ISSN: 1130-2887 - eISSN: 2340-4396
DOI: https://doi.org/10.14201/alh.28589

Interculturación y multiterritorialidad: estrategias de resistencia y resiliencia de personas migrantes venezolanas asentadas en Cúcuta, Colombia

Interculturation and Multiterritoriality: Resistance and Resilience Strategies of Venezuelan Migrants Re-Settled in Cúcuta, Colombia

Martha Lucia Herrera Leal

martha.herrera@unipamplona.edu.co 1

Eliana Caterine Mojica Acevedo

elianamojica@unipamplona.edu.co 1

Gladys Adriana Espinel Rubio

gladysespinel@ufps.edu.co 2

1 Universidad de Pamplona

1 Universidad Francisco de Paula Santander

Envío: 2022-03-02

Aceptado: 2022-12-19

First View: 2023-03-03

Publicación: 2023-04-03

RESUMEN: Este artículo tiene como propósito identificar las interacciones socioculturales que tejen las personas migrantes venezolanas en su proceso de asentamiento en Cúcuta, Colombia, principal ciudad fronteriza receptora. Es una investigación con enfoque fenomenológico; se utilizan la observación no participante, el análisis de contenido de notas de prensa y las historias de vida. El trabajo muestra que la migración es asumida como una oportunidad, configurando estrategias de resistencia y de resiliencia, basadas en la interculturación y la multiterritorialidad, dada la proximidad de su país.

Palabras clave: migración; territorio; frontera; multiterritorialidad; interculturación

ABSTRACT: This article identifies the sociocultural interactions that Venezuelan migrants weave in their settlement process in Cúcuta, Colombia, the main receiving border city. It is an investigation that features a phenomenological approach; non-participant observation, content analysis of press releases and life stories. Given the proximity of Colombia, migration is assumed to be an opportunity that helps configures strategies of resistance and resilience based on interculturation and multi-territoriality,.

Keywords: migration; territory; border; interculturation; multiterritoriality

I. introducción

Una mejora en la tasa cambiaria del bolívar[1] frente al peso[2] y las diferentes tarifas del dólar establecidas en Venezuela durante la primera década del siglo XXI promovieron el regreso de los venezolanos a Cúcuta (Colombia), quienes habían dejado de viajar a la ciudad, por turismo o compras, tras la devaluación de su moneda en 1983 (Puente et al., 2020). El bolívar cayó un 30 % el 18 de febrero de ese año ocasionando una crisis económica en la ciudad fronteriza, referenciada por los medios de comunicación de la época como ‘viernes negro’; esto afectó el comercio binacional, en especial, a la compra al menudeo.

Las visitas de los venezolanos a Cúcuta no superaban tres días; pero con la agudización de la crisis económica, social y política de su país, Cúcuta se convirtió en la principal receptora. Así, una cultura basada en la relación histórica colonial y republicana, la posibilidad de tener doble nacionalidad y las fronteras abiertas se resquebrajó con el cierre de los pasos oficiales en 2015, diluyéndose la idea de un ciudadano binacional y fronterizo (Mojica et al., 2020).

Las cifras del Grupo Interagencial sobre Flujos Migratorios Mixtos – GIFMM (2020) señalaron que, en julio de 2020, había alrededor de 1.764.863 venezolanos viviendo en Colombia, de los cuales el 43,3 % (763.411) eran regulares y el 56,7 % (1.001.472) permanecían en condiciones de irregularidad. Norte de Santander, cuya capital es Cúcuta, concentraba la mayor cantidad de población venezolana con un 9 %; la ciudad albergaba 101.889 ciudadanos de esa nacionalidad.

La complejidad de la migración venezolana, dadas las condiciones de su movilidad, pasó de un enfoque regional entre países vecinos a un contexto de análisis global «por las implicaciones políticas, sociales y económicas que involucra el alto flujo de migrantes que llegan a países con experiencias de salida de migrantes, pero no de recepción de grandes flujos de migrantes» (Mazuera-Arias et al., 2019, p. 42).

El venezolano no tenía una cultura migratoria, sugieren Castillo y Reguant (2017), pues Venezuela fue durante los últimos dos siglos un país receptor. Sin embargo, desde hace 30 años se están registrando hechos que determinan la decisión de migrar en la población venezolana. Freitez, Lauriño y Delgado (2020) señalan tres periodos:

1) Entre 1999-2003, definido por la llegada de Hugo Rafael Chávez Frías a la presidencia de Venezuela, la aprobación de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, el paro petrolero y el golpe de Estado de abril de 2002.

2) Entre 2004-2013, durante el cual se registra un incremento enorme de los ingresos y del control del Estado en la actividad productiva, y finaliza con la reelección de Chávez, quien enferma y, poco tiempo antes de su muerte, designa como su sucesor político a Nicolás Maduro.

3) Entre 2014-2019, marcado por el deterioro progresivo de las condiciones sociales junto a la caída de la institucionalidad (Osorio y Phelan, 2019, p. 9).

Los venezolanos han abandonado su país en búsqueda de nuevas oportunidades laborales que les permitan generar calidad de vida a su familia; a esta causa se suman la conflictividad social y política en Venezuela, la inseguridad y las deficiencias de los servicios públicos, entre otros factores (Freitez y Marotta, 2021; Freitez, Lauriño y Delgado (2020).

