ISSN electrónico: 1885-5210
DOI: https://doi.org/10.14201/rmc.26553

VISION (2009): UN PASEO POR LA MEDICINA MEDIEVAL Y POR LA VIDA DE HILDEGARDA VON BINGEN

Vision (2009): A Walk through Medieval Medicine and the Life of Hildegard von Bingen

Josep Mª MOLINA-ARAGONÉS

Hospital Sant Joan de Deu. Sant Boi de Llobregat (Barcelona, España).

Autor para correspondencia: Josep Mª Molina Aragonés
Correo electrónico: josepmaria.molina@sjd.es

Recibido: 16 de agosto de 2023
Aceptado: 18 de enero de 2024

Resumen

La película “Visión. La historia de Hildegarda Von Bingen / Vision - Aus dem Leben der Hildegard von Bingen” (2009), de Margarethe Von Trotta, que nos introduce en la vida de la monja y santa Hildegarda Von Bingen es la excusa para reflexionar sobre la Medicina de la Edad Media, una medicina basada especialmente en el conocimiento de las plantas y su recopilación en los herbarios, uno de los textos más populares de esta época histórica.

“Visión” reproduce de manera satisfactoria la ambientación de la Edad Media y ofrece una pincelada de una asistencia sanitaria restringida principalmente a ámbitos monásticos y basada en remedios naturales, pero servirá sobre todo para destacar la personalidad de la protagonista y sus relaciones con las jerarquías del momento, enfatizando su lado feminista y rompiendo con la imagen habitual de unas mujeres medievales condenadas al ostracismo social y laboral.

Palabras clave: historia medieval; medicina herbaria; historia de la medicina.

Summary

The film “Vision. Hildegarda Von Bingen history / Vision - Aus dem Leben der Hildegard von Bingen (2009), by Margarethe von Trotta, in which we are introduced to the life of the nun and saint Hildegard von Bingen, is the occasion to reflect on medieval medicine, in particular a medicine based on the knowledge of plants and their collection in herbaria, one of the most popular texts of this historical period.

Vision” satisfactorily reproduces the setting of the Middle Ages and offers a glimpse of a health care mainly limited to monastic environments and based on natural remedies, but above all it will serve to highlight the personality of the protagonist and her relations with the hierarchies of the time, emphasizing her feminist side and breaking with the usual image of medieval women condemned to social and labour ostracism.

Keywords: medieval history; herbal medicine; history of medicine.

“Si no te estás divirtiendo, estás haciendo algo mal”

Groucho Marx

Medicina medieval

Egipcios, griegos y romanos habían iniciado el conocimiento de la medicina, pero tras el declive de estas culturas esta medicina ancestral sufrió un periodo estacionario en la Edad Media, que no volvería a sufrir un verdadero impulso hasta los tiempos de la Ilustración y la Revolución científica. Entre otras cosas, la prohibición de la Iglesia de desmembrar los cadáveres supuso una verdadera parálisis en el avance de los conocimientos anatómicos1.

El centro del aprendizaje occidental se trasladó a la Antigua Constantinopla y la Iglesia Católica marcaba las directrices médicas y culturales de Occidente. Cualquier opinión diferente de su concepción católica era susceptible de ser etiquetada como herejía y, en consecuencia, castigada. Las enfermedades eran castigos divinos y los que estaban enfermos lo eran porque eran pecadores; su padecimiento era análogo al que sufrió la figura de Jesucristo antes de su muerte.

Galeno fue el médico más influyente de la Edad Media. Padre de los cuatro síntomas clásicos de la inflamación (enrojecimiento, dolor, calor y tumefacción), su concepto de los cuatro humores fue la base para establecer un diagnóstico e iniciar un tratamiento, una práctica que evolucionó a una teoría del temperamento que tenía en cuenta características físicas y psicológicas. El exceso de alguno de los humores (sangre, heces, bilis amarilla o bilis negra) determinaba que una persona fuera sanguinaria, flemática, colérica o melancólica.

Los médicos eran entrenados en el arte del diagnóstico: la observación, la palpación, la toma del pulso y el examen de la orina eran sus herramientas de trabajo básicas en ese momento. No era infrecuente representarlos en imágenes sosteniendo una botella de orina para inspeccionar o bien palpando el pulso. La inspección de la orina era el método más común de diagnóstico y el frasco de orina se convirtió en el símbolo de los galenos (Foto 1).

