ISSN electrónico: 1585-5210
DOI: https://doi.org/10.14201/rmc.29545

EL ARTE DE LA MEDICINA

The art of medicine

Agustín HIDALGO BALSERA

Área de Farmacología (Departamento de Medicina). Facultad de Medicina y Ciencias de la Salud. Universidad de Oviedo (España). Instituto Universitario de Oncología del Principado de Asturias (IUOPA). Fundación Bancaria Caja de Ahorros de Asturias. Instituto de Investigación Sanitaria de Asturias (ISPA) (España).

Correo electrónico: hidalgo@uniovi.es

Recibido: 5 de abril de 2022
Aceptado: 20 de abril de 2022

 

«La vida es corta, el arte largo, la ocasión fugaz, la experiencia insegura, el juicio fácil. Es preciso no sólo hacer uno lo debido, sino también que el enfermo, los presentes y las circunstancias externas contribuyan a ello» (Aforismo Hipocrático)

Uno de los médicos que intentan paliar los efectos de alguna de mis muchas afecciones aludió al Arte de la Medicina para referirse al ajuste de dosis de los medicamentos incluidos en el tratamiento para reducir algunos efectos poco deseados. Quería significar que, a partir del momento en que ha obtenido un resultado positivo, debe retirar un medicamento porque la prudencia aconseja hacerlo bajo riesgo de agotar mi capacidad de recuperación e inducir toxicidad compleja en varias estructuras. Es decir, la alusión al Arte de la medicina, significaba la necesidad de ajustar los tratamientos a las circunstancias de los enfermos, subir o bajar dosis en función de edad, tolerabilidad, interacciones, etc. Esas variables no son protocolizables sino que el médico las define en el momento, a la vista de las analíticas clínicas, pruebas complementarias, estado general del paciente y respuesta terapéutica obtenida y deseada a partir de ese momento. Es, pues, una utilización de los recursos terapéuticos según las características puntuales del enfermo y no según los protocolos de ensayos clínicos más o menos homologados.

Sin duda, muchos de nuestros médicos están imbuidos de este mismo pensamiento y aplican a diario El Arte con sus pacientes; forma parte de la práctica clínica cotidiana, un claro signo tanto del realismo gnoseológico como del optimismo praxiológico de los que habla Mario Bunge en su disertación sobre la filosofía y la medicina1. Pero también es indicativo de esa parte que la historia de la medicina aporta al humanismo médico y a la formación de médicos humanos.

Un rápido e incompleto vistazo a la aludida historia de la medicina nos deja testimonios del Arte de la medicina en Hipócrates (siglos V-IV a C) que estimaba que la medicina consiste en «librar por completo a los enfermos de sus sufrimientos, atenuar los rigores de las enfermedades y no dar tratamiento a quienes están vencidos por la enfermedad, conscientes de que la medicina tiene competencia en todo esto»2. También estima que lo que diferencia el fracaso y el éxito del acto médico es que «el fracaso es consecuencia de un mal tratamiento de las enfermedades y, en cambio, el éxito lo es de uno bueno», y que «desde luego, una prueba importante en favor de la existencia del arte, tanto en su favor como en su grandeza es esta: que hasta los que no creen en él, gracias a él se salvan». En tiempos de Hipócrates el término arte se refería a «la actividad desarrollada por un profesional, un technites –un técnico- que conoce su oficio, que ha aprendido de otros, que lo ejerce como actividad profesional y que lo perfecciona mediante su práctica continuada».

También Averroes (Siglo XII) medió en torno al Arte de la Medicina: «Llamamos medicina al arte que, arrancando de principios verdaderos, busca la conservación de la salud del cuerpo humano y la curación de sus enfermedades»3. Y especifica que «La finalidad de esta arte no es la curación de una manera absoluta, sino el hacer lo que se pueda hacer, en la medida conveniente y a tiempo, y después es preciso esperar los resultados, igual que ocurren en el arte de la navegación o en la disciplina de los ejércitos»4. Considera que el arte tiene un componente teórico que corresponde a la filosofía natural y consiste en el conocimiento de «las cualidades contrarias, los elementos, las causas, la materia y la forma» y un componente práctico que es el arte experimental.

Por otra parte, Averroes considera que «El arte de la medicina comprende siete grandes apartados. El primero trata de los miembros del cuerpo, tanto simples como compuestos, que se perciben por los sentidos; el segundo estudia la salud, sus tipos y propiedades; el tercero, la enfermedad, sus clases y sus accidentes; el cuarto, los síntomas de la salud y la enfermedad; el quinto, los instrumentos, que son los alimentos y los medicamentos; el sexto, el modo de conservar la salud; el séptimo, el método de eliminar la enfermedad»5. En buena medida, ya se encuentran en esta descripción, como también en algunos de los escritos hipocráticos, una aproximación a lo que hoy planteamos en las diferentes asignaturas de los planes de estudios del Grado en Medicina. De forma similar, buena parte de los principios de estos dos autores se encuentran recogidos en la definición de Profesión Médica6.

