista, fueron trascendentales los congresos mundiales. Pues contribuyeron a la fabricación del imaginario juvenil de la época, en especial de los que asumieron el rol de cabecillas.

III. EL VII CONGRESO MUNDIAL Y LA INTRODUCCIÓN DE LA PRENSA TROTSKISTA EN EL ESPACIO UNIVERSITARIO

Aparte de los contactos nacionales e internacionales que poseyera una organización de izquierda y de la puesta en circulación de sus publicaciones, algunas agrupaciones juveniles requerían fortalecer los puentes de movilidad intercontinental. El encuentro y la convivencia de los jóvenes comunistas latinoamericanos con los militantes de añejas trayectorias en el campo de las oposiciones políticas marxistas se convertía en una forma peculiar de sociabilidad. Los nuevos trotskistas, por ejemplo, encontraban en estos espacios la oportunidad de dialogar con personajes comunistas de antaño como Ernest Mandel y Livio Maitan. Estos podían ser percibidos como personalidades distinguidas en el campo político rebelde. Los congresos internacionales de la Cuarta Internacional fungían como la pieza restante, en términos de representación, para la apertura y la subsistencia de una nueva sección en cualquier punto del orbe. Esos eventos trotskistas complementaban la educación militante de los nóveles dirigentes y, en no pocas ocasiones, garantizaban su total adhesión, es decir, fidelidad y entrega hacia su causa revolucionaria.

No es de extrañar que la LOM fuera reconocida como la sección mexicana de la Cuarta Internacional en el desarrollo de su VII Congreso, que también adquirió el nombre de Congreso de Reunificación, verificado en Frascati, Italia, en 1963. Y Manuel Aguilar, el militante designado para su participación, fue el intermediario mexicano frente al SU, que dicho sea de paso se construyó en dicho congreso (M. Aguilar, comunicación personal, 10 de septiembre de 2016).

El ahora longevo exlíder de la LOM, actualmente expresa sin titubeos que, en dicha ocasión, la del Congreso, él destacaba por su juventud, sus bríos de participación y la admiración que sentía por los convocantes que integraban la cúpula del SI. En Ernest Mandel, Joseph Hansen, Pierre Frank, George Jungclas y Livio Maitan, veía a militantes avezados en la teoría y la práctica revolucionaria, con quienes discutía los temas que para ellos resultaban cruciales acerca del papel del SU en la geopolítica global (M. Aguilar, comunicación personal, 10 de septiembre de 2016).

Otro polo articulador de los nodos transnacionales del trotskismo, que se suscitaba en la celebración de los congresos, era la interacción y la camaradería que surgían de los mismos desplazamientos militantes. De tal manera que Manuel Aguilar recorrió Roma, París y Bruselas en compañía de Ernest Mandel. En una escala en España, se reunió también con simpatizantes de la Cuarta Internacional y, finalmente, a su regreso, tras cruzar el Atlántico vía aérea, aterrizó en Nueva York, en donde lo aguardaban los viejos amigos de Trotsky James P. Cannon y George Novack, del SWP.

A partir del Congreso de Reunificación, Hansen sería el delegado del SU en Nueva York para asuntos políticos con México. Una alianza fructífera que desembocaría en la circulación de noticias internacionalistas para revistas como Woorld Outlook e Intercontinental Press, los boletines de información del SU en Estados Unidos[5].

Un componente más, que servía de engranaje transnacional del pensamiento socialista, particularmente trotskista, y que cobraba visibilidad en los congresos internacionales, eran los intercambios de ideas en diferentes idiomas. Por ejemplo, Mandel, Maitan y Hansen lo mismo podían charlar en francés, italiano e inglés respectivamente, como también en español. El propio Aguilar Mora hablaba inglés y tenía conocimientos avanzados del francés, que lo llevaron a convertirse en un hábil traductor de los documentos que el Secretariado Unificado emitía desde sus sedes. Así es como hacía circular en México, vía El Obrero Militante, información que, de no ser traducida al español, difícilmente hubiera tenido impacto en las emergentes oposiciones de izquierda hispanoparlantes (M. Aguilar, comunicación personal, 3 de diciembre de 2014 y 10 de septiembre de 2016).