Llegar a la sociedad receptora los obliga a adaptarse a prácticas culturales y sociales, así como a sobrellevar la percepción que los hace diferentes, los condiciona y los referencia como inmigrantes, exigiéndoles «la necesidad de aprender, contrastar y apreciar otros mundos» (Quezada, 2007, p. 63).

Por lo tanto, comprender la realidad del migrante no es fácil, pues está asociado a las condiciones por las que sale de su lugar de origen; el desplazamiento al que es sometido, en ocasiones por circunstancias de precariedad, y la forma como es recibido por la sociedad que lo clasifica a su llegada, ante la irrupción en su espacio (Osorio-Campillo et al., 2015).

Sumado a esto se encuentran los discursos de los medios de comunicación que con frecuencia alimentan un estereotipo del migrante (Espinel-Rubio et al., 2021; Ramírez, 2018; Aliaga et al., 2018), presentados como incapaces de integrarse, peligrosos y amenazadores para la integridad física y las propiedades, además, del empleo, cultura, herencia étnica, lenguaje e identidad (Pineda y Ávila, 2019).

Dadas estas condiciones, el presente artículo se propone responder a la pregunta ¿cuáles son las interacciones sociales y culturales que configuran los migrantes venezolanos en Cúcuta para apropiarse de su nuevo territorio?

Estas interacciones inciden en la reelaboración de los proyectos de vida de los migrantes, quienes transitan en nuevas dinámicas de territorialidad que, en términos de Sack (1986), se consolidan a partir de las relaciones de poder estrechadas entre los integrantes de un determinado espacio para apropiarse no por la fuerza, sino desde el reconocimiento de su entorno donde conviven diariamente.

Desde un enfoque fenomenológico y a través de la observación no participante, la revisión documental y la recuperación de las historias de vida de ocho personas que se autorreconocen como migrantes asentadas en el área metropolitana de Cúcuta, se pudo determinar que la decisión de abandonar su país de origen está llena de incertidumbre por cuanto desconocen el contexto socioeconómico de las ciudades receptoras, pese a ser fronterizas. Así, la migración de las personas venezolanas está permeada de sufrimiento durante las primeras semanas de asentamiento en el nuevo territorio, pero con aprendizajes que les permiten mejorar su convivencia desarrollando estrategias de resiliencia y resistencia; de esta manera configuran una interculturación disimétrica (Giménez, 2016), que les permite estar aquí y allá, recreando su multiterritorialidad (Haesbert, 2013), no solo por la cercanía geográfica al estar en la frontera de ambos países, sino por la persistencia de memorias, sentires y vínculos.

II. Aproximación a la relación entre territorio y migración

Desde las ciencias sociales el concepto de territorio se acerca a la construcción dinámica de acciones de poder que emprende una población, con el propósito de apropiarse de un espacio que transforma y al cual le imprime su sello identitario. Abramovay (2006) señala que «los territorios no se definen por límites físicos, sino por la manera como se produce en su interior, la interacción social» (p. 2); dichas interacciones están definidas por las pautas, comportamientos y normas que se estructuran, validan y son adoptadas por las poblaciones a pesar de sus diversas características entre sí.

En este sentido, Boisier (2001) amplía la discusión al agregar la habilidad que desarrollan los grupos poblacionales en un espacio, para resolver problemas desde lo sistémico, de experimentar y afrontar situaciones asimilando nuevos conocimientos, además de reconocer lecciones desde su interacción con otras colectividades y, finalmente, compartir este nuevo conocimiento desde su propia estructura social.

El territorio funciona en un sistema donde se articulan lo social, cultural, ambiental, económico y político. Lo social se refleja en el bienestar que se logra alcanzar en la medida en que se fortalecen las relaciones; lo cultural, al enriquecerse los territorios con las nuevas prácticas; lo ambiental, con la interdependencia entre el hombre y su entorno; el componente económico, a través de la producción de bienes y servicios, y, finalmente, el político, en la medida en que se establecen conexiones con las autoridades, instituciones o con otros sistemas (Reina, 2017).

Así, al relacionar los términos migración (entendido como el cambio de residencia que implica el traspaso de algún límite geográfico u administrativo debidamente definido) y territorio, este último se configura a partir de las necesidades de apropiación no solo de un entorno físico, sino de toda una serie de factores culturales, históricos y sociales que empiezan a ser asimilados por quienes optan a reiniciar nuevos proyectos de vida distantes de sus entornos familiares y de su nación (Llobera, 2011). Entonces, el territorio es percibido por los migrantes como:

Referente geográfico que le da sentido al sujeto, y que al mismo tiempo es investido de sentido por él en una forma de correlación y codependencia, creando una imagen del territorio como dinámica y en constante construcción y/o traducción física y simbólica (Reyes y Martínez, 2015, p. 123).

El migrante puede dar significado a manifestaciones culturales, para expresar su identidad y «remarcar su pertenencia e imprimir sobre el territorio una forma de representación particular» (Mansilla e Imilán, 2018, p. 245). En las relaciones que establecen los sujetos con el territorio se da un amplio flujo comunicativo que permite la interacción con el otro, además de reconocer procesos y prácticas culturales que «los actores hacen en y sobre el proceso migratorio» (León, 2009, p. 10), para establecer una serie de sentidos y significaciones a sus dinámicas cotidianas que determinan rasgos de apropiación a sus nuevos espacios.

Por esto, Carballeda (2015) señala que en el proceso de consolidación de los territorios es necesario recopilar las narrativas que fortalecen la identidad de quienes los habitan, a partir de lazos sociales, que dan un mayor sentido a la interacción, la percepción y el intercambio. «El territorio a diferencia del espacio físico, se transforma permanentemente en una serie de significaciones culturales con implicancias históricas y sociales» (p. 94).