Foto 1. Médico examinando una muestra de orina. Recueil des traités de médecine” (1250-1260). Gerardus Cremonensis. Ilustración europea medieval del médico persa Al-Razi. : https://www.ancient-origins.es/noticias-historia-tradiciones-antiguas/sorprendentes-m%C3%A9todos-la-medicina-medieval-las-ruedas-orina-la-uroscopia-004767

No obstante, la medicina era un campo abonado para la superstición. Las ideas sobre el origen y la curación de la enfermedad se basaban en factores como el destino, el pecado o las influencias celestiales. La medicina de esta época se componía de una mezcla de ideas existentes de la antigüedad y de influencias espirituales y religiosas. Era habitual la práctica de ceremonias, rituales y el uso de amuletos, bien fuera con un ánimo preventivo bien como elemento curativo. Una forma de estas supersticiones eran los “toques reales”, la creencia de que muchas dolencias podían ser curadas por la caricia de las manos del monarca, lo que generaba múltiples desplazamientos a la corte para encontrar alivio gracias a esta imposición de manos1.

También existía la creencia de que la luna y los planetas jugaban un papel importante en la buena salud. Los médicos necesitaban saber cuándo era el momento idóneo de tratar a un paciente y esto venia determinada en muchas ocasiones por la posición de los planetas, del mismo modo que el denominado “gráfico del zodiaco” permitía establecer el momento idóneo para realizar una extracción de sangre, o en muchos casos se recomendaba recoger hierbas y otros elementos curativos en determinadas fases lunares, puesto que esto se asociaba con una mayor capacidad curativa1.

Los magos y las brujas también desempeñaron su papel en la medicina medieval. Se trataba de curanderos con grandes habilidades en el uso de la medicina herbaria. En muchos casos se trataba de mujeres ancianas y solitarias que se ganaban la vida vendiendo sus servicios. La comunidad acudía a ellos cuando era necesario, pero también eran criticados cuando las cosas iban mal, de ahí su asociación con el mundo de la brujería. Temidos y respetados al mismo tiempo, se les atribuían poderes extraordinarios, como la capacidad de crear ungüentos y pociones de amor, pero también podían ser responsables de malas cosechas, inclemencias del tiempo o plagas de animales, creencias en muchos casos derivadas de costumbres ancestrales.

La apertura de comercio y conocimiento entre Oriente y Occidente, resultado de la primera cruzada (1095-1099) para reconquistar Jerusalén propicio un pequeño cambio en la Medicina medieval, cuando empiezan a llegar a Occidente textos hasta entonces desconocidos, procedentes de Oriente, traducidos y mejorados por los médicos musulmanes.

Las primeras pruebas de la existencia de nuevas obras médicas como resultado de este intercambio se encuentran en las traducciones de un monje conocido como Constantino “el Africano” de la abadía benedictina de Montecassino, en el sur de Italia -este monasterio había sido fundado en el año 529 por San Benito de Norcia y consideró como objeto principal de la vida monástica el cuidado y la asistencia a los enfermos. La Regula Benedicti, sentaba las normas de convivencia de la comunidad y uno de los capítulos ordenaba la dedicación prioritaria a los enfermos, instando a los monjes a ser pacientes con sus quejas y atentos a sus necesidades espirituales y corporales2: “que sean servidos como si fueran realmente el Cristo, con toda solicitud”-.

Parece ser que Constantino había trasladado a Italia textos procedentes de su África natal, donde los tradujo del árabe al latín. Estas traducciones formaban parte de la tradición académica de Salerno y poco a poco empezaron a circular por toda Europa.

Estos conocimientos médicos -transmitidos desde los griegos a través de la cultura romana- estuvieron en manos prácticamente de monasterios y abadías. Eran los monjes quienes en muchos casos ejercían la medicina y facilitaban la asistencia creando centros benéficos adyacentes a los monasterios, lo que se conocía como medicina monástica. También algunos gremios financiaban hospitales para atender a sus asociados.

Se admite que los textos médicos de la Edad Media son relativamente escasos. La mayoría de los remedios para curar dolencias probablemente no se escribían, sino que se transmitían oralmente entre familias o bien de persona a persona. La mayor parte de la gente era analfabeta y los libros de medicina, que solían ser tratados teóricos antes que remedios prácticos para las dolencias del momento, les habrían sido de poca utilidad.

Uno de los eruditos religiosos más notables en el S. VI fue Casiodoro, canciller de Teodorico, rey de los ostrogodos. En uno de los centros que fundó en el sur de Italia, los monjes tenían la obligación de estudiar y copiar manuscritos; Casiodoro les guiaba para que se familiarizasen con la obra de Dioscórides3, y los animaba a aprender las características de las hierbas y la composición de medicinas.