Parte de esos impresos circulantes, que la LOM se dio a la tarea de traducir y publicar, fue introducida en la revista Economía, publicada por la Escuela Nacional de Economía, de la Universidad Nacional Autónoma de México, en la que aparecieron ensayos inéditos por ejemplo de Michel Pablo (1964, pp. 28-32), Evelyn Reed (1964, pp. 26-30), Ernest Mandel (1965, pp. 9-14) y Livio Maitan (1965, pp. 3-5). La literatura trotskista estaba pensada para introducir a los jóvenes en el mundo de la militancia partidista. Generalmente, en estos textos se teorizaba acerca de los avances axiológicos que los trotskistas concebían como indispensables en el proceso de transición revolucionaria hacia el socialismo.

Si bien las traducciones escritas se convirtieron en un pilar de la difusión ideológica trotskista, el mayor sostén de la LOM eran el SU y líderes como Manuel Aguilar, que acataban sus directrices. Esa colaboración «internacionalista», o red transnacional, hacía posible la circulación de nuevos repertorios de la acción social (Keck y Sikking, 1998; Tarrow, 2005) en espacios de fuerte concentración política como la UNAM. Incluso, el respaldo teórico que el SU ponía a disposición de la LOM, como resoluciones políticas y ensayos críticos de la realidad social, engrosaba las páginas de El Obrero Militante. Este envío de documentos era un acicate para la moral de los trotskistas mexicanos, que recibían más información del exterior que la que ellos producían internamente.

IV. LA SOCIABILIDAD DE LA SECCIÓN MEXICANA EN EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL

Conocer las redes internacionalistas del Secretariado Unificado, antes, durante y después del 68 en México implica recrear también los entresijos que la sociabilidad comunista escondía tras los muros de sus improvisados recintos, generalmente apartamentos, que fungían como verdaderos espacios de discusión, análisis y aprendizaje marxista. Para ello, hay que puntualizar que el trabajo desarrollado públicamente por las organizaciones revolucionarias sesenteras conllevaba riesgos frente a los mecanismos coercitivos que desplegaba el Estado en nombre de la «seguridad nacional». Ya fuera mediante el control de la información, las agencias de espionaje, la intimidación y la cooptación, el Estado invadía la vida privada de individuos y asociaciones políticas independientes (Aguayo, 1998; Pensado, 2018; Gamiño, 2019; Ovalle, 2019). De especial importancia fue para el gobierno presidencialista mantener agentes infiltrados en los grupos armados que pugnaban por alcanzar el poder. Los trotskistas del SU en México, aunque rechazaban la idea del levantamiento armado socialista, no quedaron exentos de la vigilancia estatal. Sobre todo, después de 1966, cuando la Dirección Federal de Seguridad (DFS) desmanteló agrupaciones guerrilleras como el Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP) y el PORT.

Los trotskistas sesionaban de manera clandestina en el domicilio de Manuel Aguilar. Este espacio era frecuentado por distintos activistas como el militante trotskista de origen venezolano Daniel Camejo Guanche, el profesor y estudiante de la UNAM Carlos Sevilla González y el funcionario administrativo también de la UNAM Emilio Brodziak Amaya.

Hubo también dos izquierdistas peruanos que, de cierta forma, la DFS conectó con la LOM: Iván Zevallos y Guillermo Carnero Hoke. El primero era trotskista, tenía lazos amistosos con la LOM, pero no asistía a sus reuniones privadas. El segundo era un reconocido poeta, dirigente del Movimiento Latinoamericano de Liberación (MLL) y simpatizante de la vía revolucionaria armada (Escárzaga, 2012). Nada tenía que ver con la Cuarta Internacional, y mucho menos aún con el Secretariado Unificado, pero muy probablemente se trataba de un contacto de Daniel Camejo, puesto que ambos compartían afinidades guerrilleras.

En la intimidad del escenario elegido por la sección mexicana fluían las posturas en torno a la juventud sublevada y la violencia gubernamental. Allí circulaban los números más recientes de la revista Perspectiva Mundial, homónima en español de World Outlook y Cuarta Internacional, que el Secretariado Unificado en México distribuía clandestinamente. De igual forma había cobrado notoriedad entre la militancia trotskista La era de revolución permanente, el libro de León Trotsky publicado por la editorial Saeta, empresa promovida por Daniel Camejo (IPS,1967).

Este último, sin saberlo, era asediado por la DFS y fue detenido en 1967, luego de su ingreso al Movimiento Marxista Leninista de México (MMLN), de tendencia maoísta. A partir de entonces, la LOM tomó mayores precauciones en su actuar: «Nos cuidábamos de no dar pretextos al gobierno porque habíamos conocido en carne propia la represión y sabíamos que las leyes eran menos que letra muerta», escribió Carlos Sevilla (Sevilla, 1998, p. 224). Para no ser detenido por la policía, el peruano Iván Zevallos, por ejemplo, migró a Suecia, donde continuó militando en las filas trotskistas el resto de su vida (M. Aguilar, comunicación personal, 18 de mayo de 2021). Por su parte, un año después, Carnero Hoke regresó a Perú.