En este mismo sentido, Damonte (2011) expresa:

Acá el territorio asociado al ejercicio complejo de la interpretación de sentido en las nuevas realidades, implica comprender historias, relatos y dinámicas que determinan la identidad a partir del reconocimiento del otro. Esas narrativas son, en otras palabras, descripciones cargadas de simbolismos que se apoyan en prácticas y discursos colectivos (p. 19).

Este estudio recoge las implicaciones de vivir el proceso migratorio, motivaciones, experiencias personales y altibajos, a través de las historias de vida de ocho personas venezolanas asentadas en Cúcuta, la observación no participante de su cotidianidad en la ciudad y el análisis de contenido de notas periodísticas de un diario local, lo que permitió identificar las interacciones sociales y culturales que configuran para apropiarse de su nuevo territorio.

Se asume, desde la perspectiva de León (2009), que el hecho de migrar implica una renuncia a los derechos y garantías que históricamente como ciudadanos tienen en el territorio-espacio al que pertenecen, pero también significa «asumir una tarea de reconfiguración de las estructuras simbólicas en otro espacio-tiempo y frente a otras estructuras de significación» (p. 11).

III. Desterritorialización y multiterritorialidad

Para comprender estas configuraciones de sentido y significación, en la presente investigación se toman como referencia los conceptos de des-re-territorialización, planteado por Herner (2009), y el de multerritorialidad de Haesbaert (2013).

A partir de la interpretación de los trabajos de Deleuze y Guattari (1996) (citados en Herner, 2009), se propone una geografía de los espacios nómadas o de la movilidad, con nociones que permiten comprender las transformaciones por las que atraviesan los migrantes en su proceso de asentamiento en un nuevo territorio. En dicha geografía, la desterritorialización supone la desarticulación del territorio, como referente clave de la cultura, como aquel espacio en donde se palpan las prácticas que determinan las fronteras entre ‘nosotros’ y los ‘otros’ o los de ‘adentro’ y los de ‘afuera’; desde allí, se plantea la reterritorialización, como una oportunidad para asumir que un nuevo territorio es siempre productivo, «ocupado, reconstruido, habitado; una tensión que sólo puede satisfacer la intensidad de una acción creativa múltiple» (Herner, 2009, p. 170).

Al respecto, a Haesbaert (2013) le inquieta que, con la migración humana, donde son evidentes los procesos de precarización, sea más evidente la desterritorialización, pues estos grupos no tienen control ni poder sobre el territorio, promoviendo la «desidentificación y pérdida de referencias simbólico-territoriales –lo cual refleja una pérdida de control del espacio–» (p. 33), tal como ocurre con grupos como los «sin techo» y en algunos campos de refugiados.

Haesbaert (2013) aclara, además, que solo en estos casos mencionados se puede hablar de una movilidad que desterritorializa, pues dicho concepto no debe ser aplicado a los grupos hegemónicos cuyas movilidades (viajes, por ejemplo, o cambios de lugar de residencia) están bajo su control.

No obstante, la desterritorialización (como proceso y relación social) implica que simultáneamente aparezcan la destrucción y la reconstrucción territorial. «Por lo tanto, para construir un nuevo territorio hay que salir del territorio en que se está, o construir allí mismo otro distinto» (Haesbaert, 2013, p. 13). Entonces Haesbaert (2013) apela al concepto de multiterritorialidad definida como la posibilidad de tener la experiencia simultánea y/o sucesiva de diferentes territorios; así las personas migrantes pueden vivir la multiterritorialidad en un sentido funcional, cultural y simbólicamente diversificado y aunque en estos se observa de manera preponderante un proceso de subordinación, hay también un proceso de apropiación del espacio.

Los vínculos que los migrantes establecen en el territorio transforman su vida cotidiana y cultura atravesadas por costumbres, hábitos, tradiciones y significados que incorporan a los lenguajes, vestuarios y códigos en el contexto donde se ubican. «Aquí se incluyen tanto formas culturales dominantes como subordinadas, las explícitas o visibles y las implícitas u ocultas, e inclusive aquellas legítimas e ilegítimas» (Quezada, 2007, p. 45).

Dichas formas pueden exponer diferencias sutiles cuando de colombianos y venezolanos se trata, pues los nacionales de ambos países tienen historias compartidas, especialmente, si han vivido en las regiones fronterizas. Sin embargo, al incrementarse la migración y el asentamiento, emergen distinciones que antes no eran patentes; los colombianos, de mayoría mestiza, habían vivido durante los últimos 200 años una inmigración de baja intensidad (Mejía-Ochoa, 2020), mientras que los venezolanos fueron receptores de flujos migratorios portugueses, españoles, italianos y colombianos durante la segunda mitad del siglo XX con la bonanza petrolera.

Desde esa misma época, Colombia ha sido expulsora de sus nacionales por cuenta del conflicto armado. En sus ciudades capitales se evidencian las consecuencias del desplazamiento interno, siendo Cali, Medellín y Bogotá las principales receptoras de grupos poblacionales étnicos entre indígenas y afrodescendientes, además de campesinos mestizos. Cúcuta ha recibido desde 1990 a víctimas de la violencia en el Catatumbo (región ubicada al nororiente de Norte de Santander con presencia de grupos armados ilegales) en su mayoría de origen campesino y mestizo (CNMH, 2013).