Estos precedentes que se sentaron en el sur de Italia fueron adoptados por la mayoría de los monasterios benedictinos. Los monjes de esta orden copiaban todos los escritos disponibles de las autoridades romanas y bizantinas, y de esta tradición monástica surgieron varios tratados y herbarios importantes, entre ellos el Physica y Causae et curae, de la abadesa Hildegard de Bingen. Estos centros servían como repositorio de la literatura médica del momento, al mismo tiempo que acumulaban conocimiento y experiencia gracias a la constante afluencia de enfermos a sus instalaciones, una situación que es expandible al resto de la producción cultural del momento, puesto que en ellos se traducían al latín los pocos textos accesibles en aquel tiempo, que acabaron conformando grandes compendios enciclopédicos.

Una breve mención a la escuela de Salerno, considerada como la primera universidad de Europa que, además de traducir textos médicos, realizó otras contribuciones significativas a la Medicina y a la Farmacia. Las condiciones naturales de Salerno, su proximidad al monasterio benedictino de Montecasino y las influencias de Bizancio en la Italia meridional, hicieron que esa ciudad se convirtiera en un centro de actividad médica y que irradiara su influencia en todo el occidente medieval cristiano3,4.

Fue precisamente la creación de esta escuela –y posteriormente su traslado a otras Universidades- quien proporcionó prestigio a los profesionales médicos y les habilitó a vestirse con ropas y joyas lujosas. En aquel momento se distinguía ya entre dos clases de médicos, los de “vestido largo”, que se expresaban en latín y se habían formado en la Universidad, y los de “vestido corto”, conocidos como cirujanos barberos, que basaban su conocimiento en la transmisión oral y la experiencia, y que realizaban su práctica con la aplicación de sanguijuelas, la extracción de piezas dentarias, el tratamiento de fracturas y lesiones traumáticas y algunas intervenciones menores1.

Un último apunte respecto a la medicina medieval y el papel de la mujer en esta época histórica. Existe la creencia en diversos autores de que “la salud de las mujeres era el negocio de las mujeres”2. Las comadronas eran el único proveedor de la salud femenina, un monopolio que mantuvieron hasta bien entrados los siglos XVII-XVIII. Comadrona era sinónimo de cuidadora de la salud femenina y se afirma que en ese periodo histórico existía una división sexual del trabajo médico. En general los hombres no se preocupaban por las patologías de las mujeres –muy especialmente las relacionadas con el campo obstétrico y ginecológico-, del mismo modo que las mujeres sanitarias no se inmiscuían en las patologías de los hombres2. Posiblemente un análisis tan simple suele enmascarar realidades mucho más complejas que no es fácil interpretar, pero sirva para enfatizar el papel social y profesional de la mujer en una etapa en que en muchos casos su papel no ha sido relevante en el estudio historiográfico.

La medicina musulmana

A principios del S. VIII el pueblo árabe se levanta siguiendo la palabra de Mahoma, predicando el islam y sometiendo a aquellos individuos que no siguen su doctrina. El libro sagrado, el Corán, recoge las revelaciones del profeta. Según éste, Alá es la fuente de todas las cosas y oponerse a este criterio se castigará con la enfermedad, que también puede ser provocada por espíritus malignos, demonios o encantos; como vemos, preceptos no muy alejados de la tradición cristiana.

El Corán especifica estrictas reglas de higiene personal como los lavados frecuentes o el uso de vestimentas limpias. El saber médico en el mundo árabe era una herencia del conocimiento de los griegos clásicos, mediante transcripciones a su lengua de los manuscritos primigenios.

Así, mientras la medicina cristiana estaba poco desarrollada y se basaba en un conocimiento preferentemente empírico, la medicina musulmana estaba mucho más elaborada, gracias a esta tradición clásica de Hipócrates y Galeno, y sus influencias orientales. “Es una medicina poco agresiva que apuesta por la prevención antes que la intervención. Se intenta que el cuerpo se recupere por sí mismo con la ayuda exclusiva de una dieta adecuada. Si ésta no es suficiente, se recurre a las recetas de sustancias medicinales siempre en función de la edad y el temperamento del enfermo. En último extremo, si nada de lo anterior funciona, se recurre a la cirugía, aunque de ésta se teoriza más que se practica5. Esta medicina islámica influirá en el conocimiento médico occidental a finales de la Edad Media. La medicina árabe será una inspiración claramente hipocrática, pero “combatía la charlatanería, propiciaba la formación académica del médico, se estimulaba la observación, se fomentaba la salud pública y se abogaba por un control central de la medicina5.

Las plantas medicinales

La habilidad para reconocer un gran número de especies vegetales y como prepararlas de manera apropiada era una información ampliamente compartida; las plantas y sus derivados eran una parte de la rutina diaria de la mayor parte de los ciudadanos de la Edad Media6. Como muchos de los productos utilizados tenían diversos propósitos en la economía doméstica, el conocimiento de las plantas locales podía representar una forma de vida, especialmente en el mundo rural en condiciones de aislamiento.