De tal forma que, de acuerdo con Manuel Aguilar, la mermada LOM en 1968 ya no existía, ahora se nombraba solamente sección mexicana del SU. Con ayuda de José Revueltas, este grupúsculo se propuso dirigir el movimiento estudiantil, aunque eso significara colaborar con el PCM (M. Aguilar, comunicación personal, 10 de septiembre de 2016 y 12 de
octubre de 2017). Las frágiles conexiones trotskistas incluían la Universidad Autónoma
de México, el Instituto Politécnico Nacional, la Universidad Autónoma de Chapingo y la Escuela Superior de Agricultura Hermanos Escobar de Ciudad Juárez. Aguilar Mora y Carlos Sevilla ingresaron al Comité de Lucha de la Facultad de Filosofía y Letras y erigieron el Movimiento Estudiantil Popular, que demandaba un sistema de pensamiento crítico «en pro de las libertades democráticas y derechos ciudadanos». Su programa de acción comprendía la lucha por la libertad de los presos políticos y la constitución y legitimidad de organizaciones independientes del Estado. Con este proyecto en ciernes, Carlos Sevilla ingresó al Comité de Lucha de la Facultad de Filosofía y Letras, al Consejo Nacional de Huelga (CNH) y, junto con Revueltas, creó el Movimiento Comunista Internacionalista (MCI), en septiembre de 1968 (Holzfein, 2008).

Sin embargo, la invasión del Ejército a Ciudad Universitaria (CU) desplomó las aspiraciones no sólo de los trotskistas, sino del conjunto de asociaciones de izquierda que sumaron esfuerzos para transformar el sistema político y educativo. Manuel Aguilar continuó publicando artículos de denuncia contra los mecanismos autoritarios del régimen por medio de World Outlook, una revista más del SU. Tras el duro golpe militar que diseminó al conglomerado estudiantil popular, esta vertiente trotskista perdió casi la totalidad de su base estudiantil. A pesar de este hecho, un diminuto grupo de activistas, dirigido por Manuel Aguilar, fundó el GCI a comienzos de 1969. En un acontecimiento sin precedentes, el trotskismo casi al borde de la desaparición configuró su estructura, y paulatinamente fue engrosando sus filas hasta expandirse durante los años setenta por buena parte de la República mexicana. Un sector de la población estudiantil de Baja California fue, como se verá a continuación, receptiva a las ideas radicales propagadas por el movimiento trotskista.

V. EL GRUPO COMUNISTA INTERNACIONALISTA EN BAJA CALIFORNIA

El GCI se erigió como la organización política que representó al Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional en México hasta 1976. En ese año, el GCI llegó a contar en sus filas con un 60 % de militantes en la Ciudad de México. El otro 40 % restante estaba distribuido en las secciones locales de Colima, Sonora, Baja California Sur, Chihuahua, Baja California, Oaxaca, Morelos, Veracruz y un pequeño grupo en el estado de Guerrero (J. Conde, comunicación personal, 20 de noviembre de 2020).

En cierta medida, el GCI cobró notoriedad entre la juventud rebelde del noroeste de México, gracias al activismo de José Revueltas, quien no dejó de simpatizar con las oposiciones revolucionarias de tipo partidista. Y cuando tuvo la oportunidad, logró impulsarlas. Revueltas, en el trayecto que emprendió hacia Los Ángeles, California, en 1971, en compañía de una comitiva del GCI, conoció a Rubén Duarte Rodríguez, dirigente de los movimientos estudiantiles de 1967 y 1968 que tuvieron su epicentro en la Universidad de Sonora (J. Conde, comunicación personal, 20 de abril de 2019). De ese caluroso encuentro, que se suscitó en la capital sonorense, Hermosillo, el trotskismo comenzó a ramificarse en el norte de México.

Las células norteñas, al igual que las de la Ciudad de México, se caracterizaban por contar con un número reducido de integrantes. Pocos se atrevían a comprometerse con una causa radical que desconocían y, por otro lado, sus integrantes eran muy selectivos y, hasta 1974, operaron en las escuelas preparatorias y las universidades públicas, dejando en segundo plano al movimiento obrero.