Al momento de esta investigación, Cúcuta ocupaba el cuarto lugar en el país por cifra de desempleo con el 29,2 % (Departamento Nacional de Planeación-DANE, 2020), mientras que la tasa de informalidad registró un histórico del 69,8 %, en comparación con el 45,9 % registrado a nivel nacional en el mismo año (Cámara de Comercio de Cúcuta, 2020). Estas condiciones económicas contribuyen a la complejidad del proceso de asentamiento, pues los migrantes tienen dificultades para adaptarse al territorio ya que «pertenecen a grupos sociales tradicionalmente precarizados, vulnerados y estigmatizados» (Pineda y Ávila, 2019, p. 76).

Los informes realizados por ACNUR (2019 y 2020) señalan la heterogeneidad de la población que ha salido de Venezuela. Si bien, al principio, las decisiones políticas del gobierno de Chávez Frías propiciaron la partida de familias con importantes recursos económicos y luego, la migración de profesionales del sector petrolero, la crisis desatada hacia el 2015 terminó por expulsar a personas provenientes de los estratos medios y bajos.

La población que llega a Cúcuta suele tener un bajo nivel educativo en comparación con quienes se mueven al interior del país, además, son jóvenes solteros sin pareja o hijos en Venezuela que expresan su intención de regresar a Venezuela. Esto quiere decir que, a la crítica situación económica, social y de seguridad que Cúcuta ha vivido en las últimas décadas, se suma la presión que ejerce la recepción de población migrante con las condiciones educativas y económicas más pauperizadas de quienes salen de Venezuela (Servicio Jesuita a Refugiados [SJR], 2018).

Estos se enfrentan a dos grupos hegemónicos en Cúcuta. El primero ostenta el poder económico y político; está conformado por una clase empresarial cuyos recursos provienen de la minería del carbón, la producción de cerámica y de materiales de construcción derivados de la arcilla, así como de comerciantes mayoristas y minoristas basados en el intercambio con Venezuela. Son de origen mestizo, algunos con ascendencia siria, libanesa, palestina, italiana, alemana y británica tras las migraciones del siglo XIX e inicios del XX, por lo cual ya están totalmente establecidos e integrados a la sociedad y los procesos de interculturación se dieron hace más de 100 años (Espinel-Rubio y Mojica-Acevedo, 2020); su repertorio sociocultural está asociado al mundo andino, derivado de la agricultura cafetera. En relación con las personas migrantes venezolanas, se remarcan las diferencias de clase y nacionalidad.

El otro grupo con hegemonía cultural y apropiado del territorio pertenece a los estratos socioeconómicos más bajos, en ocasiones víctimas del conflicto armado y que subsisten de la economía informal. Es justo con este grupo con quienes las interacciones de las personas migrantes están mediadas por las disputas que se suscitan frente al acceso a los subsidios del Estado, la atención médica y la atención humanitaria.

IV. Interculturación y multiterritorialidad

Desde la perspectiva de Giménez (2019), la interculturación se expresa en las relaciones positivas o negativas establecidas entre las personas, los grupos y las sociedades de diferentes culturas. Lo intercultural (desde la comunicación, para este caso la interacción) no se concentra en las diferencias culturales, sino que se enfoca en la relación dinámica que se surte entre las mismas. Es posible percibir, entonces, una diversidad cultural (Hidalgo, 2017).

Bajo este orden, se pueden distinguir dos concepciones de interculturación: la simétrica (entre culturas dominantes de un mismo rango) y la disimétrica, aquella que se da entre las culturas dominantes y subalternas, o entre colonizadores y colonizados. Las ciudades, como Cúcuta, son los «lugares de contacto, de fricción y de interacción intensa entre diferentes culturas en diferentes escalas» (Giménez, 2016, p. 84), que no permiten en este caso un diálogo intercultural que ha promovido la Unesco (2002) como un proyecto político de convivencia pacífica del migrante con la población de acogida.

De esta manera, cuando se vive un fenómeno migratorio, como lo exponen Brito et al. (2020), se generan diversas formas de vida en una sociedad que en ocasiones se ven afectadas con las de la población receptora y que no permiten la hibridación de culturas, pero que sí generan espacios de segregación y exclusión. Por esto, las creencias, los paradigmas y sus cosmovisiones se ven interrogadas por otro, que se reconoce como distinto, «que interpela sus convicciones antropológicas de la alteridad y de la aceptación, y, a la vez, se levanta el cuestionamiento de la veracidad de su propia cultura como constructo social articulado por décadas de tradición» (Brito et al., 2020, pp. 118-119).

La consolidación de esta multiterritorialidad e interculturación, en el caso de los migrantes, se genera en medio de una dinámica resiliente donde, pese a las adversidades, reconocen que cuentan con capacidades para superar las dificultades que la llegada a un nuevo territorio implique. Ruiz y Palma (2021) indican que en la resiliencia es vital la determinación personal como punto de partida para lidiar con los factores externos a los que se enfrentarán los individuos, «todos aquellos factores protectores como características personales, relacionales y comunitarias, que ayudan a disminuir el efecto de las adversidades» (p. 14). La resiliencia, como capacidad particular de cada grupo o sujeto, es considerada por Utria (2015) como una «manera de proyectarse en el futuro pese a los acontecimientos desestabilizadores de la vida» (p. 36).