La farmacia medieval podía utilizar múltiples sustancias con efecto curativo, pero la mayor parte de sus remedios procedían del mundo vegetal. La medicina griega había dividido las sustancias naturales en tres categorías según su actividad: alimentos, fármacos y venenos, identificando estos últimos con plantas y minerales. Así, las sustancias animales -los alimentos- tenían un efecto beneficioso y en el extremo contrario, a los minerales se les atribuía una condición tóxica. Entre ambas se encontraban los vegetales, a los que se atribuían propiedades beneficiosas y por esto eran considerados los medicamentos ideales.

Hierbas, flores y perfumes formaban gran parte de la vida cotidiana en la Edad Media y estaban indisolublemente ligados a la práctica médica. Las plantas y las hierbas medicinales formaban parte importante de la farmacopea de la época. Los textos de Dioscórides -la Materia Medica- o la obra de Plinio -Naturalis Historia-, datados ambos en el siglo I a.C. trataron los usos medicinales de más de 600 especies de plantas, ampliamente mencionadas en los textos clásicos y medievales. Sus escritos formaron la base de muchas de las prácticas de la medicina herbal efectuadas en la Edad Media. Algunas plantas se utilizaban de manera específica para el tratamiento de determinadas afecciones, otras podían utilizarse indistintamente para tratar una distinta variedad de condiciones y, en muchos casos, las preparaciones consistían en la combinación de distintos tipos de productos.

El estudio de las propiedades medicinales de las plantas se encontraba bajo el cuidado de los monjes que, en sus monasterios, cultivaban y experimentaban con las especies descritas en los textos clásicos. La presencia de plantas medicinales en los jardines monásticos era esencial y, de hecho, la mayoría de ellos contaban con un jardín de hierbas para la producción de remedios naturales, que se convirtieron en parte de la medicina popular. Al igual que con otras producciones literarias, los monjes se encargaban de reproducir los libros de remedios naturales y, en ocasiones, incorporaban sus propios conocimientos gracias a las habilidades adquiridas en la manipulación de las plantas.

El uso de las plantas medicinales se basaba en parte en la doctrina de signaturas6, una corriente que afirmaba que las plantas -y otros productos- llevaban incorporadas una serie de propiedades que permitía identificar sus virtudes curativas y podían utilizarse para tratar enfermedades de esa parte del cuerpo que representan; responderían al principio de “similia similibus curantur” (los similares son curados por sus semejantes). Así, las judías podían utilizarse para tratar dolencias de los riñones o las nueces para problemas cerebrales. Esta creencia se refleja en el nombre popular con el que se denominaron multitud de plantas como por ejemplo la pulmonaria –hojas utilizadas para tratar la tuberculosis-, la hepática –para tratar dolencias del hígado- o las viboreras –para tratar picaduras de serpientes-.

Herbarios

Entre los textos médicos más populares de este periodo histórico se encuentran los que contienen remedios a base de plantas, conocidos colectivamente como herbarios.

Quizás la definición más sencilla de un herbario sería que se trata de un libro sobre plantas y sus características; cada planta es representada con su imagen o una descripción de la misma, lo que facilita su clasificación como una planta segura, benigna o venenosa. Se describen las propiedades de diversas plantas y sus usos, sobre todo medicinales -en muchos casos incluían sus dotes curativas como podía ser el caso de que aliviara una constipación-.

Los griegos y los romanos escribieron algunos de los textos sobre hierbas más influyentes, aunque los originales no se han conservado hasta nuestros días. Los herbarios del periodo manuscrito, como el Macer floridus, se basan en textos clásicos. El autor más famoso fue el médico griego Dioscórides, contemporáneo del s. I dC, cuya obra se hizo famosa en todo el mundo. La obra de Dioscórides se conoció en Europa con el nombre de Herbarium, palabra que significa “herbolario” en latín. Otro texto sobre hierbas muy popular a principios de la Edad Media fue el texto del Pseudo-Apuleius herbarius basado en fuentes de la Antigüedad Tardía, especialmente en textos de Plinio el Viejo y de Dioscórides, un texto en que hay consenso en que fue compilado en el s. IV dC6.

Como en otros ámbitos del conocimiento médico, este también se transmitió gracias a la transcripción de manuscritos medievales procedentes del Oriente islámico o el Imperio bizantino, sobre todo por la labor difusora que hizo de ellos la Escuela de Salerno, cuya obra más significativa en este campo fue el Circa instans.