En este punto, es necesario especificar que los militantes que le dieron vida a la sección bajacaliforniana del SU se educaron previamente en las filas de la Juventud Comunista de México (JCM). Organismo que se fragmentaba por la presión y el control que ejercía sobre su base el Partido Comunista Mexicano (PCM). Numerosos jóvenes insatisfechos con las resoluciones verticales y el «viejo reformismo comunista» transitaron hacia la vía guerrillera o exploraron otras alternativas marxistas de la Nueva Izquierda, después de la matanza del 2 de octubre de 1968.

Así, en Baja California, Jorge Guillermo Conde Zambada, Miguel Buitrón y Efraín Ávila Delfín se enfrascaron en una búsqueda programática que los acercó a distintos movimientos de la izquierda considerada más radical. Las inquietudes de estos últimos fueron canalizadas, en un primer momento, por el grupo MECHA, baluarte de las redes chicanas en los movimientos estudiantiles californianos y conectado con el SWP. De tal forma que Jorge, Efraín y Miguel se fueron inmiscuyendo en los círculos de estudio y discusión trotskista, en donde conocieron otra perspectiva revolucionaria, a partir de diferentes escritos como los del peruano Hugo Blanco, quien abogaba por la formación de frentes obreros y campesinos en América Latina. Finalmente, esta tríada de exmilitantes comunistas terminó seducida por la postura antiimperialista que los trotskistas estadounidenses asumían con respecto a la guerra de Vietnam y su simpatía por la Revolución cubana. Aunque cabe aclarar que esta predilección por el trotskismo tardaría en convertirse en una militancia oficial.

Este grupo liminar de marxistas, indeterminado todavía, en términos de su adscripción organizacional, no perdió la oportunidad de acercarse a otros movimientos radicales del sur de Estados Unidos, como Prairie Fire Organizing Committee, de San Diego, California, que en los años setenta, bajo una línea maoísta, promovía una postura revolucionaria de
solidaridad internacionalista con el pueblo vietnamita. En estos contactos exploratorios
de los jóvenes tijuanenses con los movimientos «ultraizquierdistas» del sur de California, según el argot de aquella época se vislumbran las complejas prácticas asociativas transnacionales que se suscitaron por afinidad ideológica y por sus condiciones geográficas, en este caso transfronterizas.

La represión del 10 de junio de 1971 en la Ciudad de México incrementó la militancia en la Nueva Izquierda, que en el caso de estudio bajacaliforniano significó que los estudiantes tijuanenses Manuel García Vega «Flipper», Ernesto Guereña «Toby», Jaime Cota y José Luis Sabori se sumaran a la célula trotskista junto con Gustavo Maciel, Gustavo Bravo y otros profesores de Tecate, Ensenada y Mexicali (J. Conde, comunicación personal, 20 de abril de 2019).

Este círculo se introdujo en el movimiento de colonos de Tijuana y fue duramente reprimido en 1974 por el gobierno estatal. El acontecimiento aseguró que el cenáculo bajacaliforniano ingresara formalmente al GCI. Manuel Aguilar Mora contribuyó a que esa adhesión se hiciera posible, puesto que sus muestras de solidaridad y confraternidad revolucionarias se
ganaron la total simpatía del grupo en ciernes. Poco después, la nueva sección bajacaliforniana del GCI recibió el asesoramiento de Édgar Sánchez, quien había dirigido escuelas de cuadros en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (J. Conde, comunicación personal, 20 de abril de 2019).

Paralelamente, Laura Mabel Conde de Ruthrford, la hermana mayor de Jorge Conde y, en aquel entonces, estudiante de Psicología de la UNAM, desde el año 1971, informalmente, a través de las redes afectivas con el hermano y amigas de su entidad de origen, estaba difundiendo información sobre el CGI.

Vale la pena mencionar aquí que la incorporación de Laura Mabel al trotskismo fue producto de la indignación que le provocaron las represiones del 2 de octubre de 1968 y sobre todo la del 10 de junio de 1971, después de una militancia previa en la juventud comunista bajacaliforniana y en la correspondiente de la Facultad de Ciencias Políticas en la UNAM. Mabel recuerda que, «después de haber visto caer a nuestros compañeros» y haber roto la relación sentimental con un camarada de la misma agrupación, descubrió al grupo de maestros del GCI de su facultad como la mejor alternativa de la izquierda para darle continuidad a la lucha revolucionaria y a su descubrirse feminista. Para Mabel, «existía una mejor atención en las relaciones interpersonales que beneficiaron la entrada y el trabajo de las mujeres en las
células, tanto en los grupos de estudio, como en las brigadas y en las colaboraciones en
las revistas» (L. M. Conde, comunicación personal, 13 de abril de 2021).