El término Arte se ha incorporado a los títulos de algunos tratados de medicina como el del Profesor Peset y Cervera que ejerció en la Universidad Valencia y fue titulado como Terapéutica, Materia Médica y Arte de recetar7. En otros casos, se ha incorporado como capítulo o epígrafe al cuerpo doctrinal de obras como el Tratado de Terapéutica General8 de Coca y Cirera en el que opone el poder del arte al de la naturaleza (fuerza medicatriz), si bien acepta su colaboración en la curación final de la enfermedad. También es relevante el hecho de que William Osler considerara que «La práctica de la medicina es un arte»9.

Por su parte, El Profesor Lorenzo Velázquez, en la primera edición de su Terapéutica con sus fundamentos de farmacología experimental10 nos aclara que El Arte trasciende el empirismo basado en la observación de los hechos curativos para los que no tenemos una explicación racional ni experimental por lo que, cuando practica El Arte, el médico debe «acertar en la elección de medicamentos y de casos a tratar sin bases científicas en que apoyarse». Nos habla, pues, de la contingencia y la incertidumbre del Arte de la Terapéutica, felizmente reducidas, por la evolución de la ciencia. No obstante, esta incertidumbre existe, por lo que El Arte está llamado a perdurar. Más recientemente, filósofos como Mario Bunge1 consideran que el arte sigue estando presente en la medicina junto a otros componentes como la base científica, la técnica, la profesión, el contexto social del ejercicio, y el humanismo médico centrado en los valores de la profesión.

La cientifización de la medicina, sin duda alguna ha tenido éxitos indudables como el control de enfermedades otrora mortales, número de enfermedades controlables, etc., pero ha distanciado al médico del enfermo al que cada vez necesita menos porque la aparatología médica permite ver lo que ocurre dentro de cada individuo y las decisiones médicas están condicionadas por las imágenes y las cifras.

La expresión del médico que trata de mantener mi salud en un estado aceptable puede indicar varias cosas: a) que la personalización de la medicina es antigua; b) que el enfermo, como ente biológico integrado, es tratado de forma integral procurando mantener los equilibrios funcionales entre los sistemas fisiológicos; c) el enfermo es el centro del acto médico donde lo científico, lo humano y la interacción entre valores individuales del enfermo y valores profesionales del médico interactúan para encontrar el mejor camino a seguir; y d) el Arte de la Medicina sigue y seguirá vigente en las decisiones terapéuticas para el tratamiento de cada paciente individual. Y, como en toda manifestación del arte, la subjetividad diagnóstica y terapéutica (bien que avalada por cifras e imágenes) es si no superior a la objetividad científica, al menos, complementaria, pero no despreciable. El Arte de la Medicina, en fin, seguirá formando parte de la medicina porque cada enfermo es diferente y porque el médico se enfrenta constantemente no sólo a patologías y enfermos complejos sino también a la adecuada utilización de recursos crecientes, de coste cada vez más elevados, que debe utilizar de forma, no sólo racional, sino también pensando en el bienestar del enfermo. Enfermo al que, como reclama Hipócrates, debemos educar para que colabore en la conservación de su propia salud y en la recuperación de la enfermedad.

Referencias

1. Bunge M. Cápsulas. Barcelona: Gedisa; 2003.

2. Hermosín Bono, M del A, editor. Tratados Hipocráticos. Madrid: Alianza Editorial; 1996.

3. García Gual C, editor. Sobre la ciencia Médica. En Tratados Hipocráticos. Madrid: Gredos; 2000.

4. Torre E. Prólogo, introducción y estudio del tratado de Medicina de Averroes. Valencia de la Concepción (Sevilla): Editorial Renacimiento; 2019. p. 7-17 y 157-342.

5. Averroes. El libro de las generalidades de la medicina. Madrid: Editorial Trotta; 2003.

6. Rodríguez Sendín JJ. Definición de “Profesión médica”, “Profesional médico/a” y “Profesionalismo médico". Educ. Med. 2010; 13 (2): 63-66.

7. Peset y Cervera V. Terapéutica, Materia Médica y Arte de recetar con nociones de Hidrología Médica. Valencia: Imprenta de Federico Domenech; 1894.

8. Coca y Cirera A. Tratado de Terapéutica General. Madrid: Carlos Bailly-Bailliere; 1868.

9. Osler W. La palabra clave en medicina. En Hinohara S y Niki H. Sir William Osler. Un estilo de vida y otros discursos, con comentarios y anotaciones. Madrid: Fundación Lilly/Unión Editorial; 2009. p. 311-339.

10. Lorenzo Velázquez B. Terapéutica con sus fundamentos de Farmacología Experimental. 1.ª Ed. Madrid: Tipografía de Senén Martín Díaz; 1930.

Agustín Hidalgo Balsera. Licenciado y doctor en medicina por la Universidad Complutense de Madrid y Profesor de Farmacología de la Universidad de Oviedo. Entre sus áreas de interés se encuentra la repercusión social de los medicamentos y la representación social de la medicina y la enfermedad a través de las manifestaciones artísticas y los medios de divulgación científica y comunicación social.