Originalmente, los herbarios europeos eran manuscritos cuidadosamente elaborados a mano por escribas profesionales y estaban ampliamente ilustrados (Foto 2). A medida que el propietario del herbario aprendía más sobre remedios y plantas, muchos escribían notas al margen o páginas de sus propias recetas. Con la introducción de la imprenta por Gutenberg en el siglo XV, la gente comenzó a imprimir no sólo libros de oraciones y salmos sino también herbarios, situación que facilitó su mayor distribución, y fue precisamente la introducción de la imprenta lo que permitió introducir en los herbarios la ilustración xilográfica que facilitó la reproducción junto al texto, una reproducción cada vez más fiel de las plantas descritas.

Foto 2. Lirio y hombre con espada y dragón. Pseudo-Apuleius Platonicus. Herbarium or De medicaminibus herbarum. British Library. Digitised manuscripts. Finales del Siglo XII. https://instituto.hospitalitaliano.org.ar/#!/home/bibliotecanueva/seccionimagen/105057

Hildegarda von Bingen

Hildegarda nació en 1098 en el seno de una familia noble del Palatinado, y fue enclaustrada en el monasterio benedictino de Disibodenberg (Foto 3) a los ocho años bajo la supervisión de la abadesa Jutta de Spanheim, de quien heredaría el cargo a su muerte.

Foto 3. Monasterio de Disibodenberg. Imagen actual

Hildegarda (Foto 4) destacará por su fuerte personalidad, así como por la relevancia y magnitud de su obra escrita, una producción que tuvo un gran impacto en campos que eran vedados a las mujeres7.

Foto 4. Imagen de santa Hildegarda. Iglesia de Bingen am Rhein, Alemania https://alfayomega.es/nueva-doctora-de-la-iglesia/

A los cuarenta y un años recibe la llamada de Dios, que le insta a escribir aquello que percibe; el temor al juicio y una larga lucha interior la hace reacia a tal cometido, hasta que obtiene progresivamente el beneplácito de sus superiores. En primera instancia el propio abad de Disibodenberg, que será a su vez quien muestre su obra al arzobispo de Maguncia. Será en este momento que Hildegarda tomará una decisión posiblemente muy bien pensada y meditada: consultará con el monje con mayor poder e influencia en la cristiandad occidental, Bernardo de Claraval, la persona idónea para la defensa de su causa y de la misma escuela cisterciense que en aquel momento ocupaba el mando de la Santa Sede, el pontífice Eugenio III. Será este último quien dará veracidad a sus visiones y la animará a escribirlas y divulgarlas7.

Con el apoyo jerárquico y una clara situación de prestigio e independencia, a los cincuenta años toma la decisión de abandonar su puesto en Disibodenberg y, junto con un número importante de monjas establecerá su nuevo emplazamiento en un lugar vecino al Rhin, donde construirá la nueva abadía de Rupertsberg. Una visión empujará a Hildegarda a trasladar su convento y separarse de la comunidad masculina de Disibodenberg que no será sencillo. El prestigio adquirido por Hildegarda había propiciado la llegada de numerosas jóvenes del estamento nobiliario con el consiguiente aumento del grupo monacal femenino, lo que obligaba al traslado o bien a ampliar sus dependencias. A pesar de las resistencias de los monjes, se llegó a acuerdos económicos y de distribución territorial, que facilitaron la emancipación final de Hildegarda7.

Tanto por la cantidad como por la calidad y variedad de su obra, Hildegarda se muestra como una figura deslumbrante, una figura única en su momento. Los importantes conocimientos que muestra Hildegarda parecen provenir de la observación de la naturaleza, pero también de su propia experiencia con la práctica asistencial que efectuaba en el monasterio, gracias al conocimiento de síntomas y signos aprendidos en el contacto con los enfermos.

Esta habilidad médica podría explicarse mediante dos hipótesis: O bien Hildegarda y Jutta –su mentora- estudiaron a fondo los libros y documentos existentes en Disibodenberg o bien, una hipótesis más plausible, Jutta ya contaba con conocimientos médicos antes de enclaustrarse y los transmitiría a Hildegarda, su discípula preferida7.

Ciertamente, la obra de Hildegarda deja entrever una importante sabiduría de múltiples campos de conocimiento y no exclusivamente del ámbito médico8.

A la obra de Hildegarda podemos atribuirle la originalidad de su tiempo9. Hasta el Concilio Vaticano II, en el siglo XV, no existía una regla de clausura tal como la entendemos actualmente y que sigue vigente en muchas órdenes femeninas, por esto los monasterios eran centros de cultura e investigación, puesto que permitía el estudio y el conocimiento del mundo exterior.

Una figura como la de Hildegarda no es fácil de encontrar y es un muy buen ejemplo de que las mujeres podían alcanzar importantes cotas de poder en la Edad Media, a pesar de que la historiografía nos haya hecho pensar lo contrario, silenciando el trabajo de las mujeres en campos relevantes de aquel momento10.