La inserción de mujeres al GCI expandió las redes trotskistas cuando sus reivindicaciones como la emancipación y la libertad sexual, cuyo eje fue la legalización del aborto, se entrelazaron con demandas similares oriundas del feminismo radical estadounidense. Se complejizaron así las redes internacionalistas que habían tenido su punto de partida con la creación de la LOM y el SU (Z. Espinoza, comunicación personal, 13 de abril de 2019; M.
Rioseco, comunicación personal, 15 de mayo de 2019). La colindancia geográfica entre México y Estados Unidos, en lo referente al tránsito de militantes e ideas revolucionarias, se develaba como un espacio de confluencia ideológica, benéfico para el cruce del trotskismo con otras corrientes de la Nueva Izquierda y las reivindicaciones de las mujeres.

VI. CONCLUSIONES

El internacionalismo en el campo de las ideas, desde la concepción marxista leninista, significaba la cooperación de los trabajadores explotados del mundo, con la intención de iniciar un proceso revolucionario socialista a escala global. Esta noción, que desde los albores del siglo XX formaba parte del imaginario reivindicado por las oposiciones comunistas, se potencializó en América Latina con el triunfo de la Revolución cubana en 1959 y el ascenso de la Nueva Izquierda. En las décadas de los sesenta y setenta, el también llamado internacionalismo proletario movilizaba a militantes de diferentes nacionalidades con amplias trayectorias en las luchas marxistas y los vinculaba con los emergentes agentes universitarios, de clase media, que se inclinaban políticamente hacia los horizontes revolucionarios que les revelaba la izquierda socialista.

Sin embargo, estas redes políticas transnacionales, en la práctica, no fueron del todo consistentes y sus conceptos tampoco se utilizaron al pie de la letra. Todo lo contrario, la aplicación del internacionalismo confrontó a militantes experimentados, como el núcleo trotskista procedente de Francia y Estados Unidos, con realidades disímiles en Latinoamérica. Para el caso mexicano, en particular, echar a andar desde la nada a una organización trotskista conllevaba varios retos en la década de 1960: la formación de liderazgos, la apertura de canales comunicativos, el trabajo coordinado, la elaboración de sus propios medios de comunicación y la búsqueda de financiamiento.

Con este análisis centrado en las redes del Secretariado Unificado en México, se pone en evidencia que la formación del trotskismo en un nuevo escenario político atravesó por distintos momentos, que iban desde la precariedad e inestabilidad hasta el crecimiento y la expansión nacional. Si bien este orden constitutivo no fue igual para las otras tendencias de la Nueva Izquierda, se vuelve un referente para darle un puntual seguimiento a la trayectoria y vida interna de un grupo político de jóvenes, porque nos va permitiendo contrastar sus acciones con sus propios mecanismos discursivos, acción colectiva e individual.

Como botón de muestra, el internacionalismo, en esta primera etapa de configuración de la Nueva Izquierda en México, no significaba propiamente lo que Marx, Lenin y Trotsky u otros teóricos apuntaban respectivamente, sino, entre otras cuestiones, la lucha por preservar una cohesión grupal, que se veía amenazada por las pugnas internas, un ambiente social ajeno u opuesto a su ideario y la violencia del Estado. El internacionalismo significaba también la constitución de puentes políticos por los que se transferían conocimientos socialistas que apenas estaban siendo asimilados por sus adeptos. Este tránsito de información militante, como el que puso en circulación la Cuarta Internacional desde París y Estados Unidos hacia México, era escaso y limitado, pero cobraría mayor importancia a comienzos de los años setenta.

Durante la primera etapa del trotskismo universitario, estos materiales de estudio serían más útiles para los jóvenes líderes que se encontraban en plena formación política, y serían la base teórica de las audaces polémicas que desataron de manera oral y escrita durante esos años.

Esos reacomodos del trotskismo en México se reflejaron en su constitución interna y sus preferencias, ligadas mucho más al contexto estudiantil que al movimiento obrero, aunque este seguía siendo el eje de su representación y legitimidad. La LOM, por ejemplo, al igual que el SU, había flexibilizado los postulados que desde 1938 centralizaban su acción en la formación de vanguardias obreras. La solidaridad de la sección mexicana partía de los núcleos universitarios hacia los movimientos populares.