V. Metodología

La metodología cualitativa que aquí se utiliza es recomendada «cuando el tema del estudio ha sido poco explorado o no se ha hecho investigación al respecto en ningún grupo social específico» (Hernández et al., 2010, p. 364). Por su enfoque fenomenológico, permite estudiar los significados que los individuos dan a su experiencia. De acuerdo con Hernández et al. (2010), el investigador deja de lado, en la medida de sus posibilidades, sus experiencias con el objetivo de visualizar una nueva perspectiva del fenómeno o problema estudiado. Es de tipo descriptiva, porque facilitó detallar comportamientos, gestos y elementos propios de la interacción social (Ríos, 1996) de los migrantes venezolanos asentados en Cúcuta, Colombia.

V.1. Población y muestra

La población de esta investigación corresponde a los residentes en los municipios del área metropolitana de Cúcuta y que se autorreconocen como migrantes venezolanos y están distribuidos como se detalla en la Tabla I.

Tabla 1. Venezolanos viviendo en Cúcuta y su área metropolitana (regulares e irregulares)

Municipio

Población

Cúcuta

101.889

Villa del Rosario

37.296

Los Patios

7.118

El Zulia

3.520

Fuente: OIM (2020).

El muestreo fue no probabilístico y a conveniencia. Los seleccionados para el estudio debían reunir las siguientes cualidades:

1) Estar viviendo en Cúcuta y de manera permanente durante un mes o más.

2) Que se autorreconocieran como venezolanos y migrantes.

Una vez confirmaron contar con los anteriores atributos, se aplicó la entrevista a profundidad a las 8 personas que se señalan en la Tabla 2. Con el objetivo de resguardar su derecho a la confidencialidad, se denominaron E (entrevistado) asignándoles, además, un número para su referencia en el proceso de análisis de la información.

Tabla 2. Distribución de las fuentes de acuerdo a los criterios de investigación. 2019

ID

Edad

Nacionalidad

Procedencia

Rol

Profesión en su lugar de origen

Ocupación en su lugar de destino

Tiempo de permanencia en Cúcuta

Estatus migratorio

E1

55

Venezolana

Cumaná

Madre de familia

Enfermera

Desempleada (subsidiada por la Alcaldía de Cúcuta)

9 meses

Regular

E2

22

Venezolana

Cumaná

Hija

Estudiante de enfermería

Servicio doméstico

6 meses

Regular

E3

36

Venezolana

Caracas

Madre

Estudiante de administración

Servicios generales de la Alcaldía de Cúcuta

2 años

Regular

E4

53

Venezolano y colombiano

Maracay

Padre de familia

Obrero

Obrero

2 años

Regular

E5

50

Venezolano

Maracay

Padre de familia

Obrero

Obrero

2 meses

Regular

E6

24

Venezolana

San Cristóbal

Hija

Estudiante de arquitectura

Conductora de tren infantil en centro comercial

5 meses

Regular

E7

26

Venezolano

San Cristóbal

Hijo

Ingeniero mecánico

Conductor de tren infantil en centro comercial

5 meses

Regular

E8

48

Venezolana

San Cristóbal

Madre de familia

Profesora

Cuidadora de adultos mayores

2 años y 10 meses

Regular

Fuente: Elaboración propia.

Como ya se mencionó, todos los entrevistados se autorreconocían como ciudadanos venezolanos, sin ningún origen étnico específico (indígenas, afrodescendientes, Rrom[3]). Todos residían en Cúcuta.

V.2. Procedimientos para la recolección y análisis de la información

Para establecer las interacciones culturales y sociales que sobre el territorio y su migración han configurado los venezolanos asentados en Cúcuta, se optó por la construcción de historias de vida a partir de entrevistas a profundidad, la observación no participante y la revisión documental. Como instrumento se utilizó la ficha de registro de la observación no participante en la que se enfatizó en el seguimiento a comportamientos, lenguajes, lugares, actividades y tiempos donde con mayor frecuencia permanecen los venezolanos en el desarrollo de su cotidianidad.

A su vez, se diseñó una matriz de análisis de contenido que permitió recopilar enfoques noticiosos y lenguajes con los que el diario La Opinión (medio de comunicación local) se refiere al migrante asentado en la zona. El instrumento contempló las categorías: Mujer y género (MyG), Familia (F), Trabajo (T), Niñez y adolescencia (NyA), Costumbres y tradiciones (CyT) y Folclor (F), que son los tópicos más recurrentes en la sección «Frontera». Dicha sección es dedicada exclusivamente a relatar los acontecimientos que se generan en el territorio binacional fronterizo y es redactada por periodistas colombianos y venezolanos que residen en ambos países.

Se analizaron las notas periodísticas publicadas entre el 24 de diciembre de 2018 y el 23 de noviembre de 2019. En la Tabla 3 se relacionan las mismas.

Tabla 3. Relación de notas identificadas por temas

Tema

Porcentaje

N.° de publicaciones

Trabajo y salud

49 %

23

Niñez y adolescencia

19 %

9

Mujer y género

11 %

5

Costumbres y tradiciones

11 %

5

Familia

6 %

3

Folclor venezolano

4 %

2

Fuente: Elaboración propia.

Esta información fue relevante para ampliar el punto de análisis de los factores de adaptación que asumen las personas venezolanas cuando deciden migrar y emprender nuevas actividades como mecanismos de apropiación del nuevo territorio.