Hildegarda fue una mujer viajada que cultivó relaciones muy diversas con personalidades relevantes de su época del mundo social y eclesiástico, y ejerció una gran influencia cultural, científica y espiritual desde su monasterio y desde fuera de éste. No obstante, Hildegarda en ningún momento se otorgará el mérito por lo que hace, ya que tanto sus visiones como sus curaciones las atribuye “a la gracia divina y a las órdenes de Dios”10,11.

Las principales obres de Hildegarda serán la Física y el Causae et Curae. El primero es un libro de Medicina simple, donde describe en nueve secciones o libros la utilidad que tienen para el hombre las cosas más comunes: las plantas, los elementos, los árboles, las piedras, los peces, los pájaros, los animales terrestres, los reptiles y los metales. No es en sí mismo un libro médico, pues no relaciona enfermedades ni sistematiza remedios, sino más bien una exposición de las propiedades y la utilidad directa de los elementos más corrientes.

Veamos, a modo de ejemplo, como describe el uso del “cincoenrama”, un producto recomendado principalmente para el tratamiento de la fiebre, pero también para otras dolencias como se especifica al final.

“Cincoenrama es muy caliente, y su jugo es un poco húmedo. Es eficaz contra las fiebres fuertes. Por consiguiente, tome cincoenrama, macháquela bien, y mézclela con harina del trigo y agua, como si se quisiera hacer una tortita. Humedézcala con un poco de aceite de oliva o, si no tiene, con aceite de semilla de adormidera, para que se ponga suave. Extiéndalo todo en un tejido de cáñamo y ate la tela caliente alrededor de todo el vientre de la persona que tenga las fiebres fuertes. Después de mediodía, o de medianoche, quite ese paño. Caliéntelo de nuevo, y póngalo de nuevo en el vientre. Hágalo a menudo y expulsará las fiebres lejos y lo liberará.

Además, cualquier persona que sufra neblina en sus ojos debe tomar cincoenrama, machacarlo y ponerlo en vino puro. Después fíltrelo con un paño y guárdelo en un recipiente de bronce. Cuando se vaya a la cama, manche con el vino alrededor de sus ojos de modo que entre un poco en ellos. Si lo hace a menudo, quitará la nubosidad de sus ojos.

Si alguien tiene ictericia haga tortitas con cincoenrama, harina del trigo y agua. Si las come durante nueve días con el estómago vacío, se curará. Esta hierba es una medicación beneficiosa para las personas, a menos que Dios lo prohíba”3.

Su otra gran obra, el Causae et Curae, mucho más breve que el anterior, es un original tratado de medicina y fisiología que se inicia con la creación, el hombre y su relación con el cosmos, donde encontramos tres secciones puramente médicas que describen el funcionamiento del cuerpo, regulado por secreciones internas cuyo desequilibrio provoca las diferentes enfermedades y sus remedios. Así su conocimiento de la medicina clásica, de las teorías de Galeno, parece obvio en este párrafo del “Causae”, donde escribe:

“El ser humano consta de elementos. Ahora bien, como se ha dicho antes, lo mismo que los elementos contienen simultáneamente el mundo, así también los elementos son el armazón del cuerpo humano; y su flujo y sus funciones se dividen por el hombre para contenerlo simultáneamente, de la misma manera que están esparcidos y actúan por el mundo. El fuego, el aire, la tierra y el agua están en el hombre, y el hombre se compone de ellos. Pues el ser humano tiene del fuego, el calor; del agua, la sangre; del aire, el aliento; de la tierra, la carne. También tiene del fuego la visión, del aire el oído, del agua el movimiento, y de la tierra la capacidad de andar. El mundo es próspero cuando los elementos cumplen su función bien y con orden; el calor, el rocío y la lluvia se reparten poco a poco, con moderación y a su tiempo, y descienden a templar la tierra y sus frutos y traen salud y muchos frutos porque si cayeran de repente y a destiempo, a la vez y sin orden, la tierra se resquebrajaría y perecería su fruto y su bienestar”11.

Visión. La historia de Hildegarda von Bingen

Ficha técnica

Título: Visión. La historia de Hildegarda von Bingen.

Título Original: Vision - Aus dem Leben der Hildegard von Bingen.

País: Alemania.

Año: 2009.

Dirección: Margarethe Von Trotta.

Guión: Margarethe von Trotta.

Música: Christian Heyne, Hildegard von Bingen.

Fotografía: Axel Block.

Montaje: Corina Dietz.