Otro efecto, producto de la rearticulación del trotskismo, fue la sociabilidad política que se suscitó entre la juventud militante. Una de las novedades en el clima rebelde de la época fue la participación de jóvenes oriundos de México en los congresos internacionales convocados por las oposiciones comunistas. Manuel Aguilar, el dirigente de la sección mexicana, fue ungido como representante de la Cuarta Internacional en el Congreso de Reunificación verificado en Frascati, Italia, en 1963. En este, no sólo se reafirmó la conexión trotskista de México con el Secretariado Internacional, sino que se abrió una nueva ruta para el intercambio de información propagandística, que sería indispensable para la difusión del trotskismo al interior de la UNAM.

La sociabilidad trotskista, limitada en este período a pequeños círculos de debate, estudio y creación de proyectos revolucionarios, se caracterizaba por su radicalidad en términos programáticos. Sin embargo, la LOM no trabajó de manera aislada, puesto que introdujo en sus cenáculos a activistas que no necesariamente compartían un mismo ideario socialista. Aunque esta apertura política le dio visibilidad al trotskismo, no quería decir que su estructura interna estuviera cohesionada. Había en ella un vaivén de hombres y mujeres que figuraban como simpatizantes o terminaban integrándose a otros movimientos sociales. A ello se suma que la mano dura del régimen autoritario redujo en gran medida sus filas y evitó su crecimiento, confinándolos a operar en la clandestinidad.

Luego de la matanza del 2 de octubre de 1968, la indignación estudiantil tomó un nuevo impulso político y las organizaciones que anteriormente se habían caracterizado por su radicalismo marxista se convirtieron en receptáculos de jóvenes que habían experimentado de una u otra forma la represión estudiantil. Por ello, la siguiente etapa del trotskismo, es decir, la que emergió después del 68, paulatinamente adquirió un empuje inusitado a nivel nacional, en donde las conexiones transnacionales se complejizaron al agrandar el número de afiliados y sus ramificaciones en México y Estados Unidos.

El caso del GCI en Baja California no sólo exhibe que el trotskismo fue percibido como una de las expresiones más radicales de las izquierdas no armadas, también esclarece que los jóvenes altamente radicalizados, conmovidos por distintas coyunturas nacionales e internacionales, buscaban integrarse a una organización que respondiera adecuadamente a sus intereses de cambio social. Se prueba aquí que esa integración tampoco fue lineal y espontánea, ya que para algunos estudiantes, como los bajacalifornianos, representó un recorrido experimental que los llevó, antes de convertirse al trotskismo por influjo del SWP, por caminos divergentes que fluctuaron entre el maoísmo y la izquierda guerrillera.

En los años setenta, el Secretariado Unificado, sus redes y su sociabilidad antiautoritaria se incrementaron al ser percibidos por sus militantes como verdaderos espacios revolucionarios y democráticos altamente inclusivos, que se ligaban con los movimientos sociales feministas, estudiantiles y fabriles. En este renovado imaginario radical, el trotskismo, una vertiente de la Nueva Izquierda, complejizó el sentido de pertenencia política, al propiciar que sus militantes, como las mujeres de Baja California, tuvieran experiencias que distaban mucho del sectarismo, al introducirse en el mundo del activismo, en el que importaban más las luchas por alcanzar objetivos comunes que la aparente radicalidad que suponía la tradición revolucionaria de un programa bolchevique.

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[1]. Originario de Sonora, su alias era Pico Pancho. En los inicios de su carrera política, a finales de la década de 1950, tuvo nexos con el Partido Popular.

[2]. Originario de Irapuato. A la par de su militancia y de sus estudios universitarios, se desempeñaba como profesor de nivel secundaria. En 1967 abandonó su militancia junto con su esposa Carol. En los años setenta se involucró en el periodismo y llegó a ser reportero para el Canal 13.

[3]. Carol de Swan era hija de inmigrantes holandeses judíos, que llegaron a México huyendo de la persecución nazi en Europa. Albergados en el otrora Distrito Federal, su madre se dedicó a las labores del hogar, mientras que su padre se convirtió en un prominente hombre de negocios (M. Aguilar, comunicación personal, 20 de enero de 2022).

[4]. La LEM se denominó LOM para atraer al sector obrero, aunque sus militantes no dejaron de ser, casi en su totalidad, estudiantes universitarios.

[5]. Con esta interacción política, Manuel desplazó del liderazgo trotskista a Francisco Navarrete, quien, al no dominar otros idiomas, se veía limitado, permaneciendo en un segundo plano.