Lo anterior, para proceder a la aplicación del método de la historia de vida, siguiendo la recomendación de Mojica et al. (2019) que proponen «realizar una documentación previa del objeto de estudio y un acercamiento exploratorio, con el fin de evitar pérdidas de tiempo u obtener información inválida» (p. 358). Las entrevistas a profundidad fueron aplicadas entre julio y octubre del 2019, permitiendo explorar desde el pasado, presente y futuro las situaciones que implicaron para la muestra seleccionada tomar la decisión de salir de su país de origen.

VI. Hallazgos y discusión

VI.1. El proceso migratorio: estrategias de resistencia y resiliencia

En el caso de la migración venezolana a Cúcuta, se puede afirmar que está permeada de sufrimiento en las primeras semanas de permanencia en el nuevo territorio; sin embargo, es recurrente en todas las historias de vida la capacidad de resiliencia que implica el aprendizaje de aspectos nuevos y positivos, a partir de las adversidades (Uriarte, 2013).

La decisión de migrar está llena de incertidumbres puesto que seis de los ocho (6/8) entrevistados desconocían el panorama que se encontrarían en Cúcuta, ciudad que también es receptora de desplazados por el conflicto interno armado en Colombia, situación que ha aumentado las tensiones entre migrantes, retornados colombianos y comunidades de acogida, pues hay disputas por las ayudas que entregan el gobierno nacional y las agencias de cooperación internacional.

Así, la migración a la zona de frontera colombo-venezolana afecta a toda la población sin distinciones socioeconómicas, niveles de formación profesional u orígenes étnicos, incluyendo a los locales en condición de vulnerabilidad. Sobre la situación que viven los migrantes a su llegada, E2 relató:

Cúcuta ha cambiado mi forma de ver las cosas, pues, ver que no son como uno piensa, que no son fáciles, porque hay muchas personas allá en Venezuela que piensan que uno llega aquí y uno va a tener las cosas en un dos por tres, pero aquí no es nada fácil porque aquí un venezolano pasa por mucho…

Previo a la migración, solo dos de los entrevistados (2/8) tenían opciones laborales; por lo tanto, las calles, garajes de las casas o parques fueron para algunos los sitios donde pernoctar, mientras obtenían recursos para pagar una habitación por noche, de acuerdo con lo identificado en la observación no participante y corroborado en las historias de vida. La resiliencia se sustenta también en la forma de proyección futura pese a los acontecimientos desestabilizadores que han atravesado. Sobre esto E7 manifestó:

… trabajo es trabajo y el trabajo es honrado, pero cuando pasan esas cosas (discriminación), me dan como bueno ¿qué te pasa? O sea, yo no estoy aquí porque quiero, estoy aquí porque necesito estar aquí. Por mí, me hubiese quedado en Venezuela, pero allá no hubiésemos logrado, lo que hemos logrado aquí en poquito tiempo.

Su estrategia de resistencia para llegar a Colombia se refleja en el mismo paso fronterizo, como expresó E7 cuando al cruzar ilegalmente por el río Táchira tras pagar 40.000[4] pesos, casi pierde su motocicleta, vehículo fundamental para su trabajo, al ser arrastrada por el caudal.

E8, por su parte, narró que su recorrido por «la trocha» en el 2016 fue peligroso, porque tuvo que arriesgar su vida «como si uno fuera un delincuente», refiriéndose a la ilegalidad del paso y al control que ejercen las bandas criminales (Pares, 2020).

En relación con los sentimientos que implica la migración, las personas migrantes entrevistadas los asociaron a rechazo, maltrato, dolor, negación, discriminación, molestia y humillación. Pese a esto, E6, por ejemplo, indicó que asumir su rol de migrante le permitió «mayor crecimiento personal y superación». Estos resultados contrastan con la versión de E2, quien manifestó: «Un venezolano no viene acá con una sonrisa en la cara, viene con un sufrimiento en el alma y la tristeza en la cara, aunque no la vean».

Así, los migrantes venezolanos en Cúcuta construyen sus propias territorialidades entre el acá y el allá a partir de la memoria que los mantiene, a pesar de las distancias, en cercanía con sus núcleos familiares en primer lugar, pues son ellos los agentes motivadores para emprender nuevos proyectos de vida en Colombia, garantizándoles a mediano y largo plazo un reencuentro, que por lo general busca ser en su nuevo territorio.

Los anteriores hallazgos están en consonancia con los estudios de Hendel y Novaro (2019) sobre migrantes provenientes de Bolivia que habitan dos localidades de la provincia de Buenos Aires. La noción de territorialidad, entendida como la experiencia particular, histórica y culturalmente definida del territorio, les permitió vincular el acá (Argentina) y el allá (Bolivia), logrando interpretar las formas diversas y complejas como las familias migrantes llevan su territorio inmerso en su estar, habitar y transitar transnacional construyendo territorios propios.

Esa misma memoria viene cargada de sentimientos que fueron recibidos desde sus infancias y con la que continúan enfrentándose a los retos de un día a día en sus nuevos roles. Ante las adversidades que vivencian en Cúcuta, recordar a los abuelos y su época de niñez se convierte en un aliciente para aliviar las dificultades por las que están atravesando en su nuevo territorio. Sobre este aspecto, E2 expresó:

Yo digo que vengo de Cumaná, y venir a Colombia, porque Colombia es una tierra bien linda, bien hermosa, pero no es nada igualita a mi tierra pues. Porque yo estoy aquí, yo extraño a mi tierra, da dolor ver esos hermanos, compañeros de Venezuela tumbados por ahí, durmiendo en la calle, que no comen, niños que están por ahí…

Por lo tanto, de acuerdo con Haesbaert (2013), se puede afirmar que las personas migrantes tienen una experiencia simultánea y/o sucesiva de diferentes territorios pese a la subordinación.