Intérpretes: Barbara Sukowa (Hildegarda), Heino Ferch (Hermano Volmar), Hannah Herzsprung (Richardis Von Stade) , Gerald Alexander Held (Abad Kuno), Lena Stolze (Jutta), Sunnyi Melles (Madre de Richardis), Paula Kalenberg (Klara), Maleile Blendl (Jutta von Sponheim), Devid Striesow (Kaiser Federico Barbarroja), Annemarie Düringer (Abadesa Tengwich), Christoph Luser (Hartwig von Bremen, Salome Kammer (Sängerin), Wolfgang Pregler (Obispo de Maguncia) Joseph von Westphalen (Bernardo de Claraval), Katinka Auberger (Hermana Berta), Caroline von Bemberg (Hermana Mechthild), Ruzica Hajdari (Hermana Adelgard), Vera Lippisch (Hermana Gundhild).

Color: color.

Duración: 110 minutos.

Género: drama / religión. Biográfico.

Idioma original: alemán

Productoras: ARD degeto, Cellulloid dreams, Clasart Filmproduktion, Concorde filmed Entertainment.

Sinopsis: “Hildegard von Bingen (Barbara Sukowa) fue una monja alemana que, desde niña, tuvo visiones sobrenaturales en las que Dios le pedía que transmitiera sus mensajes. Su fama traspasó los muros del convento. Fue, al parecer, una mujer muy adelantada para su época por sus conocimientos de medicina natural y por sus obras musicales, un personaje que marcó un antes y un después en muchos aspectos de la vida medieval” (FilmAffinity).

Enlaces: https://www.imdb.com/title/tt0995850/?ref_=fn_al_tt_6

Trailer: https://www.imdb.com/video/vi216270361/?playlistId=tt0995850&ref_=tt_ov_vi

La película recoge los aspectos ya comentados sobre la medicina medieval, especialmente en aquello referido a los herbarios y los remedios tradicionales, e incide especialmente en el carácter intelectual, el talante feminista y la fuerte personalidad de la protagonista.

La película se ambienta y reconstruye el período oscuro habitualmente atribuido a la Edad Media, una época a medio camino entre los clásicos y el Renacimiento, - para aquellos que quieran “romper” con el pretendido oscurantismo de esta época aconsejo la lectura del libro de Jaume Aurell “Elogio de la Edad Media. De Constantino a Leonardo” de Ed. Rialp. Madrid. 2021 - pero en la que se rompen algunos tópicos como puede ser el papel de la mujer en un mundo pretendidamente de hombres, con una buena recreación histórica en su desarrollo y ambientación. Posiblemente no sea una película para entretenerse -en su acepción más amplia- pero resultará interesante para aquellos que quieran recrear la Edad Media y, sobre todo, la interesante trayectoria de Hildegarda.

La película se inicia con una pequeña Hildegarda, envuelta en el temor al cambio de siglo, en una escena que nos recuerda los postulados de David Hume, filósofo del S.XVIII cuando afirmaba que “cualquier día puede que no salga el sol” como parte de sus argumentos cuestionando el principio de causalidad. En el fondo, esta primera escena no es más que el reflejo de una sociedad influenciada por los múltiples convencimientos y supersticiones ya comentados, y regida por unas creencias eclesiásticas, que también influirán y se reflejarán en la práctica médica. En un entorno supersticioso, el miedo al final del milenio se antojaba un momento oportuno para el fin del mundo. Mil años más tarde, los que vivimos el inicio del tercer milenio recordamos aún el “efecto 2000” y las múltiples predicciones apocalípticas que lo acompañaron.

Ya se ha indicado que el conocimiento científico de Hildegarda tenía un importante componente experimental, obtenido principalmente gracias a la observación de la naturaleza o la interacción con sus pacientes12 y que Hildegarda “interpretará a la luz de su fe y de las visiones que la acompañan”. Así, en algún momento de la película Hildegarda dirá que “solo con la plegaria y el ayuno no se cura a los enfermos”, donde se reafirma claramente en sus conocimientos técnicos de origen empírico, o bien que estos “solo curan si se armoniza con la naturaleza y con Dios”. En este último caso recurre a la necesidad de armonizar cuerpo y alma, una postura cercana al dualismo platónico, propio de la filosofía cristiana de los primeros tiempos.