VI.2. Interculturación e interacción social en el territorio

Con respecto a la discriminación que han padecido en la interacción con la comunidad receptora, se identificó en el caso de E1 y E2 maltrato, agresión verbal y física, con expulsión del lugar de residencia, pese a que una de ellas padecía de cáncer. E7, por su parte, percibió rechazo cuando entregó sus papeles para solicitar trabajo; relató que le tiraron al suelo su hoja de vida y, en otro caso, estigmatizaron la presencia de los venezolanos en Cúcuta, porque «todos son malos».

En concordancia con Cisneros (1999), los actores, en este caso los migrantes, no son sujetos de un mundo que los prescribe, sino que son sujetos de su propia historia reinterpretando las reglas. Por ejemplo, la mitad (4/8) de los entrevistados evidenciaron cambios en el comportamiento asociados al recato en su manera de expresarse, el ser buen trabajador y cuidar su actividad laboral, no dejarse lastimar por situaciones de discriminación y continuar su proyecto de vida. En las historias de vida aparecieron expresiones como «no me gusta el apodo de venecas o que digan que las mujeres somos regaladas»[5] (E3).

Por estas razones, no se puede afirmar que la cultura del venezolano se mantenga todo el tiempo, teniendo en cuenta que algunas prácticas no son validadas por los colombianos y han llevado a los migrantes a ser más discretos en sus expresiones, tonos de voz, risas y comentarios. Al respecto, E6 refiere lo siguiente:

Por la parte de cultura, es un poco complicado, porque emigrar es como llegar a un lugar y uno ser ajeno en ese lugar. Uno tiene costumbres, cosas que hace en Venezuela, que de repente aquí están mal vistas. O son cosas que para uno son normales, pero que, para el colombiano no. En especial el cucuteño. El cucuteño es una persona amable, es buena, pero tiene como cierta cosa, quiere como que alejarse un poco, que le respeten su espacio, entonces a ellos les molesta un poco, las cosas que uno hace y que para uno son normales, para ellos, están mal.

Una situación similar es expresada por los colombianos establecidos en Chile. Gissi-Barbieri y Polo (2020) identificaron que la percepción de los migrantes sobre los chilenos está marcada por las diferencias culturales y el sentimiento de incomprensión. Los imaginarios sobre el ‘sueño chileno’ se desvirtúan ante la ‘forma de ser’ fría y distante de los chilenos y la falta de calidad de los servicios públicos en Santiago, sobre todo, los asociados a trámites que se caracterizan por el escaso reconocimiento en el plano político-jurídico.

En dicho proceso de interacción cultural se recibieron en tres de los ocho entrevistados (3/8) expresiones como: «Colombia es un país hermano y tiene muchas cosas que lo hacen sentir a uno un poquito en casa» (E6).

Las interacciones sociales que configuran los migrantes venezolanos para apropiarse de su nuevo territorio en Cúcuta están marcadas por ausencias emocionales, profesionales y culturales que reconfiguran un nuevo estilo de vida, acorde a las características del entorno, donde son evidentes en ciertas ocasiones la explotación laboral y la discriminación hacia quienes provienen buscando una nueva opción de vida.

Las personas migrantes sufren la ausencia emocional porque se separan de sus seres queridos, que quedan en sus respectivos territorios, a la espera de recursos económicos para comprar alimentos, medicinas y cubrir necesidades básicas; también padecen la ausencia profesional, porque renuncian a sus profesiones y formaciones académicas, para poderse vincularse a labores domésticas o de servicios generales y la ausencia cultural se manifiesta al considerar que deben cambiar su forma de comportarse, siendo menos expresivos y alegres, porque sienten rechazo por parte de los cucuteños.

En concordancia con Quezada (2007), esos otros son identificados por los nativos, a través de sus comportamientos: formas de hablar, hábitos alimenticios y, por supuesto, modos particulares de relacionarse pasando por el aspecto físico. Esto corrobora los resultados de Sí, pero no aquí, el informe de investigación presentado por Rivero (2019) y publicado por la OXFAM sobre las percepciones de xenofobia y discriminación hacia inmigrantes de Venezuela en Colombia, Ecuador y Perú.

Otro factor de adaptación a su nuevo territorio desde las interacciones, como expone Abramovay (2006), se evidenció cuando todas las personas entrevistadas coincidieron en que su proceso de permanencia en la capital de Norte de Santander trajo consigo una nueva práctica social: el pago de los servicios públicos (acueducto y energía eléctrica), que son subsidiados en Venezuela, obligándose a ahorrar para poder cubrir estos costos, enviar dinero a sus familiares y tener una reserva para sus gastos diarios.

Así, la migración ha dado a Cúcuta, desde la perspectiva del venezolano que salió de su país, un nuevo sentido, desde la apropiación de los espacios en donde se movilizan y se recrean sus interacciones culturales y sociales, dando paso a la multerritorialidad, asumida como la posibilidad de tener en el nuevo territorio, las experiencias y vivencias del otro.

Coinciden estas nuevas dinámicas en Cúcuta con la propuesta que hace Carballeda (2015), al expresar que los espacios barriales y territoriales se narran no solo desde la distribución espacial, sino también desde los significados que otorgan quienes allí residen, los cuales pueden ser compartidos y enriquecidos a partir de las interacciones sociales e históricas, que en este caso se originan producto de la migración. A propósito de esto E6 expresó:

… hay demasiado venezolano, entonces, yo creo que en algún momento va a ocurrir como ocurrió en Venezuela, cuando hubo mucha migración colombiana, que por ejemplo nosotros nos acostumbramos. En mi ciudad hay muchos y sobre todo personas de aquí del Norte de Santander. Entonces ellos lograron montar sus negocios, claro, duraron años en poder lograr eso, pero ya una vez que los colombianos estaban, para nosotros era normal, era como tener un hermano más al lado y los acogimos en ese sentido.

En consonancia con Sánchez (2001), el sentido de comunidad se alcanza, a partir de la interacción, la percepción de arraigo territorial y el sentimiento de mutualidad e interdependencia; en las historias de vida se corrobora que seis de los ocho (6/8) entrevistados, señalan a Cúcuta y Colombia como su nuevo territorio, donde han encontrado lo que en Venezuela escaseaba.

Al comparar estas visiones con las narrativas que construyen los medios, se puede afirmar que en el análisis de las 47 notas de prensa de la sección «Frontera» del diario La Opinión, al migrante venezolano se le resignifica con temas distintos a los hechos judiciales. No obstante, Castellanos-Díaz y Prada-Penagos (2020) encontraron en las otras secciones del mismo diario que las narraciones ubican a los migrantes como sujetos peligrosos que afectan el orden establecido; razón por la cual los entrevistados en la presente investigación insisten en que sus connacionales están trabajando de manera honesta en Cúcuta, superando en número a aquellos que ocupan las páginas del diario.

Sin embargo, para los migrantes venezolanos entrevistados quedan por fuera del manejo informativo hechos que viven día a día desde la subjetividad, quienes eligieron a Cúcuta como su nuevo territorio en el marco de la adaptación a las normas que rigen el Estado colombiano, lo que los conducirá a la ciudadanía cultural desde la perspectiva de León (2009).

Si bien es cierto que las similares circunstancias históricas entre colombianos y venezolanos pueden configurar una interculturación simétrica, es posible que las condiciones socioeconómicas y políticas de Venezuela, agudizadas en los últimos 30 años, pongan a sus nacionales migrantes en condiciones desiguales no solo desde la insatisfacción de sus necesidades básicas, sino desde una dimensión simbólica, emocional y de apropiación cultural, donde el desarraigo es una tendencia.

VII. Conclusiones

Las interacciones sociales y culturales que han gestado los migrantes venezolanos para apropiarse del nuevo territorio están marcadas por la exclusión, pero también por la resiliencia y la resistencia. En Cúcuta se reconstituyen como sujetos a partir de la búsqueda de su bienestar incorporándose a la vida laboral, pero también a través de la apropiación de espacios de la ciudad en donde se dan interacciones con sus connacionales y locales.

La migración a una ciudad fronteriza como Cúcuta implica la configuración de una multiterritorialidad, en la medida en que los migrantes pueden tener la experiencia simultánea de diferentes territorios por estar próximos a su país, reconstruyendo, constantemente, el nuevo como propio. Si bien las personas migrantes venezolanas participantes de la investigación han logrado integrarse con la sociedad receptora estableciendo diversas formas de apropiación, continúan aportando con sus ganancias a mejorar las condiciones de vida de quienes dejaron al otro lado de la frontera, puesto que ese otro territorio continúa siendo valorado y recreado desde la memoria y la añoranza.

Este nuevo territorio se fundamenta en las intenciones, valores y significados atribuidos desde lo personal con transcendencia desde lo local hasta lo global. Son estas subjetividades de los migrantes abordados en la investigación las que permitieron evidenciar factores comunes en estudios del territorio. Estos, aunque deben sortear imaginarios y estereotipos, tanto sociales como mediáticos, continúan en la lucha para apropiarse de su nuevo espacio, al que le dan sentido a partir de sus vivencias y memoria como parte de la experiencia personal que les sigue motivando a permanecer en Cúcuta, para ofrecer mejores oportunidades económicas a sus familias que dejaron en Venezuela.

Los migrantes venezolanos toman la decisión de distanciarse de sus familias y salen en búsqueda de alternativas de manera solitaria o con algún amigo, manteniendo contacto en pocas ocasiones por vía telefónica, porque saben que su paso por las trochas fue riesgoso y no quieren volver a repetir esta situación. Esta determinación se establece en el primer paso hacia la resiliencia que, como seres humanos, están dispuestos a alcanzar pese a las adversidades que trae la nueva dinámica.

El proceso de apropiación del territorio ha llevado a que los migrantes venezolanos asuman como iniciativa productiva, en algunos casos, la preservación de sus tradiciones culturales y gastronómicas con restaurantes, donde ofrecen recetas propias con productos típicos de su país.

Es posible confirmar los procesos de interculturación disimétrica por cuanto las personas venezolanas coincidieron en que han tenido que limitar sus expresiones verbales caracterizadas por la broma, porque sienten que son mal vistos por parte de los cucuteños, siendo estos últimos el grupo hegemónico.

De esta manera, Cúcuta, como espacio de hábitat, se reconfigura también, basada en el ensamblaje de estas prácticas, tradiciones y significados que terminan legitimando las relaciones e interacciones transnacionales que históricamente se habían tejido y que la migración masiva e intempestiva intentó deshilar.

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[1]. Moneda venezolana.

[2]. Moneda colombiana.

[3]. Como se reconoce en Colombia a los gitanos.

[4]. 11 dólares.

[5]. De fácil acceso sexual.