Centrándonos en el ámbito más sanitario, hay que destacar la escena de la conversación que mantiene con las monjas del convento (Fotos 5 y 6), donde les preguntará sobre las propiedades y los usos de las plantas que cultivan en el herbario. Harán referencia a la Candelaria -apropiada para el tratamiento de la tos y la afonía-, la Celedonia -para el tratamiento de las verrugas-, la Mielenrrama -para tratar heridas-, la Crisoprasa -como remedio para la psicosis o los delirios-, el Tanafeto -ideal para el reuma y la gota- o el Epazote para ahuyentar a las pulgas. También se referirán al Marrubio (Andrón), un antídoto para la mordedura de serpientes y para la diarrea, a quien dedica el Capítulo XXXIII de su Physica, donde explicita la forma de preparar y administrar adecuadamente de la siguiente manera:

Cartel español

Foto 5. Fotograma de la película “Visión”. Hildegarda compartiendo el conocimiento sobre remedios herbales en el jardín del convento

Foto 6. Fotograma de la película “Visión”. Hildegarda en el herbario del convento

“El marrubio es caliente, tiene mucho jugo y es eficaz contra diversas enfermedades. Quien esté sordo debe cocer el marrubio en agua. Sáquelo del agua y deje penetrar el vapor caliente en sus oídos. Ponga el marrubio caliente alrededor de sus oídos y en toda su cabeza y logrará mejor audición. El que tiene la garganta dolorida debe cocer el marrubio en agua y colar el agua con un paño. Entonces agregue al agua una cantidad doble de vino y hágalo hervir de nuevo en una sartén añadiendo bastante grasa. Bébalo frecuentemente y su garganta sanará.
Quien tenga tos, tome hinojo y agregue una tercera parte de marrubio. Hiérvalo en vino. Cuélelo con un paño y bébalo. La tos cesará.
Quien tenga las vísceras delicadas y débiles cueza el marrubio en vino con un poco de miel. Cuando esté cocido póngalo en una cazuela. Cuando se haya enfriado, bébalo frecuentemente y sus vísceras se curarán.”

Además de este perfil médico de Hildegarda, la película muestra otros aspectos de su carácter y su personalidad como su relación con la ciudadanía fuera del convento realizando tareas de predicación, un elemento que refuerza la figura feminista de Hildegarda, o su relación personal, tanto con individuos de su entorno más próximo como con elementos relevantes de la sociedad del momento, ya fueran obispos o bien propio Pontífice o el Emperador, que incide también el papel de prestigio de la figura femenina, que en muchos casos no ha recibido suficiente consideración histórica. Esta influencia en el entorno y su independencia se verán magnificados cuando el Papa admite la veracidad de sus visiones, una situación que facilitará que Hildegarda inste a la separación de la comunidad masculina en la que empezó su actividad7.

Para finalizar, hay que considerar que el conocimiento médico y los escritos de Hildegarda han dado forma a una “Medicina Hildegardiana” que puede incluirse en el grupo de medicinas complementarias o alternativas consideradas por la OMS13, organismo que “está desarrollando una estrategia tendiente a que las medicinas tradicionales y complementarias desempeñen un papel más importante en la reducción del exceso de morbilidad y mortalidad”.

Referencias

1. Del Valle Garcia M. Edad Media y enfermedad. SEDENE. 2007; 26: 9-27

2. Green M. Women’s Medical Practice and Health Care in Medieval Europe. Working Together in the Middle Ages: Perspectives on Women’s Communities. Signs. 1989; 14(2): 434-473.

3. De Bingen H. Physica. Libro sobre las propiedades naturales de las cosas creadas. Astorga (León) Akrón; 2018.

4. Guerra F. Historia de la Medicina. Ed. Norma. 1982. Madrid.

5. Perez Méndez P, Varela Tembra JJ. Evolución y desarrollo de la medicina medieval en occidente. Oceánide. 1.

6. Stannard J. Medieval Herbalism and Post-Medieval Folk Medicine. Pharm. Hist. 2013: 55(2-3): 47–54.

7. Hajar R. The Air of History (Part II) Medicine in the Middle Ages. Heart Views. 2012; 13(4): 158-162.

8. Ruiz Vega P. Farmacia y medicina en la obra de santa Hidegarda de Bingen (1098-1179), Doctora de la Iglesia. Estud. patrim. cult. cienc. mediev. 2017; 19: 1279-1298.

9. Sweet V. Hildegard of Bingen and the Greening of Medieval Medicine. Bulletin of the History of Medicine. 1999; 73 (3): 381-403.

10. Duarte I. Hildegard von Bingen: El sustrato de la salud y la enfermedad. Ars médica. Revista de ciencias médicas. 2022; 47(1): 53-57.

11. Torrente Fernández I. Algunas consideraciones sobre la figura de Hildegard von Bingen. Territorio, Sociedad y Poder. 2009.4; 131-150.

12. Santa Hildegarda de Bingen. Libro de las causas y remedios de las enfermedades. Traducido de la edición típica del Liber Causae et Curae, y anotado por José María Puyol y Pablo Kurt Rettschlag. 2013. Ed. Hildergardiana. Madrid.

13. Barceló Benavente E. La ciencia de Hildegarda.